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Dictadura

La tumba anónima del dictador António de Oliveira Salazar

Mientras el Constitucional debate si el cadáver de Franco debe salir del Valle de los Caídos, el dictador portugués lleva casi medio siglo enterrado en una tumba sin nombre en un cementerio rural

La tumba de Oliveira Salazar en Vimieiro.(CADENA SER)

Lisboa

El dictador portugués António de Oliveira Salazar (1889-1970) detestaba la atención pública. Durante los 40 años que encabezó el régimen del Estado Novo, el mandatario –un austero catedrático de Economía de la Universidad de Coimbra– insistió en mantener un perfil discreto, y a diferencia de otros dictadores, se negó a crear un culto de personalidad en torno a su figura. No permitió que su imagen figurase en las monedas o los sellos de Portugal, y se opuso a que se erigieran estatuas o nombraran calles en su honor.

Cuando su Gobierno insistió en nombrar el nuevo puente sobre el Tajo en su honor en 1966, Salazar se mostró profundamente irritado, hasta tal punto que denunció el gesto durante el acto de apertura de la infraestructura. Desde el palco montado en la entrada del ‘Puente Salazar’, el dictador afirmó que era demagógico dar el nombre de una personalidad viva a una obra pública y, reflexionando sobre lo rápidamente que cambia la perspectiva de la sociedad, auguró que en poco tiempo la construcción tendría otra denominación. Así fue: ocho años después tuvo lugar la Revolución de los Claveles, y uno de los primeros actos del Gobierno Provisional fue cambiarle el nombre al puente, que pasó a conocerse como el 25 de abril en honor a la fecha del golpe militar que tumbó el régimen autoritario.

Dado el poder absoluto que ostentó durante cuatro décadas, Salazar podría haberse construido un mausoleo monumental –como el que actualmente acoge el cadáver de Francisco Franco en el Valle de los Caídos, o el de Mao Zedong en Pekín–. Igualmente, podría haber exigido ser enterrado junto a figuras históricas como Vasco da Gama o Magallanes en el Monasterio de los Jerónimos, o sepultado en el Panteón Nacional, donde reposan los restos de los ex presidentes Sidónio Pais y Óscar Carmona.

Al final, sin embargo, Salazar optó por la discreción incluso a la hora de su entierro, e insistió acabar en el cementerio local de Vimieiro, la pequeña aldea en la que nació. El dictador está enterrado ahí desde que murió en 1970, en una tumba completamente anónima, indistinguible de las ocho que posee su familia en el pequeño campo santo. Lo único que delata la presencia del mandatario entre los aldeanos comunes es una placa colocada por un nostálgico en una tapia cercana, en la que se lee la frase, “Errar es humano, pero hasta la fecha fue el mejor estadista y el más honesto de todos los gobernantes de Portugal”.

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El dictador sigue siendo recordado

A diferencia del Valle de los Caídos y del mausoleo de Benito Mussolini en Predappio, Italia, la tumba de Salazar en Vimieiro apenas atrae visitantes. Sin monumento visible, no tiene mucho sentido organizar concentraciones ultras a un campo santo en el que ni se sabe cuál es la tumba que contiene los restos del mandatario. El dictador que admitía sentir pánico cuando se veía obligado a comparecer ante grandes masas ha conseguido librarse del público que tanto le enervaba.

Leonel Gouveia, el alcalde de Santa Comba Dão –el municipio bajo cuya jurisdicción cae el cementerio de Vimieiro–, afirma que el hecho que Salazar optase por un sepulto discreto ha ahorrado “dolores de cabeza” a largo plazo.

“Está en un campo raso, como cualquier otro aldeano, y no existen las condiciones para organizar peregrinaje. No hay monumentos –en Portugal los pocos que habían fueron eliminados inmediatamente después del triunfo de la Revolución de los Claveles–, y eso ha evitado que tengamos problemas en este sentido”.

Si bien no hay monumentos que conmemoren la figura de Salazar, en Vimieiro la avenida principal lleva su nombre, y en Santa Comba Dão hay una plaza que le reconoce como un destacado “profesor universitario y estadista” local.

La Avenida del dictador en su aldea natal.

La Avenida del dictador en su aldea natal.

En los años 70 también hubo una estatua de bronce del dictador colocada ante el Tribunal de la villa, pero desapareció al ser dinamitada por los ciudadanos después de la Revolución. Sin embargo, alguien rescató la cabeza de la misma, y actualmente está expuesta en un lugar de honor el salón principal un restaurante local. No parece incomodar a los locales; de hecho, la corporación municipal suele almorzar ahí con cierta frecuencia, bajo la mirada atenta del rostro del dictador de bronce.

Gouveia dice que hay algún que otro vecino que defiende la figura del dictador, pero opina que es menos porque apoyan las políticas de su régimen y más porque sienten orgullo del vecino que llegó a gobernar el país. El propio autarca admite tener una “visión mixta” de Salazar. “Desempeño un papel fundamental y logró reestablecer el orden después de los años de caos social que se vivió en este país durante la primera República. Es innegable que trajo disciplina y rigor a las finanzas públicas, pero también utilizó su poder para crear la policía secreta y reprimir al pueblo”.

El alcalde subraya que Salazar tenía una visión paternalista del pueblo portugués, y que llegó a frenar el progreso y vetar la construcción de fábricas en zonas como Santa Comba con el fin de mantener el carácter pastoral de la zona. “La Citroën estuvo a punto de instalar sus fábricas aquí y él les dijo que no porque no. Mucha gente terminó por pasar hambre porque él quería que su aldea siguiera justo como él la recordaba”.

“Tampoco podemos olvidar la Guerra Colonial, en la que murieron tantos, y los horrores cometidos en las cárceles del Régimen. Fue un periodo en el que nuestras tasas de analfabetismo eran altísimas, un tiempo en el que hubo hambrunas”.

Polémico Centro de Interpretación

Gouveia ha recibido críticas por el Centro de Interpretación del Estado Novo que pretende instalar en la antigua escuela de Vimieiro, a escasos metros de la casa natal del dictador, donde alguien ha colocado una placa que reza, “Aquí nació un señor que gobernó sin robar nada”.

Leonel Gouveia, alcade de Santa Comba Dão.

Leonel Gouveia, alcade de Santa Comba Dão.

El mes pasado varios periódicos acusaron al alcalde de querer abrir un ‘Museo Salazar’ que realzaría la figura del líder autoritario, y la presión mediática fue tal que la Asamblea de la República aprobó una moción de condena de su proyecto. Posteriormente, sin embargo, la revelación de los planes que detallan el contenido del Centro –que aboga por una presentación factual de la vida durante el salazarismo “con todas sus luces y sombras”– ha hecho que varios partidos rectifiquen su oposición y acepten la legitimidad del proyecto museístico.

Gouveia revindica la creación de un Centro en el que el régimen sea “retratado fielmente, de manera factual, para que los visitantes puedan verlo todo y llegar a sus propias conclusiones. Queremos que nuestro museo funcione en conjunto con otros centros cercanos, como el de Aristides de Sousa Mendes, el diplomático portugués que salvó la vida de miles de judíos durante el Holocausto, cuya mansión se encuentra a apenas 20 kilómetros de distancia de aquí”.

“No tenemos el menor interés en construir un santuario para Salazar, pero tampoco pensamos que se tiene sentido crear un museo con una perspectiva fijada de antemano, santificando o demonizando una figura histórica. En vez, tendremos paneles y exposiciones que lo muestren todo. En vez de esconder lo que hizo el régimen vamos a contarlo, para que la gente sepa exactamente lo que pasó”.

 
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