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Margaret Atwood: ''Espero que El cuento de la criada se quede en una distopia"

La escritora ha presentado en Londres la segunda parte de su novela, adaptada a serie de HBO, y titulada 'Los testamentos'

CEDIDA

Hace 33 años, la escritora canadiense Margaret Atwood empezó a escribir esta distopía, 'El cuento de la criada' en su traducción al castellano. Adaptada sin éxito al cine o la ópera, se convirtió en todo un fenómeno cuando la plataforma estadounidense Hulu la convirtió en serie de televisión. Ha sido la serie distópica de cabecera de los últimos años, coincidiendo con las luchas del feminismo, que han cobrado mayor protagonismo en estos tiempos.

Ahora la escritora canadiense publica su esperada y secretísima segunda parte, Los testamentos, en la editorial Salamandra. En una rueda de prensa en Londres decía que espera y desea, que esta nueva novela, así como la precuela, solo sea "una distopía y no se haga real nunca.

Los testamentos es una de las novedades editoriales más esperadas, en un acto en la Biblioteca Británica de Londres, el mismo día que el libro se publica en inglés y antes de su aparición en español este jueves, la escritora hablaba de feminismo, de la situación de las mujeres y también del éxito que ha cobrado su obra con la serie de televisión. En esta secuela explora el principio del fin de Gilead, el régimen imaginario que en la primera entrega rige Estados Unidos, donde se subyuga y esclaviza a las mujeres.

Recordamos que El cuento de la criada nos inducía en una sociedad surgida tras el golpe de Estado en la democracia más poderosa del mundo. EE. UU. había pasado a ser una teocracia. Sin Constitución, sin Congreso y sin libertad, se instaura una dictadura que recupera el puritanismo de siglos anteriores donde la mujer es anulada y despojada de cualquier derecho. No pueden trabajar, no disponen de su dinero y son reclutadas según su fertilidad.

"Me he dado cuenta de que en lugar de alejarse del universo de Gilead, el mundo avanza hacia allí", argumentaba Atwood así su decisión de volver tres décadas después al tema de su libro. Dice la autora que no pretendía hacer una repetición de lo narrado, ni tampoco una novelización de la exitosa serie, con la que, sin embargo, comparte algún rasgo, según admitía la propia escritora. Las siguientes temporadas de esta serie, protagonizada por Elizabeth Moss, ya no se basan en la novela de la autora.

A diferencia de El cuento de la criada, narrado por su protagonista Defred, Los Testamentos cuenta con tres narradoras, la cruel tía Lydia del primer libro, que ofrece su perspectiva como parte del régimen; la hija de una notable familia de la clase dominante y una joven del país vecino, Canadá, que lo analiza desde fuera.

Preguntada por los asistentes, Atwood dijo que entiende por qué hay mujeres que en protestas feministas en todo el mundo se visten como los personajes de sus libros -donde cada mujer lleva un color según su propósito social-, pero subrayó que son cosas que escapan "al propio control".

"Entiendo que es una buena táctica, porque el vestido envía un mensaje de una manera pacífica, y, además, como es modesto, no pueden echarte" de los sitios, decía. Algo que, según la autora, no ocurriría si viviéramos en una sociedad justa e igualitaria, donde las mujeres no vieran violados sus derechos, como ha ocurrido últimamente por ejemplo con la ley contra el aborto en EE. UU.

La portada de la novela ya había causado revuelo. La serie había hecho del hábito de los personajes todo un icono. Vestimenta roja con cofias blancas, que recordaban a algunos uniformes que veíamos en cuadros de Vermer. En Los Testamentos se muestra una mujer con un hábito verde, frente al rojo que llevaba Defred en su condición de sierva sexual, lo que indica, como confirmaba Atwood, que se introducen nuevos personajes.

La presentación de Los Testamentos, publicado en español por Salamandra, ha estado precedida de un gran secretismo, roto cuando hace unos días la empresa estadounidense Amazon vulneró el embargo sobre la difusión del libro, al enviarlo por error a cientos de clientes.

Tal era el misterio que rodeaba la novela que solo unas pocas personas pudieron leerla con antelación -previa firma de un estricto contrato de confidencialidad-, incluidos los jueces del premio literario británico Booker, por el que compite la obra de la canadiense.

 
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