Ocio y cultura

Los Cabos, el escondite mexicano de George Clooney

Baja California es un paisaje único en el mundo. Un desierto de piedra y cactus rodeado por dos enormes masas de agua: el mar de Cortés a un lado y el océano Pacífico por otro. En la esquina sur de esa península desértica se alza una de las zonas de playa más famosas y cosmopolitas de México: Los Cabos

Baja California, la enorme península alargada de 1.700 kilómetros de longitud y apenas 100 de ancho en el extremo noroeste de México,tiene muchas caras. Hay antiguas misiones españolas, lagunas de aguas someras donde vienen a criar ballenas desde Alaska, salinas interminables, pueblos sacados de un filme del far-west, miles de kilómetros de costa desierta… y el escaparate hedonista de Los Cabos.

En Los Cabos, que en realidad es la unión de dos municipios –San José de los Cabos y Cabo San Lucas –tienen casa Jennifer Anniston, George Clooney -quien comparte parcela con Cindy Crawford, Catherine Zeta Jones y Silvester Stallone, entre otros. Mariah Carey suele alquilar un hotel completo en la playa de Cerritos cuando viene por unos unos días. Y Leonardo di Caprio pasó la última Nochevieja con su novia (al menos la que era en aquel momento), la supermodelo israelí Bar Refaeli.

¿Qué tiene Los Cabos para atraer a vecinos tan significativos? Por una parte, unos paisajes singulares, en los que detrás de playas idílicas de arena blanca y aguas cálidas, en vez de filas de cocoteros tropicales se elevan millones de cactus esbeltos. Y por otro, unas infraestructuras construidas a propósito para atraer a un turismo elitista. Los Cabos, como otras zonas turísticas costeras de México, es un invento creado. Aquí, hasta los años 60, no existían más que dos humildes pueblos de pescadores. Fue entonces cuando las autoridades mexicanas decidió crear entre San José del Cabo y Cabo San Lucas un resort veraniego que debía de nacer de la nada. Pero que, a diferencia de los de Huatulco, Cancún o Mazatlán, “no tendría habitaciones de menos de 100 dólares”. Se trataba de aprovechar el aislamiento de Los Cabos para seleccionar a la clientela: aunque Baja California es una península, en realidad funciona como una isla porque solo se puede llegar en avión o tras un largo periplo en barco y coche. La cercanía a Estados Unidos (apenas una hora de avión desde Los Ángeles) hizo el resto. Los Cabos es hoy uno de los destinos veraniegos más populares en los Estados Unidos, un país que vive al minuto las andanzas de sus celebrities y que por tanto se pirra por tener un chalé o al menos una habitación de hotel alquilada cerca de donde veranean sus estrellas.

Lugares como las exclusivas urbanizaciones de Palmilla o El Dorado, donde hay chalés de 12 millones de dólares. U hoteles como el Esperanza Resort (en el que pasaron Di Caprio y Refaeli su famoso fin de año) o el exclusivo One&Only Palmilla, con habitaciones que destilan confort e instalaciones selectas a pie de playa, donde te puedes cruzar con un jugador de la NBA o con una estrella de la TV. Pero en Los Cabos también existen hoteles normales para presupuestos normales (lo de los 100 dólares era una manera de reflejar un estatus en los informes del gobierno mexicano), con buenas ofertas en temporada baja, que suele coincidir con el verano en Europa. Y playas populares donde, como en todas las playas del mundo, hay chiringuitos, alquiler de tumbonas y patinetes y gente vendiendo artesanía a los turistas.

La más famosa y concurrida es la playa del Médano, una media luna de arena fina desde la que puedes ver sentado desde la tumbona la foto más espectacular de Baja California: el Arco de Cabo san Lucas. Una cadena de peñascos puntiagudos que salen del mar como mazorcas de maíz y que marcan el final de la península de Baja. El nombre se lo debe a un puente de roca que horada uno de los peñascos y que parece puesto allí a propósito para completar la armonía de la escena. Lo rodea una orgía de olas y rompientes –en este punto se juntan el mar de Cortés y el océano Pacífico-, islotes colonizados por leones marinos y pelícanos y calas de arena del color del oro a las que solo se puede acceder en barco. Un paisaje de postal. Pero no por postalero, menos bello.

Al atardecer salen barcos de pasajeros desde la rada de Cabo San Lucas para ver el Arco a la caída del sol, todo bien regado con música, tequilas y margaritas. Aunque hay que andar prevenido: algunos montan un show hortera de piratas que arruina la magia del momento.

Si en vez de marcha y compañía lo que se busca es algo más de privacidad hay que optar por playas como las de Chileno o Santa María, solitarios y bellísimos arenales orlados por cactus gigantes que pese a estar en pleno corredor turístico (como le llaman a la autovía que une San José y Cabo San Lucas, donde están la mayor parte de hoteles) te hace sentir bucanero en una ínsula barataria. Pero sin barco pirata.

Otro playazo de quitar el hipo es Cerritos, paraíso de surferos, cerca de Todos Santos. El mar es aquí un tanto bravo como para chapotear, pero te puedes dar un paseo tan kilométrico por la arena que al final te tienta pedir un taxi para regresar, de lejos que ha quedado la sombrilla y la toalla.

Como suele ocurrir, la modernidad llegó en forma de apisonadora a Baja California y del pueblito pesquero de Cabo San Lucas solo quedaron fotos en sepia. Hoy es el tramo más mundano y bullicioso de Los Cabos, con multitud de bares, restaurantes y hoteles a pie de playa. Y la famosa Luxury Avenue, de Puerto Paraíso, donde se tiene tiendas casi todas las marcas de prestigio y puedes darle riendas suelta a tu VISA en Hermés, Cartier, Chopard… Sin embargo, en el otro pueblo, San José del Cabo, la piqueta no acabó con la historia y se logró conservar buena parte del casco antiguo. Hoy, gracias a una asociación de comerciantes y arquitectos, se ha rehabilitado casi todo el centro histórico, lleno de casitas bajas de estilo colonial, para que el viajero pueda disfrutar de un trocito del México real entre tanto hotel de nueva construcción.

Las calles que rodean el zócalo de San José de los Cabos están llenas de galerías de arte y talleres de artesanos. Aquí está también Casa Natalia, un alojamiento diferente para los que prefieran un pequeño hotel con encanto en vez de los macrohoteles estandarizados a pie de playa. Los jueves los comerciantes organizan el “Paseo del arte” y hay música y ambiente por las calles, detalles y descuentos en los establecimientos y un horario de cierre más tardío. Las fachadas del casco histórico de San José del Cabo se han convertido en un pastel de colores digno de Frida Khalo. Verdes eléctricos, morados imposibles, rojos bermellones, azules que empequeñecen el océano. Aunque no son los colores originales: sus habitantes las dejaban de blanco o en puro cemento, bastante tenían con sobrevivir de la pesca como para pensar en florituras de diseño. La decisión de añadirles color ha provocado diversidad de opiniones; unos piensa que está mejor así y otros que esos colores son impostado o importados de otros lugares de México.

Pero sería un desperdicio llegar hasta los Cabos y no ver, aunque sea en una excursión de día, el decorado que queda detrás: el desierto de Baja California. A poco más de una hora queda Todos Santos, que aunque se publicita como pueblo mágico, su urbanismo destila poca magia; pero merece una parada aunque solo sea para visitar el famoso hotel California. No es el de la canción de The Eagles, pero recrea el México colonial con buen acierto.

Si se dispone de más tiempo se puede seguir por la interminable quietud de este desierto de cardones y biznagas, siempre hacia al norte por la mítica Mex-1, la cinta de asfalto que cruza toda la península, en busca de otros lugares fascinantes como la antigua misión española de Loreto, la ciudad minera de Santa Rosalía, las salinas del desierto del Vizcaíno o las lagunas de San Ignacio y Ojo de Liebre, donde cada invierno llegan miles de ballenas grises para tener a sus crías en uno de los mayores espectáculos para los amantes de la naturaleza.

Y es que todo es posible en esta isla rodeada de mar por todas partes, menos por una, que es Baja California. Una enigmática raridad geográfica. Una visita imprescindible.

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