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HISTORIA

Las terceras elecciones que ya hubo en España

La fragmentación del Parlamento, la falta de consenso para formar gobierno y las diputas entre partidos dieron lugar a tres comicios consecutivos entre 1918 y 1920

Lectura de un proyecto de Ley en el Salón de Sesiones (detalle). 1908. Asterio Mañanós. / CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

Lectura de un proyecto de Ley en el Salón de Sesiones (detalle). 1908. Asterio Mañanós.

Madrid

El descrédito institucional, la imagen del país en el exterior o el atracón de una campaña electoral de casi un año que acentúe el hartazgo ciudadano y su desconexión con la política; son los espectros que se remueven con la posibilidad de dar lugar a unas terceras elecciones. Sin embargo, entre 1918 y 1920 los españoles ya acudieron a votar tres veces por la falta de consenso entre las fuerzas políticas.

Cómodo turnismo

Desde 1881 los partidos Liberal y Conservador, se intercambiaban tácitamente el poder —incluso repartían los escaños del Parlamento antes de que se celebrasen las elecciones—. A punto de acabar la Gran Guerra y aunque España no participó en ella, los desmanes sociales económicos y demográficos derivados, también atizaron a nuestro país, provocando protestas, violencia callejera, huelgas, malestar entre sectores militares y un aumento del sentimiento nacionalista en Cataluña.

Ese sistema de turno de partidos fecundado durante la Restauración borbónica, que mermaba la representación, impedía el control al Gobierno y amparaba la corrupción vertebrada en cada región a través de los caciques, empezaba a desmoronarse.

Mapa de los caciques en España a finales del siglo XIX.

Mapa de los caciques en España a finales del siglo XIX. / GEDEÓN

Mapa de los caciques en España a finales del siglo XIX.

Mapa de los caciques en España a finales del siglo XIX. / GEDEÓN

Varios frentes abiertos

Hartos de la pantomima política del turnismo, en 1917 un grupo de diputados y senadores republicanos y nacionalistas catalanes, se reunieron extraoficialmente varias veces en lo que se conoció como Asamblea de Parlamentarios, instigada por la Lliga Regionalista.

En ella germinó una especie de corriente opositora al Gobierno. Los catalanistas reclamaban más autonomía, mientras que los republicanos clamaban por un cambio contundente en la Constitución y en el sistema político.

Por su parte, desde diversos sectores del Ejército se crearon las Juntas de Defensa, algo parecido a organizaciones sindicales que ejercían presión dentro de la vida política y civil, y que protestaban por el carácter cerrado de los ascensos, que favorecía a los militares destinados en Marruecos, premiándolos con sueldos más altos.

A pie de calle el malestar también era profuso. La inflación, el desempleo, la conflictividad social y la escasez de alimentos, condujeron a una huelga general pidiendo el cambio de régimen político. Además, el auge del anarquismo y las apetencias nacionalistas en Cataluña, devinieron en atentados y aparatosos disturbios.

Tres elecciones consecutivas

En medio de esta crisis multifactorial, el rey Alfonso XIII destituyó a Dato y concordó un Gobierno de concentración integrado por políticos de varios sectores liberales, mauristas (seguidores de Antonio Maura) o catalanistas, para intentar conceder más peso político a otras fuerzas fuera del duopolio detentado por liberales y conservadores.

En 1918, este heterogéneo Ejecutivo se enfrentó a sus primeras elecciones legislativas. Cada partido integrante del Gobierno de coalición desarrolló su propia estrategia electoral y el resultado fue un parlamento muy fragmentado, sin que ningunas siglas obtuvieran una mayoría indiscutible. Los conservadores de Eduardo Dato resultaron los más votados pero juntas, las distintas familias liberales lo superaban en número de escaños. Fue llamativo el importante crecimiento electoral de la Lliga Regionalista de Francesc Cambó, que casi dobló sus representantes en la Cámara —de 14 a 21—.

El desacuerdo era insalvable y resultó imposible formar un Gobierno sólido. Ante esto, Alfonso XIII decidió amenazar a los partidos con su abdicación si no se llegaban a consenso. De ahí salió un nuevo Ejecutivo de coalición presidido por el experimentado Antonio Maura, sin embargo, las disputas eran constantes y no se lograba la estabilidad.

En junio de 1919 y con una situación parlamentaria insostenible, se convocaron nuevas elecciones con un resultado prácticamente igual que en las anteriores. Ninguno de los partidos con opciones de desbloquear la situación lo hizo y en julio Maura dimitió.

Los conservadores eran mayoría en el Parlamento, pero no forjaron una alianza para gobernar. Meses después el rey le cedió a Dato el decreto de disolución de Cortes y en diciembre de 1920 volvieron a celebrarse elecciones.

Aunque el Partido Conservador venció y obtuvo casi el doble de los escaños, sus diputados no llegaban a cubrir la mitad del hemiciclo. Con esa pírrica mayoría, Eduardo Dato se mantuvo al frente del Gobierno de la Nación hasta que fue asesinado un año más tarde.

La convulsión política de este trienio, fue la consecuencia a la que los partidos, acostumbrados a la comodidad del endémico turnismo, se tuvieron que enfrentar, iniciándose una etapa donde el diálogo y los pactos serían ya habituales.

 
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