Internacional | Actualidad
Holocausto judío

"No puedo olvidar ni perdonar, pero no odio. La palabra odio para mí no existe"

En el Día Internacional de la Víctimas del Holocausto hacemos memoria con un superviviente del campo de exterminio de Auschwitz.

Jacobo Drachmann en un momento de la entrevista en el Centro Sefarad de Madrid / Rafa Panadero

Jacobo Drachmann en un momento de la entrevista en el Centro Sefarad de Madrid

Madrid

Jacobo Drachman tenía sólo 4 años cuando los nazis tomaron su ciudad, Lodz, en Polonia. Él ni sabía que era judío, pero fue recluído con sus padres en el guetto, donde malvivió hasta su traslado a Auschwitz. Salvó su vida porque se cambió de fila en el momento justo, casi como si fuera un juego. Después vio quemar gente en los crematorios, "como pizzas", pero resistió. Cuando se cumplen setenta y cuatro años de la liberación del mayor campo de exterminio nazi, visita Madrid invitado por la Casa Sefarad y cuenta a la Cadena SER lo que vivió allí dentro: "Se lo prometí a mi padre".

Resumen entrevista a Jacobo Drachmann, superviviente de Auschwitz

04:00

Compartir

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

¿Qué es lo primero que recuerda de su infancia?

Era muy travieso. Recuerdo que mi abuelo era rabino y los sábados nos sentábamos más de sesenta personas en la mesa. Un día me metí debajo de la mesa, agarré un martillo y le pegué en el pie a mi abuelo. Pobre hombre. Se levantó gritando, me agarró... pero me comió a besos. Todo eso cambió cuando tenía 4 años.

¿Recuerda qué pasó cuando los nazis llegaron a su ciudad?

Un día estaba jugando a la pelota con mis amiguitos en un patio entre las casas. Hubo una pelea entre unos niños y yo me arrimé para separarlos. Uno se volvió y me dijo “judío sarnoso”. Yo ni sabía que era judío, todos éramos niños polacos. Me levantó de una patada en el estómago. Todos se reían... Ese día dejé de llorar.

¿Cómo cambió su vida a partir de entonces?

Desde ese día vi colgar gente, vi matar gente a golpes… Ya no me importó nada. Ahí cambió mi vida. Me metí en casa y no salí más hasta que una noche llegaron los alemanes. Yo les llamaba los "patos verdes" porque caminaban como patos con su uniforme verde. En los desfiles, mientras los polacos les tiraban arroz, los judíos lloraban. Nos pusieron en fila con otros judíos y nos llevaron a una plaza. No pudimos coger nada. Nos dieron un número con un papelito y nos dijeron que era nuestra nueva dirección provisional. Estábamos en el guetto, ya estábamos encerrados.

¿Cómo era la vida allí dentro para un niño de 4 años?

Para que se haga una idea: un día entraron allí los alemanes y empezaron a meter a las personas en camiones, Yo me asomé desde la azotea para ver qué pasaba hasta que un alemán me vio. Sacó su luger y me la puso en la cabeza. "¿Qué hacías ahí?". Le dije que buscaba un gato porque tenía hambre. Él sonreía, casi no hablaba. Era de la Gestapo, vestido de negro. Yo no sabía qué hacer, pensé que era lo último que iba a ver en mi vida, que ése era mi destino. Le abracé, le besé lo botones, le besé el uniforme, le besé la mano, le besé la pistola... Me apartó, gritó "¡chico cerdo!", y se empezó a reir. En ese momento alguien dijo que los camiones ya estaban llenos, y se marchó. Eso era el guetto.

De allí fueron trasladados a Auschwitz.

A mí me sacaron con mis padres y un grupo de unas 500 personas que trebajaban en una fábrica de metales. Yo cerré el guetto, cuando salimos ya no quedaba nadie, se habían llevado a todos. No sabíamos donde íbamos, creíamos que nos llevaban a Alemania para construir una fábrica. Cuando después de toda una noche se abrió el vagón de mercancías en el que viajábamos, vimos que no era así.

¿Cómo fue su llegada?

Un infierno. Nos tiraban de los pelos, nos daban golpes por todos lados… Mi madre quería que fuera con ella, pero me agarré a la mano de mi padre y dije que no iba. A los niños que fueron con las mujeres no les vi más, se fueron donde estaban las chimeneas.

¿Se pudo quedar con su padre?

De primera no. Un alemán me saca de la fila y me manda a la izquierda, donde estaban los enfermos, los inválidos, los que llevaban gafas y los pelirrojos. No sé qué tenían los nazis con los pelirrojos, los odiaban. Tampoco sé por qué me odiaban a mí.

Esa fila va hacia las chimeneas. Veo que la cosa está fea, porque yo camino con gente inválida y mi padre, no. Nos paran y dicen que mi fila va por otro sitio, al que llamaban “el camino al cielo”. Se puede pensar que es algo bueno… ¡pero era el camino al cielo!

Veo que el alemán mira hacia otro lado; pego un salto a la otra fila y los mayores me esconden. Yo entré en Auschwitz de contrabando, no quedé registrado en ningún sitio, me daban por muerto. Tanto es así que en el juicio que hubo después, no me creían, me decían que tenía que demostrar que de verdad había estado allí.

¿Dónde iba esa otra fila?

Nos llevaron a otra sala donde pasamos un día entero de pie, desnudos. Después vino un alemán y nos dijo: “Ustedes van a entrar por ahí y van a salir por la chimenea, en diez minutos están todos muertos”. La gente se caía al suelo, se ponía a rezar, lloraba. Mi padre me dio un trozo de pan que le quedaba y para que comiera y me callara. Me dijo "Presta atención, mira lo que nos hacen y si quedas vivo, cuéntalo". Se lo prometí. Me lo pidió muchas veces.

Pero no les mataron

Nos cortaron el pelo y nos metieron desnudos en un cuarto, pero en lugar de salir gas, salió agua. Nos lavaron, nos dieron un pijama que a mí me venía muy grande, un par de zapatos de madera y nos llevaron a una zona donde habían estado los gitanos. Ya no quedaba ninguno.

¿Entonces tenía sólo 9 años?

Era como si tuviera quinientos, por las cosas que ya había visto. Había alambres de púa con electricidad y muchos judíos se tiraban allí arriba porque no querían sufrir más. Tremendo. Eso era normal, era lo que me había tocado a mí, pero yo veía a un alemán y le decía “tú vas a morir y yo voy a vivir; yo voy a salir”. Ésa era mi fuerza.

Creo que tuvo un encuentro con Josef Mengele. 

Sí, le vi de frente, al llegar, pero yo no sabía que era él. Un hombre joven, apuesto, parecía bonachón, de treinta y tantos. Después juré agarrarlo si quedaba vivo. Quedé vivo y no lo agarré. Agarramos a otros, pero a él no.

Después de  Auschwitz vinieron dos campos más

Pasé también por Stutthof y por Dresden. Vi quemar gente, estuve dentro de un crematorio porque me pusieron a trabajar allí, comprobando el estado de las paredes. Vi como les quemaban, iban como pizzas para dentro después de salir de la cámara de gas. Cuando se abrían los portones de las cámaras se les veía ya muertos, abrazados, y nos los traían al crematorio.

¿Cómo recupera una vida normal un chaval de 10 años después de vivir algo así?

Lo primero que hice cuando me liberaron fue robar un caballo y echar a correr por los campos para sentirme libre. Después lo devolví.

¿Cómo fue después la relación con su padre?

Yo no quería a mi padre, casi no le conocía. Yo era un salvaje. En los campos mi padre me mandaba a robar, me pedía que trajera algo de comer porque nos íbamos a morir. Primero mendigué, pero me rompieron los huesos y tuve que robar. Así nos salvamos: yo le ayudaba a él, y él me ayudaba a mí.

¿Qué significa para Usted la palabra “perdón”? ¿Se puede perdonar?

Yo, no. No puedo olvidar, no puedo perdonar, pero no les odio. La palabra odio para mí no existe. Cuando doy charlas en colegios les pido eso a los muchachos: no perdonen, no olviden, pero no odien. Ellos son los que odian, nosotros no odiamos.

¿Corremos el riesgo de que se olvide lo que pasó?

Todo lo que me pasó a mí le puede pasar a cualquiera; y pasa. Hay que abrir la puerta para el amor, pero con cuidado porque el odio se mete por la ventana. A los jóvenes hay que contarles la verdad, pero decirles que no odien.

Decía que aquel día que le llamaron "judío sarnoso", dejó de llorar. ¿Ha vuelto a llorar?

La primera vez que lloré fue cuando nació mi primera hija. Que de esta hoja muerta arrastrada salga una belleza como mi hija… Sí lloré, fue algo increíble.

El libro que publicó con sus recuerdo en 2006 se llamaba precisamente "Lágrimas Secas"

Porque a veces lloro pero no siento nada. El libro no quiero ni verlo más, ni lo vendo, lo regalo a instituciones. Me siento bien sin ganar dinero con el Holocausto.

Rafa Panadero

Rafa Panadero

Ha desarrollado casi toda su carrera profesional en la Cadena SER, a la que se incorporó en 2002 tras...

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00