Esperábamos algo más, majestad

El mensaje de Felipe VI habría sonado mejor el año que su padre dijo aquello de "la justicia es igual para todos". En las navidades de 2014 se ha quedado algo corto y seguramente por debajo de la expectativas de muchos de los ciudadanos que han dado un voto de confianza al nuevo monarca. No queda claro si se ha entendido que la abdicación de Juan Carlos I no era el final sino el principio del camino de la recuperación de la credibilidad. Ahora tienen que pasar cosas.

La corrupción ya no es un hecho abstracto que debemos cortar por lo sano. Igual que Catalunya ya no representa sólo un problema sentimental, o no se puede seguir hablando de la crisis como si se tratase de una desgracia que nos ha dolido a todos por igual y de la cual nadie hubiera sacado ventaja. Hoy la corrupción le toca muy de cerca, tiene nombre y apellidos y no se puede evitar pronunciarlos. Igual que Catalunya supone un problema político que demanda un discurso político y los parados esperan escuchar algo más que la cantinela de que la macroeconomía va bien.

Más renovado y audaz en la forma que en el fondo, Felipe VI pudo aprovechar la luminosidad del entorno y su trabajada aunque algo afectada gestualidad para anunciar medidas concretas respecto al caso de corrupción que sí puede arreglar, o para hablar de los preferentistas y los usuarios de tarjetas Black como ejemplos de esta crisis, o para acreditar que ser sensible a la pluralidad es algo más que despedirse en varias lenguas. No lo hizo. El tiempo dirá si fue suficiente o tendrá que acabar diciendo por necesidad cuánto en la nochebuena del 2014 prefirió callar.