Hernández Detectives: analógicos, de barrio y ajenos al procès
Rosa Ribas publica 'Un asunto demasiado familiar', una novela negra protagonizada por una familia de detectives en el barrio barcelonés de Sant Andreu
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Rosa Ribas / Klaus Reichenberger
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Madrid
Mateo Hernández es hijo de un emigrante de Almería que llegó a Barcelona a buscarse la vida con lo puesto y, cuando llegó, descubrió que la ciudad soñada no los estaba esperando, ni siquiera tenía un hueco para ellos. El padre de Mateo Hernández se sacó el graduado escolar por correspondencia cuando dejó la chabola en la que vivían mientras él, su hijo adolescente, tonteaba con la delincuencia y se metía en un atraco a mano armada que estará a punto de desgraciarle la vida. Ese chaval se convertirá después en detective privado. Se casará con una profesora de literatura en la universidad llamada Lola, con la que tendrá tres hijos: Nora, Amalia y Marc. Todos serán detectives, como él. Todos serán, con el paso de los años, miembros de Hernández Detectives, agencia y empresa familiar situada en un pequeño chalé que construyó el abuelo materno en el barrio de Sant Andreu, después de hacer las Américas. El primer mandamiento de la agencia es que nadie es inocente a priori y la certeza absoluta de que todo el mundo miente. El segundo, que a la familia no se la investiga. Y en ese universo transcurre Un asunto demasiado familiar (Tusquets), nueva novela de Rosa Ribas, primera de una serie con los mismos protagonistas.
Rosa Ribas (Barcelona, 1963), autora de El pintor de Flandes o La detective miope, explica que esta historia nació mientras paseaba con su marido, Klaus, y charlaban sobre la expresión "secretos de familia", cuando apareció la imagen de una familia de detectives especializada en los secretos de los demás, "mientras ellos no saben qué sucede en su propia casa".
Lo cierto es que, en Un universo demasiado familiar, Ribas torpedea la imagen de familia como lugar apacible y construye la idea de familia como gran mentira: "es una reflexión que hacen los personajes, qué poco sabemos de la gente más próxima a nosotros y, a veces, es mejor así, como si la transparencia y la sinceridad absoluta no nos convinieran". Porque la familia, dice la autora, es ese lugar donde "depositamos los afectos y las dependencias", y que "para proteger, a veces hay que mentir". Mateo Hernández tiene "una norma o mandamiento, que es que a la familia no se la investiga, porque ya sabes lo que te vas a encontrar y lo que sepas no puedes dejar de saberlo. La familia es una construcción complejísima en la que tenemos que respetar a veces esa regla de desconocimiento", añade Ribas.
La autora hace convivir en la novela varias búsquedas. La de un chaval que ha desaparecido de su casa y la de una de las hijas de la familia Hernández, Nora, también detective y la más brillante de todos en esta agencia familiar. Contratados para buscar a ese joven del barrio, los Hernández son incapaces al mismo tiempo de encontrar a uno de los suyos, lo que "se acaba convirtiendo en una indagación sobre su propia historia como familia". De alguna manera, en su búsqueda, los detectives buscan llegar a ese momento en que todo se fue a la mierda en su casita de Sant Andreu, en su pequeño universo familiar: "sí, es eso, buscan saber cuándo dejaron de ser una familia normal, y la conclusión es que no hay familias normales, todas son raras".
Y en esta familia de detectives, tan rara como cualquier otra, también hay espacio para la enfermedad mental. Lola, la madre, "es una mujer muy inteligente, es el cerebro a la sombra y es el corazón y la mente de la casa, es una mente privilegiada pero dañada". Ribas explica que quería escribir sobre la figura de una madre "a la que sus hijos adoran, era profesora en la Universidad, había estudiado y dio a sus hijos un bagaje que no tuvieron otros niños". Pero esa madre tiene días buenos y días terribles en los que bebe hasta desmayarse, en los que se encierra en habitaciones de las que tarda días en salir o en los que prepara comidas que acaban estrelladas contra la pared. Ribas dice que "quería mostrar cómo los hijos protegen la imagen de sus padres, esta lucha enconada de los hijos por salvar a sus padres, el esfuerzo de los hijos de padres averiados para defenderlos".
Y si la familia Hernández es rara, esta novela de detectives del siglo XXI también lo es, en parte. Ninguno de sus personajes es adicto a la tecnología, no usan aparatitos sofisticados en sus seguimientos, no tienen redes sociales, no ven la televisión y sólo aparece un mensaje de WhatsApp en toda la novela. Tampoco están politizados ni hay una sola alusión a la actualidad. En esta novela, Sant Andreu es una especie de burbuja a la que no llegan ni las tensiones políticas ni el procès. Ribas afirma que sus detectives son "analógicos y de barrio" porque "se mueven en un entorno casi pueblerino, sacan sus casos del barrio y en los barrios, las cosas se saben en el mercado o en el bar". Explica Ribas que el año real en el que transcurre la novela es 2015, y "cuando empecé a escribirla, (el procès) no era un tema tan agudo y quise mantenerme al margen". Pero la autora reconoce que en la siguiente entrega, a sus personajes “les tocará” vivir la situación política. Una situación que Ribas, que reside desde hace años en Fráncfort, Alemania, dice vivir "con mucho dolor y a veces con incredulidad porque no creo que lo que está pasando".