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Análisis:

El Congreso de Pedro y Susana

El nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, es felicitado por Susana Díaz, la presidenta de la Junta de Andalucía y del Congreso federal extraordinario del partido(EFE/Luca Piergiovanni)

El congreso extraordinario le ha salido bien al PSOE. La buena decisión de evitar la votación de Sánchez como secretario general ha entregado toda la soberanía a la militancia que, seguramente, se verá suficientemente reflejada en una Ejecutiva que es, prácticamente, de concentración. Quedan, desde luego, algunos sectores por representar, pero Eduardo Madina debería entender como suficiente la integración que ha consumado el nuevo secretario general que, además, ha logrado una representación territorial completa, incluida la siempre difícil Cataluña que estará en la cúpula del partido con dos nombres con fuertes evocaciones: Pere Navarro y la ex ministra Carme Chacón.

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Pedro Sánchez ha metido en la dirección a la nomenclatura socialista de su generación y de otras anteriores y posteriores, pero rebajando la media de edad de manera drástica. El PSOE es un partido de cuarentones con un número dos -el riojano César Luena- de sólo treinta y tres años. La renovación es de caras pero lo es también de generación y, como consecuencia, de estilo.

El elemento decisivo de la recomposición del PSOE consiste, sin embargo, no tanto en la ejecutiva, sino en la 'performance' que han protagonizado Pedro Sánchez y Susana Díaz. La presidenta de la Junta de Andalucía ha rehusado la presidencia del partido -que asume su compañera Micaela Navarro- pero en absoluto el puesto clave de presidenta del consejo político federal, que será el que reúna a todos los barones territoriales y maneje los criterios del partido en materia autonómica, financiación incluida. Díaz ha representado un papel renuente a cualquier cargo porque estaba destinada a entrañarse en la médula del poder de la organización. De facto, al presidir el consejo político federal, establece con Sánchez una bicefalia efectiva.

Ni el PSOE, ni España, además de la crisis económica, tienen un problema más importante y complicado que el del modelo territorial, Cataluña mediante. Y ahí, con mando en plaza estará Andalucía con su presidenta, representando a la comunidad más poblada y la segunda con mayor superficie. Díaz toma las riendas de la posible reforma constitucional que no podrá hacerse sino es con la aquiescencia andaluza.

Este compromiso Sánchez-Díaz, que se ha fraguado como el que no quiere la cosa y sin que nadie rechistase, es la clave de bóveda de renovación del PSOE tras unas primarias ampliamente ganadas por Sánchez, que se ha ido imponiendo escoltado siempre por la potente energía política procedente de Sevilla.

Por si fuera poco, Susana y Pedro, Pedro y Susana, coinciden en el calendario de las primarias a la candidatura a la presidencia del Gobierno, en evitar la contaminación de Podemos y versiones parecidas y ambos apuestan por el regreso al poder que, habitualmente, exige un recorrido por los territorios centrales de la sociedad española, conforme al modelo del francés Valls o del italiano Renzi.

Pasado ya el capítulo de los acomodos de unos y de otros, ahora el PSOE de Sánchez y Díaz tiene que elaborar el discurso político, el relato convincente que ofrezca algo más que caras nuevas, juventud e ilusión. Porque los rostros se ajan, los jóvenes dejan pronto de serlo y la ilusión se esfuma. Queda el poso. O sea, ese residuo ideológico que es el humus socialdemócrata debidamente actualizado en el que crecen -o no, según sea- los votos y se fraguan las victorias.

 
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