La joya oculta en la periferia parisina que guarda la historia de Francia
La localidad de Saint Denis suele aparecer en los medios por temas relacionados con drogas, delincuencia y, últimamente, terrorismo pero hay un lugar de visita obligada para quien visite los alrededores de París
París
La ciudad de Saint Denis, al norte de París, es conocida por haber servido de guarida a los terroristas del 13 de noviembre y es la capital del departamento más pobre de Francia, pero esconde en su seno una joya gótica que refleja la historia del país.
Parece improbable que sea este el lugar que haya que visitar para descubrir no solo el pasado del país, sino la obra precursora del arte gótico: la Basílica de Saint Denis, con estatuto de catedral desde 1966, guarda los restos de 43 reyes, 32 reinas, 10 servidores de la monarquía y 60 príncipes y princesas. Entre ellos, los de Luis XVI y María Antonieta, decapitados por los revolucionarios en 1793. Por poco, el cuerpo de Napoleón Bonaparte no acabó también ahí.
"Uno puede sorprenderse de que a seis kilómetros al norte de París se hayan enterrado la mayor parte de reyes y reinas de Francia. Es el resultado de la voluntad de los monjes y del azar de la historia", dice el administrador del monumento, Serge Santos.
El lugar era en su origen un monasterio que albergaba la sepultura de Saint Denis (San Dionisio), martirizado en torno al año 250 después de Cristo, que creció gracias al apoyo de merovingios y carolingios, muchos también enterrados allí.
En el siglo XII, gracias al empeño del abad Suger, consejero real, comenzó a construirse la basílica que, con más o menos restauraciones, ha llegado a nuestros días. "Los reyes creían que el cuerpo de San Dionisio los protegería en la batalla y los llevaría al Paraíso tras la muerte", narra Santos.
Pero Saint Denis era también un lugar de intelectuales. Los monjes escribieron allí a partir del siglo XII las primeras crónicas de los reyes de Francia. "Lucerna" (la linterna), como la llamaban en el siglo XIII por su luminosidad, era además un referente arquitectónico gótico gracias a la riqueza de la abadía, que atrajo a los mejores arquitectos de la época, que instalaron vitrales más coloridos y grandes que los realizados hasta la fecha.
Pero con la Revolución Francesa en 1789 y la necesidad de romper con el pasado, el Gobierno provisional ordenó fundir los monumentos de bronce y metales para hacer balas, por lo que se desmontaron buena parte de las tumbas.
El resto fue destruido en 1793 y algunos cuerpos, en perfecto estado de conservación, fueron exhibidos durante días, como el de Enrique IV. Los revolucionarios se llevaron su cabeza, que vagó durante 200 años entre relicarios y cazadores de tesoros hasta que en 2010 las pruebas científicas demostraron que el cráneo momificado que un hombre decía tener guardado en su armario era en efecto el del primer rey Borbón de Francia.
Ahora, en la cripta, una exposición repasa la historia de su restauración en el siglo XIX, impulsada por Napoleón Bonaparte para reconvertirla en la Iglesia del Imperio. La reforma fue dirigida por el menospreciado arquitecto romántico François Debret, que dimitió tras 30 años de obras al ser considerado culpable del hundimiento de la torre norte, cuya reconstrucción comenzará en 2020.
La cripta y los cuerpos de los reyes, que habían sido depositados en una fosa común, volvieron a ser colocados a partir de 1805, así como los de María Antonieta y Luis XVI y el corazón de su hijo, Luis XVII. Luis XVIII fue el último monarca sepultado allí.
"Napoleón había decidido ser enterrado en la cripta principal. Así estaba previsto hasta 1815", recuerda el comisario de la exhibición "El esplendor reencontrado de la Basílica de Saint Denis", Jean-Michel Leniaud, que explica que esta voluntad no se cumplió "por circunstancias" del contexto político del siglo XIX.
A partir de 1885, el Panteón de París pasó a ser el edificio donde se honraba a los grandes hombres de la República, y la basílica quedó relegada al culto y a alguna estrambótica misa que aún se celebra en recuerdo a los Borbones guillotinados.
En la ciudad, los vecinos asumen con orgullo su pasado y su basílica, que algunos musulmanes frecuentan como lugar de meditación. Mientras tanto, no es inusual que incluso muchos franceses se sorprendan al descubrir lo que esconde esta localidad, que solo sale en televisión cuando se habla de droga, delincuencia y, últimamente, terrorismo.