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Fados

Veinte años sin Amália Rodrigues, la diva que internacionalizó el fado portugués

La incomparable voz de la cantante sigue inspirado a estrellas como Ana Moura y Madona

Veinte años sin Amália Rodrigues / Francis Apesteguy (Getty Images)

Veinte años sin Amália Rodrigues

Lisboa

Hablar de fado es hablar de Amália Rodrigues, la diva portuguesa que hizo que el género más emblemático del país vecino se internacionalizara. La cantante de ojos tristes y una voz sin rival convirtió temas como Uma Casa Portuguesa y Lisboa não sejas francesa en clásicos y llevó las melodías de Alfama y la Mouraria a las esquinas más remotas del mundo. Hoy, al cumplirse 20 años de su muerte, la mítica fadista sigue siendo una referencia para estrellas como Ana Moura y la mismísima Madonna, que la cita como una fuente de inspiración para su último álbum.

La quinta de los nueve hijos de Albertino de Jesus y Licinda da Piedade Rodrigues, Amália nació en la pobreza más absoluta en el barrio lisboeta de Pena en 1920. La pobreza de su familia era tal que sus padres no se pudieron hacer cargo de ella, y se la dejaron a sus abuelos analfabetos, que se encargaron de criar a la pequeña. Su talento musical era evidente desde la más tierna juventud, cuando la niña entretenía a los habitantes de la zona cantando tangos y cánticos populares que aprendía escuchando la radio de una vecina.

Aunque Rodrigues amaba la escuela, a los 12 años tuvo que abandonar sus estudios y ponerse a trabajar para cubrir los gastos de su familia. Inicialmente trabajó de asistente en una panadería, finalmente acabó vendiendo fruta en el puerto, y cuando no había clientes, la joven tendía a cantar para los comerciantes vecinos. Éstos eventualmente insistieron en que ella se presentara a un concurso de cantantes de fado, pero su debut quedó cancelado cuando las otras participantes amenazaron con abandonar si eran obligadas a competir con semejante talento.

La voz del Estado Novo

La carrera formal de Rodrigues comenzó gracias a su primer marido, el guitarrista Francisco da Cruz, quien la descubrió cantando en su puesto en el puerto. Fue él quien la introdujo al mundo de las casas de fado, y aunque el amor entre ambos no duró, las lecciones musicales que aprendió a esa altura le duraron toda la vida. En poco tiempo perfeccionó su estilo característico y se hizo famosa tanto en el mundo nocturno de Lisboa como en la radio nacional.

La recién-inaugurada dictadura de António de Oliveira Salazar vio en el fado un género auténticamente portugués y popular, y decidió hacer de él la música oficial del régimen del Estado Novo. Las autoridades censuraron los temas con letras excesivamente sexuales o políticamente subversivas, y promocionaron otras que reflejaban los valores de un pueblo “orgullosamente humilde” y resignado a su destino. Muchas de las canciones cantadas por Rodrigues encajaron dentro de los parámetros marcados por el régimen, entre ellas Uma Casa Portuguesa, que celebra “la dignidad de la pobreza” de los portugueses.

A través de la radio lusa Amália conquistó Portugal, y durante la Segunda Guerra Mundial realizó grandes giras por la neutra España y Brasil, donde las poblaciones locales también se rindieron ante su maravillosa voz. Acabado el conflicto, la diva partió en varias giras adicionales, entre ellas una decisiva por Estados Unidos, donde consolidó su estatus como una verdadera estrella musical.

La fama de Rodrigues en el extranjero hizo que se tornara intocable en Portugal, y ese estatus le permitió desafiar al régimen salazarista en numerosas ocasiones. Aunque la cantante nunca manifestó su oposición a la dictadura, donó grandes cantidades de dinero a las familias de los presos políticos y a figuras ligadas al Partido Comunista Portugués. Simultáneamente, abrió el salón de su casa a los indeseables del régimen: izquierdistas de todo tipo, homosexuales, libertinos… Todos eran bienvenidos, siempre y cuando venían para pasar un buen rato charlando entre amigos.

Exilio y apogeo

Pese a este apoyo hacia quienes se oponían al régimen, cuando triunfó la Revolución de los Claveles en 1974 Rodrigues fue tachada de simpatizante de la dictadura, y las nuevas autoridades prohibieron la emisión de su música en la radio lusa. Incapaz de encontrar sitio donde dar conciertos, la diva fue obligada a emigrar, y durante un largo periodo se asentó en París, ciudad que la acogió con los brazos abiertos. La cantante exiliada se convirtió en un éxito enorme en Francia, donde eventualmente fue nombrada dama de la Legión de Honor.

Pasado el fervor posrevolucionario, Rodrigues pudo volver a su Portugal natal, que la condecoró con la Orden del Infante D. Henrique. Aunque fue un proceso lento, poco a poco el fado de la cantante volvió a ser escuchado, y a tornarse popular entre nuevas generaciones de lusos. Cuando murió el 6 de octubre de 1999 había pasado a ser una figura casi mítica para sus conciudadanos, y cientos de miles de personas acudieron a su funeral en el Cementerio dos Prazeres. Dos años después, la Asamblea de la República autorizó su traslado al Panteón Nacional, donde actualmente reposa, sepultada entre presidentes de la República y héroes de la patria portuguesa.

En el vigésimo aniversario de su muerte, Rodrigues parece tener aun mayor relevancia, pues es citada constantemente como una fuente de inspiración para las grandes estrellas de la música contemporánea. En Portugal no hay fadista que no hable de la diva con un tono de reverencia absoluto, y en el extranjero Madonna la cita con frecuencia cuando toca explicar quién inspiró su nuevo álbum, Madame X. La Reina del Pop confiesa estar obsesionada con la cantante, y durante el periodo reciente que pasó en Lisboa se esforzó por conocer el entorno de Amália e incluso entablar una amistad con su hermana, Celeste.

Paradójicamente, el aniversario de la muerte de la cantante sirve como pistoletazo de un año de celebraciones ligadas al centenario de su nacimiento. Durante los próximos 12 meses hay distintas exposiciones, conciertos y espectáculos teatrales programados, los cuales servirán para recordar la fadista con la voz eterna.

 
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