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Kyrie Irving, en fase de negación

El base de los Cleveland Cavaliers acaba con los Warriors gracias a una exhibición de época que otorga una nueva bala de plata al campeón

Kyrie Irving. / Kyle Terada (USA Today Sports)

Madrid

Escribió la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross que la asimilación del duelo conlleva cinco fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Algo así como un camino de redención a pequeña escala. Con el merecido y contundente 3-0 que presentaban los Golden State Warriors en el Quicken Loans Arena en la previa del GAME 4, Ohio afrontaba el luto inminente. Tal es así, que se pudieron ver muchas camisetas rivales en el downtown de Cleveland, señal inequívoca de que cierto sector de la afición local había preferido hacer negocio con su asiento en lugar de ver a su equipo otro día más, quizá el último antes de sonar la bocina. 

Contra todo pronóstico, los Cavaliers salieron a tumba abierta. Un arreón casi nostálgico que encendió a un estado enganchado al Prozac. De entre todos los jugadores del vigente campeón, un tipo destacó con luz propia. Kyrie Andrew Irving. 40 puntos, 7 rebotes, 4 asistencias, un 55.6 % en tiros de campo y un sobresaliente 7 de 12 en triples (58.3 %). Aunque lo más importante de su obra fue volver a demostrar que el aura de privilegiado que le rodea es absolutamente legítima.

Movimientos anárquicos, un manejo de balón extraordinario y una capacidad de anotar más propia del baloncesto primitivo. Un prestidigitador que ha unido a su arsenal el factor diferencial en los jugadores de élite, el orgullo. Ese sentimiento intangible que te hace dar el máximo aunque tu ataúd parezca enterrado en lo más profundo del camposanto. Lo fácil, o más bien lo que todos esperaban, es que el actual campeón bajara los brazos y entregase su corona siendo participe del nonato 16-0 de los Warriors.

Cuando entra en trance, Irving parece un reflejo de Pete Maravich. Un abrazo sincero y desinteresado al baloncesto sin cadenas, ese que no exige más lealtad que la creatividad y el talento. Sin embargo, su actuación no evita que perdamos de vista la realidad. Cleveland ha necesitado batir un par récords: 49 puntos en el primer cuarto, 86 al descanso, lo que supone un récord absoluto en la historia de la NBA; el otro fue anotar 24 triples, récord también en la última eliminatoria del año. La serie se coloca 3-1, igual que el año pasado, pero con algún matiz que no puede perderse de vista.

El principal, Kevin Durant. Las sensaciones arrojan que un buen encuentro de los Warriors cerraría esta trilogía, una que llega al punto de no retorno de modo distinto: en 2016 se pasó del 2-0 al 3-1, esta vez desde un 3-0 que jamás se ha remontado en la historia del juego. Entre tanta historia, Irving no ha querido aceptar su duelo particular. Se ha saltado la fase de negación, ese primer paso hacia el olvido. Volvió su versión más asesina, esa que resulta fundamental si Cleveland quiere aprovechar la nueva vida que le ha entregado el tío Drew.

 
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