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Elecciones EE.UU. 2020

Las horas decisivas de Bernie Sanders

Biden se impone en Michigan, se consolida en el sur y complica mucho las opciones de Sanders a la nominación presidencial demócrata

Bernie Sanders en un acto en Detroit / Lucas Jackson (Reuters)

Washington

Hubo un momento el que las promesas de igualdad y justicia de un socialdemócrata parecían posibles en Estados Unidos. Pero esa ilusión se empezó a desinflar hace dos semanas cuando perdió en Carolina del Sur, se pisoteó en el 'Supermartes' y quedó gravemente herida anoche, tras la victoria indiscutible de Joe Biden.

Bernie Sanders se jugaba todo en Michigan, estado que ganó contra Hillary Clinton hace cuatro años. Necesitaba imponerse en el cinturón industrial del medio oeste pero perdió. La coalición de jóvenes que esperaba movilizar no salió a votar. Y los trabajadores blancos de áreas urbanas, suburbanas y rurales que le apoyaron en 2016 han elegido a esta vez a su rival: Biden se ha impuesto en todos los condados del estado.

El sur también ha dado la espalda al senador de Vermont. Biden ha arrasado en Mississippi y Missouri. El exvicepresidente ha obtenido el 70% más de votos que Sanders en el primero y el 25% más en el segundo. Es una decepción significativa para Sanders, que no solo ha perdido contra su contrincante, sino que ha perdido contra sí mismo: tanto en Michigan como en Missouri ha conseguido menos votos de los que obtuvo en 2016.

Los votantes negros han resucitado la candidatura de Biden. Los estrategas políticos llevan años diciéndolo: es un sector de población clave para ganar delegados. El calendario augura una situación prácticamente imposible para Sanders si nos guiamos por la vara demográfica. Tres de los cuatro estados que celebran el próximo martes tienen una población considerable de votantes negros: Illinois (un 28%), Florida (27%) y Ohio (20%).

La decepción por la derrota de anoche fue tal, que Sanders canceló la valoración pública de los resultados electorales que tenía planeada. Son horas de reflexión. No solo porque tenga 160 delegados menos que Biden en este momento –que también- sino porque las premisas en las que ha basado su campaña han fallado.

Por un lado, Sanders apostaba por movilizar a nuevos votantes: jóvenes (generación Z y milenials), minorías (latinos y negros), y ciudadanos que no han participado anteriormente en los comicios por decepción o apatía. Confiaba en formar una coalición "multirracial, multigeneracional y multirreligiosa" sin precedentes que le llevara a la Casa Blanca, aprovechándose del descontento y la rabia que provoca la administración actual entre un sector importante de la población.

Por otro, pretendía recuperar el cinturón industrial. Arrebatarle a Donald Trump el apoyo de la clase trabajadora con el argumento de priorizar la justicia económica y social a los privilegios del 1% de la población más rica.

Su principal arma para cumplir esos dos objetivos son sus promesas de campaña: sanidad universal, universidades públicas y gratuitas, subida del salario mínimo a 15 dólares la hora, e impuestos progresivos a los multimillonarios.

Pero si el 'Supermartes' socavó la primera premisa -los jóvenes no han incrementado su participación y los votantes negros han apoyado en masa a Biden-, la derrota en Michigan enterró la segunda.

Con sus propuestas de redistribución de la riqueza y de reformas estructurales, Sanders ganó California, el estado más grande y progresista del país. Con microdonaciones de ciudadanos particulares ha demostrado que se puede competir sin la ayuda de las grandes corporaciones y de los multimillonarios. Pero nada de esto ha sido suficiente ni para ganarse a una mayoría de votantes ni para hacerse con la confianza del partido por el que se presenta.

El aparato del Partido Demócrata no se fía de él. "Los demócratas tienen que tener a un candidato demócrata", repite Biden en sus discursos, "un candidato a lo Obama-Biden", dice para presentarse como el candidato de la unidad y de la lealtad, tras medio siglo de militancia.

Sanders no inspira unidad y tampoco confianza. No es un hombre de partido, es independiente. Y sus promesas de acabar con los privilegios apuntan también al establishment demócrata.

Esa desconfianza se ha hecho evidente en las últimas dos semanas y es, en parte, responsable de la caída en picado de Sanders y de la resurrección de Biden, que a punto estuvo de quedarse sin fondos justo antes del 'Supermartes' tras tres derrotas consecutivas en Iowa, New Hampshire y Nevada.

Horas antes del 3 de marzo el aparato del partido puso en marcha su maquinaria política, económica y mediática para evitar la nominación de uno y garantizar la del otro. La renuncia repentina de la mayoría de candidatos convirtió la carrera en un duelo directo entre el senador y el ex vicepresidente de la era Obama.

En los últimos días, los medios de comunicación han comparado a Sanders con la invasión nazi a Francia (MSNBC), con el coronavirus (CNN), han retorcido su definición de socialdemócrata (Washington Post y New York Times) y le han equiparado a Trump en un sinfín de ocasiones con el fin de desacreditarle como candidato. A la vez, importantes figuras del partido han mostrado su apoyo, prácticamente unánime, a Biden.

Sanders ha fallado en sus cálculos electorales. No ha convencido dentro del partido ni ha arrasado fuera, su coalición multirracial no se ha volcado con él en las urnas. Las próximas horas van a ser decisivas para su candidatura. Tiene que decidir entre rendirse a la inercia que llevan las primarias o perseverar hasta que las matemáticas le den por muerto. Es decir, hasta que Biden consiga los 1991 delegados necesarios para ganar la nominación presidencial. Otro escenario en estos momentos parece una utopía más inalcanzable que las promesas de campaña del propio Sanders.

 
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