¿Qué pasa con la deflación?
La deflación es que los precios, en lugar de subir, bajan. Pero las autoridades económicas y los economistas añaden otras condiciones para que sea preocupante. Que la bajada de precios sea persistente y alargada en el tiempo
Cualquiera puede pensar que si los precios de lo que se debe pagar bajan será bueno para él. Sería así si fuera el único agente económico, algo lógicamente imposible. El problema es que todo el mundo al mismo tiempo gasta e ingresa dinero. Y cabe pensar que si a alguien le cuestan menos dinero las cosas, también le pagarán menos dinero por lo que haga.
Las consecuencias son varias:
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> En primer lugar, la deflación provoca que las empresas deban vender sus productos más baratos. Esto hará que pague menos a sus trabajadores. Incluso aun así, no tendrá seguridad si cuando saque al mercado sus productos, los precios hayan caído aún más. Puede ser una espiral que impida saber a las empresas a qué coste deben producir y les obligue a bajar continuamente sus precios.
> En segundo lugar, la deflación desincentiva el consumo de productos de consumo duradero, como automóviles, electrodomésticos, equipos informáticos y muchos más. La razón: el consumidor no se decidirá a comprar en la creencia de que el precio va a bajar más y es mejor esperar.
> En tercer lugar, la deflación es mala para el que debe dinero y buena para aquel al que le deben. Si una familia, una empresa o el propio Estado deben, por ejemplo, 100.000 euros y el Índice de Precios al Consumo baja un 1%, significará que esos 100.000 euros pasarán a valer más, exactamente 101.000 euros. Habrá engordado la deuda, al tiempo que la familia, la empresa o el Estado ingresarán menos por sus vías habituales porque los precios han bajado.
Este escenario deflacionista supone un adelgazamiento de la actividad económica y puede causar, por todo ello, un parón en el crecimiento
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