Ocio y cultura

Un paseo por Mónaco

Hay que reconocerle a Grace Kelly haber convertido a Mónaco en un suspiro eterno de glamour y coquetería. Los millonarios y cortesanos acuden encantados de conocerse a lucir sus últimos modelos deportivos y presumir de la eslora de los barcos de su propiedad atracados en el puerto. La dinastía más longeva de Europa y el mundo, los Grimaldi, son uno de los ingredientes de una ciudad estado vista por el común como un circuito urbano de Fórmula 1 donde entre curvas y chicanes tintinean zapatos de tacón y se abren las puertas de los descapotables frente al casino.

Pero Mónaco es mucho más que el papel de una revista del corazón y cuenta con numerosos atractivos para escaparse a conocerlo. Para ello os proponemos un paseo de punta a punta que, mientras nadie diga lo contrario, sigue siendo gratis.

Tratándose del segundo país más pequeño del mundo, sólo por debajo del Vaticano, no podemos acudir con demasiadas pretensiones. Si salimos de la estación de ferrocarril o aparcamos nuestro vehículo en uno de los muchos parkings públicos que dispone el Principado (y que resultan sorprendentemente económicos) debemos buscar siempre el puerto, enlace o puente entre dos mundos elevados como son, al oeste la ciudad vieja nacida a partir del Palacio de los Grimaldi y al este Montecarlo con su imponente casino y sus hoteles cinco estrellas con Lamborghinis frente a la puerta. A partir de ese momento tendremos muy claro cuáles son los tres mundos o espacios de Mónaco.

Más que un paseo marítimo se trata de un paseo entre yates de jeques y multimillonarios sin límites en su tarjeta oro. En verano abren atracciones para los niños y se llenan de puestos de comida rápida que son el salvoconducto perfecto al turismo corriente que no extiende cheques a la ligera y se dedica únicamente a ver pero no tocar.

La zona del puerto tiene mucho movimiento. Es un trasiego constante de gente que se mueve entre Montecarlo y el barrio del castillo a los que sirve de nexo. Al otro lado de las colinas nos esperan dos facetas muy interesantes de este diminuto (que no humilde) país situado en las estribaciones de los Alpes y asomado al Mediterráneo más azul.

Desde el puerto deportivo sólo cabe subir. Al occidente del aparcadero de yates nacen caminos en cuesta y escalinatas desde las que salvar un buen desnivel atravesando frondosidades. De repente nos adentramos a la Edad Media y a los tiempos de Francisco, el primer regidor de los Grimaldi en la Mónaco de finales del siglo XIII que no dudó en disfrazarse de monje para subir al trono.

Una puerta de acceso en piedra y puestos de vigilancia de la parte amurallada de la ciudad nos sirve para ponernos frente al castillo, o más bien palacio de los Grimaldi. Las almenas son la excusa que queda para llamar castillo a lo que es un palacio o palacete con fachada renacentista sin demasiadas florituras pero sobrio y elegante. Desde uno de sus balcones sale la familia principesca ocasionalmente, algo que hemos visto en algunas de las bodas de unos miembros de la realeza europea que siempre han dado mucho que hablar.

En la roca del castillo principesco, además de unas vistas magistrales del puerto, de Montecarlo y de las torres elevadas que nacen en las montañas, aparece una sucesión de edificios clásicos que debemos observar. Pintados en color pastel que se abren en callejuelas las cuales siguen los trazados de la agitada historia de este curioso país. Tomemos la calle que tomemos, amén de mostrarnos esa Mónaco tradicional alejada de las grandes construcciones, siempre llegaremos a la Catedral de estilo neorromántico consagrada en 1875 sobre el lugar que ocupó la humilde iglesia de San Nicolás. El lugar donde yace la pareja más famosa que nos ha dado el Principado, Rainiero III y Grace Kelly, es probablemente el más visitado de todos. El destino final de la musa de Alfred Hitchcock ha convertido en legendario a este hermoso y fotogénico templo de piedra blanca.

Otro de los atractivos del barrio del palacio principesco es el Museo Oceanográfico. Sólo con la fachada merece la pena una visita que es incapaz de decepcionar. Se trata de uno de los mejores museos marinos de toda Europa. Inigualable en emplazamiento y merecedor de alargar una estadía en tierras monegascas.

Del castillo debemos bajar nuevamente al puerto. No hay otro remedio si queremos llegar al otro lado de Mónaco, a Montecarlo. Lo ideal es hacerlo siguiendo el circuito por el que pasan veloces los vehículos de Fórmula 1 cada año en el Gran Premio de Mónaco. Hay numerosas huellas de los boxes e incluso los neumáticos impregnados en el asfalto por parte de corredores como Fernando Alonso, Hamilton y otras figuras que podemos ver hoy día en televisión. Aunque mucho antes se la jugaran por allí los Fangio (que tiene una estatua en el puerto), Fitipaldi, Sena, Schumacher y compañía. Se mire donde se mire Mónaco es historia viva del automovilismo mundial.

Pasamos el puente, tomamos la chicane más mítica de la Fórmula 1 y llegamos al área del casino de Montecarlo. Un edificio construido por Garnier, el mismo que levantó la Ópera de París, nos muestra la grandiosidad de uno de los lugares más concurridos de Mónaco. Y, sin duda, el espacio con más millonarios por metro cuadrado. Basta con ponerse frente a la fachada principal y ver cómo los aparcacoches no dan abasto con los Ferrari, Bentley, Lamborghini o Rolls Royce de turno. Es un auténtico placer para quienes les apasionen los coches deportivos puesto que difícilmente en otro lugar se puedan encontrar tantos y tan juntos al mismo tiempo.

El hotel de París, en un lateral, es otro de esos clásicos inconfundibles de ese Montecarlo de corte elitista. El conjunto es para quedarse a verlo aunque al cabo de un tiempo las escenas de tránsito de grandes fortunas pueden rozar los límites de lo obsceno. Y también de la envidia, por qué vamos a negarlo.

Y con el casino como último sabor de boca salimos de Mónaco por donde hemos venido. Muy cerca aparecen algunos destinos de la Costa Azul que requieren nuestra atención como Niza, Cannes, Menton, Antibes o ese Saint-Paul-de-Vence encaramado a una montaña. Cambiamos el caviar por el bocadillo de chopped que nos espera para volver…

Un lugar único, lleno de magia, lujo y mucho glamour para una escapada romántica, disfrutar de unos días en la Costa Azul y relajarse por las bonitas calles del principado. ¿Te viene a Mónaco?

 
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