¿Creéis en la democracia?
Àlex Rigola estrena una versión libre de 'Un enemigo del pueblo' en la que cuestiona el sufragio universal, la libertad de expresión o la ética personal frente al poder
Madrid
Una mesa, un par de sillas, una pizarra y seis globos blancos. En cada uno de ellos, las letras que conforman la palabra ética en griego, éthiké. Además, sobre el escenario del Pavón Teatro Kamikaze, de Madrid, cinco actores: Israel Elejalde, Irene Escolar, Francisco Reyes, Oscar de la Fuente y Nao Albet, que interpreta a la guitarra los acordes de Creep, de Radiohead, mientras el público se va sentando en las butacas. Irene -los actores usan sus nombres reales y van vestidos con su propia ropa- se dirige a los espectadores: "En la entrada os habrán dado una papeleta verde (con un SÍ impreso) y una roja (con la palabra NO), ¿sí? ¿Tenéis todos? ¿A que no sabéis para qué sirven estas papeletas? Para poder votar. En un cierto momento os pediremos vuestra opinión y tendréis que levantar la mano con una de las dos'.
Acaba de comenzar un ensayo general con público de 'Un enemigo del pueblo', de Henrik Ibsen, una versión libre que firma y dirige el director Àlex Rigola, que añade '(Ágora)' al título de la obra. Las funciones previas comienzan este miércoles 29 de agosto y el estreno oficial será el 5 de septiembre. No han pasado ni cinco minutos y el público se enfrenta ya a la primera votación. Oscar de la Fuente pregunta: "¿Creéis en la democracia?". Los espectadores levantan su papeleta. Los actores escriben el resultado de la consulta en una pizarra: 27 creen, 8 no.
Un hombre, un voto. La democracia, tal como la entendemos. Pero en esta versión libre del texto de Ibsen, Àlex Rigola confronta el axioma clásico con las preguntas que lanza al patio de butacas sobre el sufragio universal, entre otros asuntos.
¿Por qué decide llevar a escena precisamente ahora este texto? "Es algo que está en conflicto conmigo mismo, para mí, uno de los temas de esta pieza es el precio de nuestra propia ética. Cada día, uno tiene que tomar decisiones en las que pone en juego su ética por cuestiones tan simples como no llegar tarde al trabajo: ves a alguien que necesita ayuda en la calle pero no te paras porque llegas con el tiempo justo. También por el hartazgo de la política, hay un momento en que llegas a una cierta saturación y una pieza que pone en juego el sufragio universal es un material interesante para los días que vivimos. No tengo soluciones ni intención de darlas, pero el teatro remueve pensamientos y hace preguntas".
¿Plantea con esta puesta en escena un juicio a la democracia? "Más que un juicio, lo veo como un encuentro de seres humanos con conflictos consigo mismos y sus ideas políticas y que comparten con un público, con más gente. Yo no sé cómo reaccionar y preguntamos: ¿sentimos lo mismo, os pasa esto, pensamos lo mismo?", responde el director de escena.
Para el actor Israel Elejalde, "la obra habla de la defensa de la libertad de expresión, la democracia no se basa en el voto, no es lo definitorio, sino que se basa en el respeto a las minorías, a la libertad de expresión y en el respeto a que haya personas que difieran de lo que piensa la mayoría y que esa mayoría tenga la capacidad de escuchar y reflexionar sobre esas opiniones. Nuestra realidad es muy diferente a la noruega del siglo XIX de Ibsen, pero se habla de algo que está también en el texto del autor, que es la voluntad". Su personaje, que no tiene nada que ver con el doctor Stockmann del original, pero que bebe de su posicionamiento ético, cuestiona que todos los votos valgan lo mismo e interpela al público: "Lo realmente peligroso está en el sufragio universal. El mal está en la mayoría. ¿Quién es esa mayoría? ¿Los ignorantes o los inteligentes? La mayoría tiene la fuerza, pero no la razón". Su personaje habla de epistocracia, teoría que maneja el filósofo y profesor norteamericano Jason Brennan, autor del libro 'Contra la democracia', en el que cuestiona que el voto de alguien desinformado valga lo mismo que el de alguien que se ha molestado en informarse.
Antes de llegar a los quince minutos de función, el público se enfrenta a una nueva votación que decidirá el futuro de la obra. Nao Albet explica: "Aquí, los compañeros del Teatro Pavón, que dedican a este espacio mucho tiempo, mucho amor y mucho dinero para poder hacer teatro, necesitan para subsistir ayudas de las administraciones; algunas ya se las dan y otras parece que ya están en camino. El caso es que ya sabréis que hay que estar a buenas con las administraciones para recibir estas subvenciones..." Se da por hecho que si cuestionas al poder que te subvenciona, habrá represalias. La mayoría de espectadores cree que los kamikazes deberían hacer honor a su nombre. Los actores proponen al público que "nos mojemos y hagamos una acción para defender esa libertad de expresión". Sin desvelar en qué consiste esa acción, del resultado de la votación dependerá lo que pase o no en el escenario.
Hace unos meses, los responsables del Pavón Teatro Kamikaze -entre ellos, el propio Israel Elejalde- anunciaban que tras esta temporada abandonarían el proyecto si las administraciones públicas no lo apoyaban con la cesión de un nuevo espacio. El Teatro recibe una subvención nominativa de la Comunidad de Madrid por valor de 150.000 euros. El ayuntamiento de Carmena les ha prometido una cifra similar, que aún no se ha hecho efectiva. Elejalde señala que "lo que hablamos del Kamikaze no deja de ser una provocación para reflexionar sobre algo que es mucho más importante que las pequeñas tensiones que tengamos nosotros" y reitera que lo que "se está poniendo en tela de juicio es si existe realmente en este país una libertad de expresión".
Rigola añade que "por encima de la libertad de expresión y de la política está la decisión ética. Al final, el auténtico enemigo del público somos nosotros mismos. Uno de los personajes pregunta cuándo perderemos el miedo, porque cuando una población pierde el miedo puede hacer todo lo que quiera. Cuando ves una injusticia en tu trabajo y te callas porque te juegas tu puesto hay un posicionamiento ético que se retira. Cómo puedo pedir a los demás que cumplan cuando yo estoy negando y escondiendo mi propia ética".
Hace casi un año, Rigola dimitía como director de los Teatros del Canal, en Madrid, tras la actuación policial del gobierno del PP el 1-O en Cataluña, pero el director niega que las preguntas sobre la ética que formula la obra tengan que ver con aquella decisión: "Si intentamos ver que detrás (de esta obra) esté mi dimisión en los Teatros del Canal, principalmente no está si yo pienso en este espectáculo. Porque yo tengo, como todos, un nivel de ética que es variable y cada día me contradigo y me traiciono éticamente. Pero sí te puedo hacer una afirmación, que no tiene que ver con mi posicionamiento, porque hoy seguiría siendo el mismo: lo curioso es que cuando yo dimití, la reacción de mi entorno en cargos parecidos era la incomprensión, dejar un cargo por unas ideas era incomprensible para ellos, y algo de esto se produce en esta pieza".
¿Ha tenido consecuencias negativas en lo laboral esa decisión suya de dimitir? "Fíjate que muy pocas. Yo he tomado una decisión, y es que durante bastante tiempo no voy a ocupar un cargo de estos. Respecto a los más directos, ningún problema, empezando por la Comunidad de Madrid, en la que estoy programado la siguiente temporada y no ha habido consecuencias directas. La consecuencia es la no visible: evidentemente esto ha sucedido y si alguna vez tengo que volver a escoger, por la cabeza de la persona pasará la idea de que yo puedo dejar el cargo en contra del equipo que me ha escogido. No hay consecuencias directas, pero las indirectas quedan de por vida"·
Quizá a partir de ahora se lo piensen a la hora de hacerle una oferta de este tipo. "He tenido ofertas pero he decidido que tenía que parar y hacer proyectos como este, ahora soy un artista libre que puede moverse por diferentes espacios".