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Conflicto árabe-israelí

"No fui entrenado para disparar a niños palestinos con mochilas escolares que lanzan piedras"

El testimonio de medio centenar de soldados israelíes que sirvieron en la ciudad palestina de Hebrón

Unos niños sostienen la bandera palestina mientras son evacuados después de que su escuela haya sido demolida en Yatta / HAZEM BADER (Getty Images)

Jerusalén

Violencia innecesaria contra palestinos, abuso de poder, relación excesivamente cercana con los colonos israelíes u órdenes cuestionables de sus superiores que acataron sin dudar: es lo que denuncian medio centenar de soldados israelíes que sirvieron en la ciudad palestina de Hebrón, un punto especialmente problemático del sur de Cisjordania. En el centro histórico de esta localidad, unos 800 colonos se han instalado desde hace años en asentamientos, movidos por razones religiosas o nacionalistas y viven entre 35.000 palestinos y protegidos por el ejército israelí.

Dean Issacharoff, de 26 años, pasó varios meses en Hebrón en 2014. Su testimonio está repleto de momentos concretos que parecen perseguirle hasta hoy. Cuenta, con voz entrecortada, cómo amenazó de muerte a un joven palestino que se resistía a ser esposado tras lanzar piedras a los soldados o cómo casi dispara a una anciana palestina inofensiva durante una redada o cómo arrestó a niños palestinos mientras los colonos podían obrar casi en total impunidad.

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“Cuando se hace un entrenamiento militar, se aprende a disparar contra terroristas, milicianos de (la milicia chií libanesa) Hezbolá o tanques sirios, no contra niños que vuelven del colegio con mochilas y nos tiran un par de piedras. Lo peor es que te sientes bien cuando disparas a uno. Eso muestra el proceso interno que uno está sufriendo en esos momentos, en los que se pierde la perspectiva”, explica.

Issacharoff decidió “romper su silencio” años después de haber salido de Hebrón y haber puesto distancia con el ejército, cuando su hermano pequeño le dijo que estaría destinado en Hebrón durante su servicio militar (obligatorio para hombres y mujeres en Israel). Hoy, este exmilitar forma parte de los 48 soldados que han testificado sobre la situación del ejército en Hebrón, en este nuevo informe de la ONG israelí Breaking The Silence (BTS, Rompiendo el silencio, en español), que denuncia los abusos de las fuerzas armadas israelíes en los territorios palestinos ocupados. El centro del informe es Hebrón por considerarse un lugar donde la ocupación israelí es especialmente dolorosa y evidente.

Desde 1997, y en virtud de un acuerdo israelo-palestino, Hebrón está partida en dos: la zona llamada H1, que representa un 80% de su superficie, en la que viven más de 120.000 palestinos y que está bajo control palestino, y la zona H2, el 20% restante, que incluye el casco antiguo y la Tumba de los Patriarcas, venerada por judíos, musulmanes y cristianos, en el que viven unos 35.000 palestinos y 800 colonos bajo control israelí.

La calle Shuhada y el barrio aledaño de Tel Rumeida, donde residen la mayoría de estos colonos protegidos por más de 1.000 soldados, se ha convertido en una zona militar cerrada en la que también viven, prácticamente atrincheradas, 300 familias palestinas. A esta zona de Hebrón se la conoce como “ciudad fantasma”.

ONGs israelíes calculan que más de 1.000 familias palestinas abandonaron sus casas en el centro de Hebrón desde 1994 y un 77% de los comercios cerró sus puertas.

Issacharoff recuerda especialmente la relación con los colonos de Hebrón, que dan por hecho que el ejército está a su servicio y destinado a protegerlos. “Se crea desde el principio una relación extraña y uno se encuentra comiendo en casa de colonos muy radicales y eso parece normal. Todo el mundo lo considera normal”, recuerda.

Responsables de Breaking The Silence consideran que la situación en Hebrón está evolucionando durante el gobierno de Benjamin Netanyahu. “Durante muchos años, la ciudad era un sitio extremo en el que iban colonos muy religiosos o impregnados por una especie de mesianismo. Era un sitio del que no se hablaba mucho. Ahora, Hebrón se ha convertido en un símbolo, algo de lo que casi hay que enorgullecerse”, explican portavoces de la ONG.

Issacharoff recuerda un día concreto de julio de 2014 en el que los colonos querían vengarse de los palestinos por la muerte de tres jóvenes israelíes, secuestrados y asesinados. “Estábamos encargados de vigilar una zona del centro de Hebrón donde se había concentrado un grupo de colonos. Vimos llegar a una familia palestina: el padre, la madre y varios niños. Los colonos comenzaron a insultarles y lanzarles piedras”, explica.

“Ordené a mis soldados que hicieran un perímetro en torno a la familia palestina para que pudiera llegar a su casa. Recuerdo como el padre de familia me dio la mano y me dijo gracias, pero los colonos, los mismos que nos traían dulces y refrescos cada día, se indignaron porque no les dejamos ser violentos con aquella familia. Uno de ellos vino hacia mi y me llamó nazi”, recuerda.

En Israel, soldados que denuncian estos excesos del ejército son calificados a menudo de traidores y mentirosos. Más que las críticas, Issacharoff lamenta que una gran parte de la población haya decidido cerrar los ojos o mirar hacia otro lado y reitera que su testimonio no tiene por fin atacar al ejército sino al gobierno y su política hacia los palestinos.

“No podemos controlar la vida de millones de personas en Cisjordania. Mantener la ocupación es una misión imposible y estamos perdiendo nuestra humanidad al tratar de llevarla a cabo”, asegura.

El gobierno de Netanyahu ha intentado de varias maneras acallar a la ONG Rompiendo el silencio dificultando su financiación, denunciando ante los tribunales sus actividades o intentando prohibirle el contacto con la población civil israelí, por ejemplo a las escuelas.

 
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