Elecciones 23 de julio

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Las cartas al descubierto

Las campañas deberían ser un libro abierto tanto en las propuestas de programa como en las intenciones de futuras alianzas

Albert Rivera junto a Pablo Iglesias / POOL (Reuters)

Albert Rivera junto a Pablo Iglesias

Madrid

Transparencia, sí, pero hasta un límite. Hay reglas de la vieja política que ni los nuevos ni los viejos se atreven a saltarse. Tras cuatro años de debate público sobre la necesidad de regenerar la política, de introducir nuevas formas más respetuosas con la ciudadanía y que le animen a participar activamente en la democracia, llega la campaña y se repite el juego del gato y del ratón. Los periodistas insisten en preguntar sobre posibles pactos postelectorales y ningún candidato responde con sinceridad. Todos acuden a la manida fórmula de “nosotros salimos a ganar”.

Forma parte de una escasa cultura política, o de una cultura de la desconfianza, como explica el filósofo político Daniel Innerarity. “Si alguien se atreviera a ser sincero, todos los demás agentes políticos dirían enseguida ¿para qué voy a votar a X si en el fondo se va a entregar en los brazos de Y? Forma parte de nuestra cultura política, o de nuestra escasa cultura política. No lo podríamos tolerar porque un actor que descubriera sus cartas de esa manera sería expulsado del campo de juego o vería muy reducidas sus opciones de ganar”.

“Vieja política, vieja política, vieja política”

Con esa contundencia, una acusación hasta tres veces repetida, se queja José María Maravall. Sociólogo, ex ministro de Educación, histórico socialista y pensador de la política al que siempre hay que acudir para entender las grandes corrientes.

“Es vieja política, y lo más sorprendente es que quienes más la practican son precisamente los dos partidos nuevos, Ciudadanos y Podemos, que son perfectamente conscientes, como el resto, de que nadie va a tener una mayoría suficiente para gobernar, y que ni siquiera va a a haber un partido que tenga el suficiente número de diputados como para ser capaz de gobernar solo, contando únicamente con apoyos puntuales”.

Cada uno de los cuatro partidos que, según las encuestas, van a ser los más votados sabe que no va a poder desarrollar íntegramente su programa. Esto refuerza necesariamente la legítima exigencia de saber con quién planean aliarse, en el caso de gobernar, y a qué van a renunciar. “Denme su voto que ya lo manejaré y lo utilizaré yo con la pareja de baile que me apetezca, y usted ya se enterará”, concluye Maravall.

En el fondo bajo este temor de los partidos a ir de frente subyace un modo de entender las elecciones que ya no se corresponde con la realidad que reflejan las encuestas. Hasta el 2011, solo dos partidos sabían que sus posibilidades de gobernar eran reales. De gobernar en solitario, además, aunque no alcanzaran la mayoría absoluta y pasaran una legislatura atormentada de composición y recomposición de apoyos para sacar adelante la investidura, los presupuestos y el resto de leyes.

Ahora se abre un panorama diferente. Habrá que acostumbrarse a una cultura de pactos y coaliciones en la que los partidos sean conscientes de cuál es su verdadera fuerza, sin alardear constantemente de que solo aspiran a ganar. Ocurre en muchos otros países europeos, donde las coaliciones pueden llegar a ser a cinco bandas, sin que nadie se escandalice.

Otra cosa distinta sería que el vuelco electoral provocara una necesidad sobrevenida de coalición, como ocurrió en Alemania, donde se tuvo que ensayar una Gran Coalición entre conservadores y socialdemócratas. O en el Reino Unido, donde el partido conservador tuvo que formar gobierno con un socio necesario pero poco habitual, el Partido Liberal.

No parece que ese vaya a ser el caso el próximo lunes, porque todos los sondeos apuntan a un escenario previsiblemente fragmentado, y hubiera sido bueno que los partidos lanzaran ya mensajes de futuras coaliciones que les evitara, llegado el momento, dar la imagen de que están renunciado a sus principios, traicionando a su electorado y durmiendo con el enemigo.

La transparencia era también esto

Las exigencias de transparencia en la política no se reducen exclusivamente a la administración. Se han hechos esfuerzos hacia un “gobierno abierto” porque así lo exige la ciudadanía, pero las campañas también deberían ser un libro abierto tanto en las propuestas de programa como en las intenciones de futuras alianzas, porque si no “es jugar un poco a una estrategia de marketing, ese no mojarse en el sentido de no desvelar cuáles son las cartas que cada uno de los partidos tendría o cómo podría interpretar posibles opciones de pacto”. Lo dice Juan Manuel Roa, presidente de la Asociación por la Transparencia Pública.

 
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