Más allá de Praga: 5 propuestas diferentes en República Checa
El 99% de los viajeros que van a República Checa tienen en Praga su gran objetivo. El 1% restante, en realidad, también. Por supuesto que la capital tiene suficientes motivos para plantearse un viaje, ya que a nadie se le pasa por alto que se trata de una de las ciudades más bellas de Centroeuropa. Pero, si nos alejamos un poco, incluso de la región de Bohemia, encontramos lugares no tan conocidos y que merecen mucho la pena. Bien en las regiones de Moravia o de Moravia-Silesia, a un paso de Polonia, hay propuestas realmente interesantes, muy diferentes a las que, a menudo, nos sugieren las guías de viajes.
Os contamos qué hacer más allá de Praga, Karlovy Vary o Cesky Krumlov, completando un viaje a una República Checa más desconocida pero, no por ello, menos atractiva.
A 284 kilómetros al este de Praga se encuentra la que probablemente sea la ciudad más destacada y espléndida de la región de Moravia. Vestida del barroco de la Emperatriz María Teresa de Austria es la segunda ciudad más monumental del país (tan sólo tras la capital checa).
Uno de sus mayores atractivos se encuentra en la Plaza Superior y se trata de la columna de la santísima Trinidad, considerada ella sola dentro del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Una columna recargada de esculturas religiosas que se erige como el icono más destacado de Olomouc. En dicha plaza el edificio del ayuntamiento cuenta con el único reloj astronómico comunista del mundo. Es como el de Praga, pero los personajes del carrillón son trabajadores con hoz y martillo o mujeres en plena siega.
La Catedral de Wenceslao, justo a las afueras del barrio histórico, es gótica y recuerda algunas de las más esplendorosas de la Europa Occidental. Es otro de los lugares que uno no debe perderse en Olomouc, aunque la mayor satisfacción es dejarse llevar por las calles empedradas donde todavía pasa el tranvía y esos callejones con encanto capaces de trasladarnos a otra época. Los colores armoniosos de las fachadas y las farolas a medio gas retan al viajero a quedarse, al menos, una noche más en la joya de Moravia.
Ostrava es un nudo de comunicaciones que muchas veces pasa desapercibida en viajes en tren, dada su posición estratégica próxima a la frontera polaca, sin estar demasiado lejos de Eslovaquia o Austria. Esa situación le hizo estar primero en la ruta del Ámbar y después destacarse como uno de los focos de la minería y la metalurgia desde los inicios del Siglo XIX.
Ostrava conserva su paisaje industrial intacto, una vez gran parte del mismo cerró sus puertas. Pero en vez de dar la espalda a una parte importante de su historia, ha aprovechado las instalaciones (minas, fábricas, etc…) para favorecer la cultura y el turismo. Se pueden visitar minas como Michal y Anselmo ver cómo quedaron nada más cerrarse, con los uniformes de los mineros colgados del techo y una maquinaria antiquísima que aún funciona a la perfección. O la zona baja de Vítkovice, una mastodóntica fábrica siderúrgica que parece un decorado de película futurista y donde se ha aprovechado un contenedor de gas para hacer una sala de conciertos. También cuenta con un museo de inventos realmente recomendable. Aunque la mejor satisfacción de visitar estos lugares es ir a hacer fotografías de lo que podía ser el escenario de muchas tomas de Terminator o Blade Runner.
Nový Jicín, con apenas 26.000 habitantes, a una hora de Ostrava y otra de Olomouc, es una de esas sorpresas que uno puede encontrarse si ahonda en República Checa sin hacer demasiado caso a guías o libros de viaje. Probablemente en muchos de éstos no venga ni siquiera una reseña de esta localidad de Moravia-Silesia, que cuenta con una de las plazas más bonitas de todo el país, de estilo barroco y pintada con tonos pastel.
Por eso cuando el viajero descubre esta pequeña ciudad se enamora de ella al instante. Además, Nový Ji?ín es una localidad dedicada desde hace mucho tiempo a la elaboración de sombreros, los cuales se exportan a muchos países del mundo. En la propia plaza uno puede ver cómo se fabrican sombreros de todo tipo y hacerse fotos como un cowboy o una dama inglesa de las que se van con su pamela a las carreras de caballos de Ascott.
Abandonamos tierras moravas para irnos aproximando a Praga y nos damos cuenta que en Bohemia tiene su pequeño Versallles. Un Palacio rococó construido sobre un castillo medieval con numerosos detalles que nos recuerdan a su equivalente francés. Nové Hrady se encuentra en un emplazamiento ideal, en plena campiña con caballos y ciervos paseándose a sus anchas.
Este chateau de carácter afrancesado y tonos naranjas en las paredes es otro de esos descubrimientos que uno puede hacer si se sale de las carreteras generales y prefiere evitar los atajos para descubrir tesoros como este en el interior del país.
Al suroeste de Praga, bastante alejado de los anteriores pero a menos de una hora de la capital, el castillo de Karlstein (en checo Karlštejn) presume de ser probablemente el más fotogénico de todo el país. Levantado por orden del Emperador Carlos IV en 1348, fue el lugar en que se custodiaron las joyas de la corona. Sobre una colina, que se sube a pie atravesando un pueblecito encantador, se alza este impresionante castillo que se puede visitar por dentro y, sobre todo, contemplar unas vistas prodigiosas de un bosque frondosísimo. Merece la pena tenerlo en cuenta en un viaje a República Checa.
Y estas son las propuestas que pueden enriquecer un viaje al país centroeuropeo, saliéndose en su mayor parte de lo más típico. Lugares recomendables, no tan populares, y con mucho que ofrecer a un viajero ávido de descubrir una República Checa distinta y más allá de Praga.