Ocio y cultura

'Todo esto existe': viaje a la intimidad del héroe anónimo y debut en la novela de Íñigo Redondo

Redondo, arquitecto de profesión, viaja a la Ucrania soviética de los años 80 para contar la historia de supervivencia de un director de instituto y una joven adolescente

Íñigo Redondo / Penguin Random House

Íñigo Redondo

Madrid

Tiene 44 años, es arquitecto, y acaba de publicar su primera novela, Todo esto existe, con un gigante editorial, Penguin. Seguramente, la historia de Íñigo Redondo (Bilbao, 1975) alimente estos días la esperanza de quienes, como hizo él, mandan su manuscrito a las editoriales esperando que alguien decida publicarlo.

¿Cómo ha llegado hasta aquí? "No tengo ni idea, porque al mismo tiempo que mandé la novela a Penguin se la mandé a otras muchas editoriales y recibí muchos mensajes plantilleros de vuelta, de esos de ‘no encaja en nuestra línea editorial’ o ‘no leemos manuscritos no solicitados’, y me acostumbré al rechazo. Hasta que un día me llegó un mail de Carme Riera diciendo que les interesaba la sinopsis y la muestra de escritura, que les enviara la novela completa y que me responderían en los próximos seis meses y, sin embargo, en tres días me dijeron que firmábamos y a mí se me caían los lagrimones. Estaba en el salón jugando con mi niña y, de repente, vi el mail en el móvil y fue como un pantallazo azul, ¿sabes?, como un error de Windows, no entendía nada".

Íñigo Redondo debuta en la novela, pero no en la escritura. Ha firmado un libro de relatos (Vías de contagio), otro de poesía (Horas) y una obra de teatro (Nosotros, vosotros, ellos). "Tengo un poco el rollo de que la historia debe mandar", dice, pero confiesa que esta es otra liga y que el momento es totalmente nuevo para él: "Soy arquitecto y mi negociado es otro, así que desconozco los procedimientos del mercado editorial. Es como si hubiera aterrizado en Saturno, no puedo evaluar el alcance de todo esto. Es todo loco, loquísimo".

Todo esto existe nació en la mente de su autor desde el final y, a partir de ahí, Redondo construyó la novela. "El motor es el final: en un determinado momento, en 2011 o así, entendí una serie de asuntos que me llevaron a la novela y que forzaron la necesidad de escribirla, y he ido un poco al revés, tenía intuiciones de una historia que terminaba así y busqué qué historia humana podría desembocar en ese final", explica.

Esa historia es la de Alexéi, que dirige un instituto en Ucrania, le acaba de abandonar su mujer y vive entregado al vodka y la depresión. Un día mira por la ventana de su despacho y se fija en una alumna del centro que permanece sola en el recreo y al margen de cualquier grupo. Se llama Irina, tiene 16 años y vive, usando un eufemismo para no destripar la novela, una situación complicada en casa. Ambos se encuentran y construyen un universo propio de cuya existencia ni siquiera ellos son muy conscientes. Redondo define su obra como una historia sobre "esos héroes cotidianos y anónimos que no salen en los periódicos y que te encuentras cada día en el metro a las seis de la mañana y que son mucho más heroicos que los que sí salen". Y, por otro lado, Todo esto existe "va de la mano de un intento de aproximarse a la intimidad de ese héroe anónimo". Cuenta Íñigo Redondo que visitó Kiev en 2011 y recuerda "esos lienzos infinitos de ventanas en las fachadas que se perdían en la niebla y, detrás de cada ventana, una intimidad auténtica, específica e inaccesible". La ambición de Todo esto existe, admite, "es acceder a eso".

Irina no quiere volver a casa y le pide a Alexèi que la "secuestre", que la deje vivir en su apartamento hasta que cumpla 18 años. Y esa convivencia entre el director de instituto con la autoestima por los suelos y su alumna adolescente y traumatizada, que Redondo podría haber contado como una historia de amor y sexo o de terror cotidiano, se convierte en una historia sobre los refugios que construimos para sobrevivir a lo que sucede fuera de esas cuatro paredes. "Hay un momento en el que la cámara se sitúa dentro de una vivienda y permanece ahí una buena temporada y ocurre", explica Redondo, "que si piensas en la Rusia pre Perestroika, en esa especie de mundo soviético en retirada, casi colapsando, pero en el que ese colapso casi forma parte del propio metabolismo social, los sucesos que ocurren son tan relevantes que una ficción muy pirotécnica, con personajes muy elaborados o situaciones extremas de terror cotidiano o sexo, casi devalúan el escenario. Creí más sensato quedarme un paso atrás y atender con verosimilitud a la situación que viven estas dos personas. En ese intento, introducir fuegos artificiales no me parecía sensato".

De ahí que ambos personajes construyan una especie de burbuja, como "una forma de aislamiento, que trata de preservar un ecosistema de cierta pureza, de protección, en medio de un mundo hostil. La realidad soviética es contundente, ahora la gente visita Rusia haciéndose selfis, pero en el 2011 yo sí percibí una herencia de la disolución del comunismo que tenía un saldo humano importantísimo y eso te traslada a una realidad con mucho peso, y lo que ocurre en esa casa es una especie de oasis dentro de todo aquello".

Hasta dónde llega el calor que perdemos, hasta dónde llega nuestra imagen en el paisaje, y a qué distancia nuestra silueta deja de serlo para convertirse en un trazo diminuto alzándose sobre el vértice en el que convergen las líneas pintadas en el asfalto (…) Hasta dónde llega el humano que somos. Dónde deja de estar. Dónde termina, escribe Redondo en las últimas páginas de la novela. Y explica que, en el fondo, lo que ha querido es hablar "de la historia de un lugar, que no es hablar de un país o de una cultura; cuando lees un libro de Historia, siempre hablan de personajes excepcionales, pero un Napoleón es una excepción dentro de la sopa que componemos los humanos que estamos en el planeta, la mayoría no vamos a salir en los libros de Historia y el título de la novela alude a esa realidad humana que desaparecerá, pero que constituye el material social del que está hecho el planeta Tierra. Y ese héroe anónimo, que tiene un valor incalculable, será pulverizado y engullido por la Historia".

¿Habrá segunda novela? "Estoy enredando siempre, pero no sé cuál será el formato, si serán relatos o una cosa más ambiciosa, estoy en ese momento de los diagramas de colores", contesta Redondo que, a pesar de las dudas sobre su futuro como novelista, sí tiene claro que pasa de las modas editoriales: "No termino muy bien de entender eso de la autoficción, mi vida no es interesante y no tiene sentido convertirme en el protagonista de nada. Cuando intento buscar algo que tenga pegada, no lo encuentro en mi vida, tengo una vida normal y corriente, no cazo mucho este asunto de la autoficción que está ahora mismo en el candelabro".

¿Ya tiene agente? "No, no tengo agente, no tengo nada, ayer recibí un mail de una traductora inglesa que había leído la novela y la quería traducir, y oye, alegría, pero de momento sigo al margen de estas historias".

 
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