Miquel Iceta, el peón que quiere ser rey
Afirma que tiene "opciones reales" de ser president: "Lo haría mucho mejor que los demás y el país también iría mucho mejor"
Barcelona
Con diferencia Miquel Iceta (Barcelona, 1960) es el político más veterano y con más experiencia de los que se presentan a las elecciones. Interrumpió sus estudios en Ciencias Químicas para ingresar en las Juventudes Socialistas de Catalunya. Y de eso hace ya 40 años.
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El Govern de la Generalitat es probablemente una de las pocas teclas que aún no ha tocado. Pasó por el mundo local (concejal de Cornellà de Llobregat a finales de los 80). Pisó el Congreso (finales de los 90). Ha sido portavoz, presidente de grupo e incluso miembro de la Mesa del Parlament de Cataluña (lleva en la Ciutadella los últimos 15 años). Incluso tuvo un fugaz paso por Moncloa en la oficina de la Presidencia en el ocaso de Felipe González.
En Madrid vivió en primera persona la caída del PSOE en los 90 o fue clave en la candidatura de Josep Borrell. En Barcelona llevó las riendas de la negociación del Estatut. Convertido en una de las personas de más confianza del president Montilla, pasó a un segundo plano cuando sucumbió el tripartit. Cuando muchos le veían ya de retirada y casi de rebote, en 2014 fue elegido primer secretario de un PSC en sus horas más bajas.
Desde entonces, en su hoja de servicios destaca haber recosido las relaciones con el PSOE, muy maltrechas después de la época en la que Pere Navarro flirteó con el derecho a decidir. Su buena relación con Pedro Sánchez le ha permitido incluso que los diputados socialistas catalanes mantuvieran la negativa a investir a Rajoy sin que la sangre llegara al río.
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Es la segunda vez que se presenta como cabeza de lista en unas elecciones con el objetivo de remontar demostrando así que el PSC ya tocó fondo con los 16 diputados que sacó en 2015. Así lo indican todas las encuestas, aunque probablemente quedará lejos de los 40/50 a los que estaban acostumbrados los socialistas antes de su particular travesía por el desierto.
No se sabe si quiere convencer o se quiere convencer a sí mismo cuando afirma estos días que tiene "opciones reales" de ser president. Sus cuentas pasan, primero, porque el bloque independentista no alcance la mayoría absoluta de 68 diputados. Y segundo, cree que del bloque constitucionalista es el único que puede conseguir una abstención de los Comuns de Xavi Domènech. No se ruboriza al afirmar: "Yo quiero que me hagan presidente a mí, porque creo que lo haría mucho mejor que los demás y que el país también iría mucho mejor".
Si sus cuentas no salen (de momento ninguna encuesta dibuja tal escenario), no aclara cuál es su plan B. Ha afirmado que no hará presidente a ningún independentista ni a nadie de derechas. Y aunque Ciutadans no le parece "muy de izquierdas", el veto a Inés Arrimadas algunos días es más contundente que otros. Lo que sí ha afirmado es que hará "lo posible para que no se repitan las elecciones".
Presenta el proyecto socialista como la alternativa a la "dicotomía inútil entre el independentismo y el inmovilismo". Apoyó la aplicación del 155 después de meses de reclamar que no se llegara a tal extremo. "Puigdemont y Junqueras no dejaron alternativa" asevera. Aun así, y mirando a Rajoy, recuerda una y otra vez que "el 155 ha servido para volver a la legalidad pero no resuelve el problema de fondo".
Entre sus pasiones, la Coca-Cola Zero, la poesía japonesa (cada día recomienda un haiku en Twitter), los gatos, la música y desde la pasada campaña sabemos que también el baile. "En mi lápida pondrá: era gay y bailó", bromea Iceta en el reciente libro del periodista Raúl Montilla Iceta. El estratega del Patido Socialista. Desafía a la hemeroteca al llevar de número 3 en su lista a Ramon Espadaler, ex de Unió y contrario al matrimonio homosexual. Del baile, su equipo de campaña le ha pedido que se abstenga en las próximas semanas para dar imagen de presidenciable. Dudan de que les haga caso.