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CRÓNICA

Challenge Iceland, el triatlón en su esencia original

La crónica en primera persona del triatlón más septentrional del planeta, una experiencia única para los amantes del triatlón

Una imagen del Challenge Iceland, el triatlón más al norte de todo el planeta / ARNOLD BJÖRNSSON

Una imagen del Challenge Iceland, el triatlón más al norte de todo el planeta

No tenía ni idea de dónde me metía cuando decidí plantearle esta idea a mis jefes. ¿Challenge Iceland? Sonaba bien, una carrera fresquita en un país al que me apetece ir a conocer. Todo lo demás era ignorancia. La realidad ha sido otra cosa muy distinta. Cuatro meses de entrenamiento bastante duros, pero nada que ver con lo que me encontré el domingo 23 de julio en el lago Medalfellsvatn.

Los 40 kilómetros que separan nuestro piso de TripAdvisor en Solvallagata 48 del lago se me hicieron bien largos, mitad por los nervios mitad por los bandazos que iba dando el coche a causa del viento. Si se mueve el coche, qué no le pasará a una bici. Al llegar nos dijeron que el agua estaba a 11 grados y que debido al viento acortarían la natación de 1,9 kilómetros a 1,5. Bien, una buena noticia. Me calcé el neopreno y al agua.

La casa en la que se alojó el equipo de la SER en Solvallagata 48 de Reikiavik

La casa en la que se alojó el equipo de la SER en Solvallagata 48 de Reikiavik / CADENA SER

La casa en la que se alojó el equipo de la SER en Solvallagata 48 de Reikiavik

La casa en la que se alojó el equipo de la SER en Solvallagata 48 de Reikiavik / CADENA SER

Los tobillos tuvieron tres o cuatro minutos para acostumbrarse, pero la cabeza conforme entró al agua no salió hasta 23 minutos después. Llevábamos el viento a favor y parecíamos arenques de los rápidos que íbamos, lo mejor era no pensar demasiado e ir tirando de brazo, mientras notaba alguien cerca sabía que iba bien. Lo peor, salir del agua. Sacar la cabeza después de tanto tiempo con tanto frío es como cuando sacas la mantequilla del frigo, que hasta que pasa un rato no hay nada que hacer.

Con semejante aturdimiento salí del agua. Allí una voluntaria tenía mi bolsa con la ropa de la bicicleta. Por miedo a tener frío en la bici opté por nadar sin el mono debajo del neopreno y ponérmelo en la T1, pero no conté con que vestirse tiritando de frío tampoco es fácil. Así que entre mono y calcetines estuve unos cinco minutos dando vergüenza ajena por allí hasta que salí a por la MMR para empezar el sector de ciclismo.

Los primeros kilómetros me sirvieron para confirmar algo que temía que ocurriera, que ciertas partes de mi cuerpo se escondieran por el frío. No es fácil andar en bici así. Intenté pensar que era cosa del frío y seguí concentrado en lo mío. En los primeros 20 kilómetros me tope con dos triatletas en la cuneta a los que el viento se los había llevado, literalmente, uno de ellos el ganador del pasado año.

A mí el paso de los kilómetros me sentó bien, fui bebiendo mucho e hidratándome, tratando no desmadrarme de pulsaciones en las subidas. Poco a poco fue reencontrando las partes extraviadas y allá por el kilómetro 40 casi circulaba solo, con un triatleta 500 metros detrás y otros 500 por delante. El problema fueron los segundos 45 kilómetros.

Me sentía bien porque tenía truco, giramos 180 grados y de repente teníamos un muro de viento contra nosotros. Fuera posición aerodinámica y fuera cualquier intención de hacer buen tiempo. Por mucho que dieras pedales ibas parado, todo ello admirando el paisaje incomparable; una cascada por aquí, un campo de lava por allá, al fondo un volcán, luego una oveja que se te cruza, todo muy islandés.

Acabé la bici cerrando un grupillo de tres o cuatro triatletas (siempre respetando las reglas de no drafting) y después de una rápida transición nos pusimos a correr. ¿Qué había en la media maratón? Pues sí, más viento y más cuestas.

Correr es lo que más miedo me daba porque es donde mayores son las pájaras, por lo que decidí hace caso a Dani Rodríguez e ir controlando mucho, que el cuerpo tuviera margen. Di las dos vueltas sufriendo pero con relativo orden, siempre centrado en comer y meterle gasolina al cuerpo para prevenir cualquier desfallecimiento.

Ese lago, esos montes verdes sin ningún árbol y la tierra negra como el tizón, esas casitas en la orilla donde nunca nadie se atreverá a mojarse los pies, esas fueron las últimas imágenes que tuve antes de cruzar la meta del Challenge Iceland después cinco horas y 29 minutos de sufrir y disfrutar.

Un triatlón único, diferente a cualquier cosa, una prueba salvaje que posiblemente se acerque al triatlón más primitivo y original de todos.

 
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