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Accesibilidad universal en los museos: una asignatura pendiente

La ley garantiza unos mínimos pero todavía queda mucho camino por delante

Accesibilidad universal en los museos: una asignatura pendiente / Getty Images

Madrid

"Lo que más problema encuentro suelen ser los baños. El baño si no está adaptado te toca irte, si tienes que ir al baño tienes que irte a tu casa. También está el acceso, cuando hay escaleras. Y luego que las exposiciones no están pensadas para una altura de un metro 30. Cuando las ponen en alto ya no ves nada". Esther tiene 29 años, desde hace cuatro está en silla de ruedas por culpa de un accidente, trabaja en la Fundación ONCE. Es arquitecta. Así que sabe bien de lo que habla. "Mi universidad era muy elitista y siempre primaba el diseño. Y después venía la funcionalidad pero claro pensando siempre en el usuario medio, un hombre de una determinada estatura y dimensiones y sin ninguna discapacidad. Al final, todos los espacios se diseñan para esa mayoría".

Hablamos de una realidad que confronta con leyes que marcan unos estándares de accesibilidad, hay normativa a nivel estatal y autonómica -unas más exigentes que otras-, pero dar un paso más requiere inversión y no todos los espacios pueden permitírselo. Es muy difícil poner cifras y todo depende del punto de partida de cada centro, de las obras que se tengan que hacer para mejorar o sustituir espacios o de la compra de elementos, como plataformas elevadoras, barras, dobles pasamanos o sanitarios adaptados. Como explica Blanca Rosillo, coordinadora del Área de Solidaridad de la Casa Encendida, en Madrid, referente en accesibilidad universal, "sería muy importante contar con toda clase de apoyos tanto de los proveedores como de la administración para ayudarnos y no sólo en el momento en el que lo instauras sino en el mantenimiento y en la progresión de todas las medidas que vas tomando a lo largo del tiempo. El desembolso de cualquier extra, el paso del tiempo y el uso hace que cada pocos años tengas que hacer una reinversión importante".

Adaptar el espacio, cuenta Rosillo, es un proceso largo y costoso, exige auditorías anuales de organismos independientes, y va más allá del espacio físico. Hay que tener en cuenta que además de la discapacidad física, hay personas con discapacidad sensorial e intelectual por lo que la accesibilidad universal contempla no sólo cambiar las infraestructuras de los edificios, también hay que adaptar los servicios que se ofrecen, para que sean accesibles a cualquier persona, y dar formación a los empleados para que sean capaces de atender cualquier demanda. Aquí el factor humano es fundamental, imprescindible para suplir cualquier carencia. "Si una persona te plantea un problema, si llega a un límite en el que no sabe a dónde acudir o cuál puede ser el apoyo que necesite tienes que saber las preguntas que tienes que hacer, saber cómo atenderlo y, en un momento dado, si no tienes respuestas poner en marcha un estudio que te permita resolverlo de alguna manera o establecer el protocolo adecuado porque la accesibilidad es un tema en progreso, no está conseguida al cien por cien nunca, es un tema en el que vamos avanzando todos".

Coincide Rogelio Díez, director de mantenimiento del museo Guggenheim de Bilbao, el primero en conseguir en 2003 la certificación de accesibilidad universal, que es de carácter voluntario. "Esta norma (la UNE 170.001-2) nos da unas pautas de qué es lo que tenemos que hacer para ser más accesibles, tanto en el acceso al museo como en el acceso a sus servicios. Lo que exige es que todos los años tenemos que auditarnos internamente, también tenemos otra auditoría externa con expertos que nos vuelven a revisar". Un trabajo de adaptación continua. Díez habla de ejercicio de responsabilidad. "Todas las personas que acceden al museo son diferentes, todas, no hay visitantes iguales. Y nosotros lo que queremos es que todo el mundo disfrute y aprenda arte".

Además, del Guggenheim de Bilbao apenas se cuentan poco más de media docena de museos y centros culturales con esta certificación, que concede AENOR. El último en hacerlo fue el Thyssen, además del museo de la Naturaleza y el Hombre de Tenerife, el Kuursal de San Sebastián, el palacio Euskalduna, el palacio de Congresos de Málaga y la Casa Encendida de Madrid.

 
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