Rompen las cadenas del poder establecido. Cuestionan que leyes y justicia sean el mismo concepto, máxime cuando la justicia en la que se anclan esas normas va en beneficio de quienes las promulgan. No se muerden la lengua. Miran a los ojos de su interlocutor, sea su aliado, su amigo o su rival. Daenerys Targaryen y Tyrion Lannister son los emblemas de los valores de la lucha de clases en la sociedad que dibuja en «Juego de Tronos». (ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS) Los Siete Reinos, el Muro y El Este. Grosso modo, son los territorios del mundo de «Juego de Tronos», tan diferentes entre sí como sus gentes, sus tradiciones, su clima y sus reglas. Ficticios, pero con unos rasgos tan reconocibles que trasladan al espectador indudablemente a una época que guarda similitudes con la Europa medieval. Blandir la espada o pagar para que otros la empuñen según guste es la simplificación del concepto «justicia» que se encuentra en las sociedades de cualesquiera de los tres escenarios de «Juego de Tronos». Las diferencias entre todos sus mundos convergen en una gran similitud: las clases sociales son el eje de toda civilización en esta serie de HBO, basada en las novelas de fantasía de la saga «Canción de hielo y fuego» escritas por George R.R. Martin. Reyes por la gracia divina (que suele ser la de la espada y el oro); grandes señores propietarios de castillos, tierras y ejércitos; el pueblo temeroso que vive para trabajar, resignado a su suerte y que siempre agita la bandera del vencedor; y los esclavos, aquellos sin derecho a nada, tratados como animales o peor y a quienes todos humillan: sus amos para hacerles saber que son de su propiedad, la plebe para volcar su frustración que produce estar bajo cualquier yugo opresor. Es el boceto que saldría de un cuadro que retratase la sociedad de la Europa medieval así como, quizá -y con matices-, de la de cualquier época de la existencia del hombre. Y es el boceto de los mundos de «Juego de Tronos». Frente a esa opresión, hay quien alza su brazo, quien levanta su mirada, despega sus labios y llama a la unidad para romper las cadenas; o quien, sencillamente, entiende que es más fácil deshacerse del collar que lo ata a uno mismo que intentar que todo el mundo comprenda que los collares no debieran ser necesarios en las personas. De una forma o de la otra, en «Juego de Tronos» -como en la historia de la humanidad- hay personajes que ni comparten ni están dispuestos a asumir esa férrea estratificación social. Daenerys Targaryen es uno de esos personajes. La bella madre de dragones posee todas las actitudes para liderar y para gobernar. Por ella fluye sangre regia y ha desempeñado esa labor de «reinar» como Khaleesi(título similar al de reina) para el puebloDothraki. Y la está desempeñando ahora, en las dos últimas temporadas de «Juego de Tronos», sometiendo bajo su mandato a las ciudades que, en el Este, se va encontrando a su paso: Astapor, Yunkai, Meereen. Pero Daenerys de la Tormenta (así se nombra ante sus enemigos) no deja caer el fuego de sus dragones -«Juego de Tronos» está plagado de figuras mitológicas y fantásticas- sobre las bases de las ciudades que toma, sino sobre quienes las gobiernan y las poseen, los grandes amos. Los esclavizadores de Bahía de Esclavos, como se conoce a esa tierra. No pretende la sumisión de pueblos, esclavos y soldados; todo lo contrario, Daenerys invoca a la libre voluntad de los que un día estuvieron oprimidos a decidir si luchan junto a ella o marchan. «No me debéis vuestra libertad. No puedo dárosla. Vuestra libertad no era mía para dárosla. Os pertenece a vosotros y sólo a vosotros. Si queréis recuperarla, debéis tomarla vosotros mismos. Todos y cada uno de vosotros». Así se dirige Danerys a los esclavos de la ciudad de Astapor tras deshacerse de los señores que la gobernaban. Daenerys ha aprendido que el valor que encierra la voluntad de un hombre que lucha agradecido a quien le ha dado la libertad es mucho mayor que el fuego de un dragón o que las lanzas mercenarias de cualquier ejército. Por eso, ciudad que visita, ciudad en la que sus opresores gobernantes son ajusticiados.En Meereen (cuarta temporada) proclamó: «Primero fui a Astapor. Los que eran esclavos en Astapor, ahora están detrás de mí, libres. Después fui a Yunkai. Los que eran esclavos en Yunkai, ahora están detrás de mí, libres. Ahora he venido a Meereen. No soy vuestra enemiga, tenéis al enemigo a vuestro lado. Vuestro enemigo roba y mata a vuestros hijos. Vuestro enemigo no os depara más que cadenas y sufrimiento y órdenes. Yo no os traigo órdenes, os traigo una elección. Y a vuestros enemigos les traigo lo que merecen». Les dio a beber a los amos de esta ciudad el amargo brebaje que ellos vendían como justicia entre sus ciudadanos. Fueron crucificados extramuros como ellos crucificaron a casi 200 niños inocentes en pro de las leyes que regían la urbe. En la particular manera de entender la justicia que posee esta joven mujer no es que un crimen se compense con otro. Sencillamente, para ella, hacer pagar a los criminales con la misma moneda, no es cometer un crimen. Conforme avanzan los capítulos de «Juego de Tronos», se define con mayor precisión la fuerza interior que lleva a la chica Targaryen a comandar a sus huestes con la bandera de la libertad sobre sus cabezas. Su meta última, tomar Poniente y hacerse con el trono de Hierro es pospuesta al conocer que las ciudades que ha ido tomando y en las que convirtió a todas sus gentes en ciudadanos libres vuelven a estar en manos de caudillos absolutistas: «¿Cómo voy a gobernar los siete Reinos si no puedo controlar la Bahía de Esclavos?¿Por qué confiaría nadie en mí? ¿Por qué iba nadie a seguirme? No dejare que a los que he liberado vuelvan a ser encadenados», asevera al enterarse de la noticia. Es un personaje (maravillosamente interpretado por la actriz británica Emilia Clarke) que desprende fuerza, raza, carácter y autodeterminación. Rebosa personalidad y firmeza. No le tiembla el pulso para ejecutar a un poderoso y a la vez compadecerse de un pobre cabrero que ha perdido su rebaño. Tyrion, el pequeño gran hombre de «Juego de Tronos» Personalidad, firmeza, entereza y mucha dosis de realismo es lo que define al enano más noble de la serie, hijo del hombre más poderoso de los Siete Reinos y perteneciente a los Lannister, la familia más adinerada; de ahí su poder. Así es Tyrion Lannister. Tyrion vive a la sombra del esplendor que rodea a su familia. El poder y el miedo que infunde hace resplandecer a su padre como si de una corona de oro se tratase. La belleza de su hermana Cersei y su hermano Jaime lo relegan a ocupar el hueco reservado para bufones cortesanos. Si hay un personaje que se mire al duro y cruel espejo de la realidad cada día, ese es Tyrion. «Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte», le aconseja en un momento de la serie al personaje de Jon Nieve. Al ser preguntado en la primera temporada si le molesta que le llamen gnomo, él responde con toda ironía: «Si dejas que se den cuenta de que sus palabras te hacen daño, jamás te librarás de las burlas. Si te ponen un mote, recógelo y transfórmalo en tu nombre». Ironía, sarcasmo... son las espadas que usa Tyrion y que otros no pueden empuñar. Como él, por su morfología, está incapacitado para tomar armas y medirse en el campo de batalla, otros laureados señores y caballeros poseen la incapacidad mental de ver más allá de sus narices. Tyrion es consciente de ello tanto como de su pequeñez: «Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza; y yo tengo mi mente. Pero una mente necesita de los libros igual que una espada de una piedra de amolar para conservar el filo». Escupe en la sociedad de clases de «Juego de Tronos». Fiel a su estilo obsceno, puede mearse en ella si quiere. Cansado de que le respeten por su apellido mientras se burlan a sus espaldas por su aspecto, Tyrion valora a cada persona que aparece ante él por las intenciones que presenta y por el trato que le propina. El pequeño Lannister no es el gran libertador que el espectador puede encontrar en Daenerys. La rebelión de Tyrion contra lo establecido es individual. Es capaz de amar a una puta tratándola como a una dama, de nombrar caballero a un vulgar mercenario vividor o de abofetear y humillar al propio rey de los Siete Reinos, su engreído sobrino Joffrey. Esta semana, Tyrion Lannister y el actor que lo encarna en «Juego de Tronos» (de una manera sublime), Peter Dinklage, se han colocado como trending topics a nivel mundial y también a nivel nacional. La razón ha sido el pasaje del sexto capítulo de la cuarta temporada (el último emitido) en el que Tyrion es sometido a un sumarísimo juicio por el asesinato de Joffrey. Juicio presidido por su padre y en el que su hermana declara en su contra. Hundido al comprobar cómo todos le dan la espalda y piden su cabeza -algo que no le sorprende-, Dinklage nos deja una de las más gloriosas escenas protagonizadas por su personaje en la que Tyrion arremete contra todos los presentes («Os salvé. Salvé esta ciudad y vuestras inútiles vidas. Debí dejar que Stannis os matase a todos») y se declara inocente del delito de asesinato que se le imputa a la par que confiesa su culpabilidad en otro asunto: «Soy culpable de un crimen mucho más monstruoso. Soy culpable de ser enano [...]Habéis estado juzgándome por eso toda la vida», le espeta a su padre. Su talla es pequeña, su dignidad enorme. Su agudeza le ha llevado a darse cuenta de algo en lo que Daenerys Targaryen también parece haber reparado: «Casi todos los hombres prefieren negar la verdad antes que enfrentarse a ella». Daenerys y él se enfrentan a la realidad sin tapujos. Como afiladas espadas, cortan las cadenas que marcan el modo de vida en la sociedad de «Juego de Tronos». La lucha de clases en esta ficción la encabezan ellos.