En la piel del enemigo
La historia de Salomón Perel es diferente. Él no estuvo en un campo de concentración, no fue torturado, no viajó en un tren de ganado ni entró en una cámara de gas. Sally, para sobrevivir, se metió en la piel del enemigo.
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"El proceso de trasformación de un niño judío a un joven nazi fue muy rápido", cuenta Sally que relata su historia para alertar a los jovenes de los peligros de la ultraderecha.(Getty Images)
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Madrid
“Esa sensación de unir al judío y al nazi en un solo cuerpo, víctima y victimario a la vez, me sigue acompañando hasta el día de hoy. Nunca volveré a ser el Sally que un día salió de la casa de sus padres”. Estas palabras las pronuncia un hombre de 94 años que conserva la energía necesaria para viajar desde Israel a Madrid con el único objetivo de contar a los alumnos del colegio alemán su historia.
El relato de Sally empieza en Alemania donde nació en 1925. “Tuve una infancia feliz hasta que en enero del 33 llegaron los nazis al poder. Por ser judío, me expulsaron del colegio y esa fue la experiencia más traumática de mi infancia”. En 1935, para huir del régimen nazi, los Perel decidieron emigrar a Polonia, a la ciudad de Lodz de donde era originario el padre. Pero en 1939 Hitler invadió Polonia y, tras cuatro meses de ocupación, Alemania proclamó que todos los judíos debían abandonar sus casas e ir al gueto. Sally tenía 14 años, su hermano mayor 30 y los padres decidieron que intentaran huir hacia el este, hacía la zona soviética. “Ellos sabían que nunca más nos íbamos a volver a ver, yo no, de haberlo sabido no me habría ido”.
“Tú tienes que vivir”
“Quiero recordar las palabras de despedida de mis padres porque hasta el día de hoy tienen una importancia fundamental para mí”, nos dice Salomón. Mi padre, que era muy religioso, me dijo que pasara lo que pasara no nunca tenía que olvidar que era judío. Mi madre añadió, “Sally te tienes que ir porque tú tienes que vivir”. Es decir, mi madre me dio esa orden, “Tú tienes que vivir”.
Los dos hermanos lograron cruzar a la zona soviética, en el este de Polonia pero ahí les separaron y Sally fue enviado a un orfanato ruso en Grozdno donde, durante dos años, le adoctrinaron en el socialismo internacional. “No me podía ni imaginar con qué otra ideología me iba a encontrar un poco más tarde” y es que el 22 de junio de 1941 Alemania también invadió la URSS.
“Yo no soy judío”
Ese día del mes de junio todos los niños del orfanato fuimos despertados para que huyéramos en dirección a Minsk, esa huida fue el infierno en la tierra, sigue contando Sally. El ejército alemán acabó cercándonos y nos mandaron hacer filas muy largas en medio de la nada. Nos interrogaban uno a uno y a todos los judíos los enviaban a una zona del bosque para matarlos. “Yo sabía que llegaba mi turno, estaba seguro de que me esperaba la muerte. Estaba temblando y un soldado alemán me pregunto ¿eres judío? Recordé las palabras de mi padre y las de mi madre. Mi cabeza era un caos y pensé que quería seguir viviendo. Con voz firme le dije al soldado: No, yo no soy judío, soy alemán de origen”.
Y me creyó, dice Sally, eso fue un milagro porque a todos los hombres les pedían que se bajaran los pantalones para comprobar si estaban circuncidados. Y a mí me creyó, no me mandó que me bajara los pantalones para comprobar mis palabras. A continuación le dieron un uniforme y empezó a servir en el ejército alemán como intérprete ruso-alemán. Tenía 16 años. A partir de ese momento la circuncisión iba a ser su peor pesadilla en los próximos años. “Fue un gran problema para mí. Piensen en las duchas, los baños, las revisiones médicas… Aún recuerdo cómo intentaba a toda costa reconstruir ese pedacito de piel para no ser descubierto. Lo intentaba con hilos, con vendas, con todo lo que se pueda imaginar pero todos los intentos fracasaron.
En las Juventudes Hitlerianas
Sally estuvo varios meses en el frente hasta que un oficial de alto rango decidió enviarlo a un internado de las juventudes hitlerianas en Alemania. “Allí me convertí en un nazi. Llegué a estar convencido de que la teoría de las razas era la correcta. Esa teoría se basaba en el odio hacia los judíos y eso provocó que yo empezara a odiarme a mí mismo. El proceso de trasformación de un niño judío a un joven nazi fue muy rápido y me convertí en un patriota del Tercer Reich”.
Y eso iba unido a la añoranza de los suyos, de sus padres. El caso que había en la cabeza de ese adolescente se evidencia cuando nos cuenta cómo pasó la navidad de 1943. “Cuando nos dieron las vacaciones pedí un salvoconducto para viajar a Lodz. Llegué hasta la alambrada del gueto con mi uniforme negro de las juventudes hitlerianas y las cruces gamadas. Había un tranvía que cruzaba el gueto sin hacer paradas, nadie podía subir ni bajar. Me subí y lo que vi es indescriptible. “Había cadáveres congelados en las calles y pensaba… puede ser mi madre, puede ser mi padre. Pasé los doce días de mi permiso cogiendo los tranvías que atravesaban el gueto. Me sentía más cerca de ellos. Nunca vi a mis padres”.
Su padre murió de hambre en el gueto, su madre fue gaseada y su hermana, ejecutada en una de las marchas de la muerte. Tras la guerra se reencontró con su hermano y durante 40 años Fue incapaz de contar lo que había vivido. Ni siquiera a su mujer, ni a sus hijos. En los años 80, poco antes de entrar en un quirófano para ser operado del corazón decidió explicarles quien fue y cómo pudo sobrevivir al holocausto.
Después de tan largo silencio, decidió hablar y no ha dejado de hacerlo. Escribió un libro, "Tú tienes que vivir", y aún hoy con 94 años sigue viajando por el mundo para explicar a los jóvenes su experiencia, para prevenirles contra el fascismo y las ideas de ultraderecha que hoy vuelven a renacer con fuerza en Europa.