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BALONCESTO | NBA

El niño que no quiso saber nada del tenis

Joakim Noah se ha convertido en el último superviviente, aquel indispensable que no puede fallar a la minada moral de Chicago

Joakim Noah junto en los Bulls, en los Gators de Florida y junto a su padre Yannick.(EFE)

Joakim Noah junto en los Bulls, en los Gators de Florida y junto a su padre Yannick.

Los Bulls han sido descabezados recientemente en varias ocasiones, sin saber que el verdadero corazón del equipo seguía latiendo en un segundo plano. Cuando las miradas apuntaron a la estrella Derrick Rose, él estaba callado, haciendo su trabajo. En el momento en que el peso recayó en el veterano Luol Deng, él lo entendió, miró por el bien de la ciudad. Ahora, cuando ya nadie quiere la manzana envenenada, él asume el rol de líder, sabedor de que siempre lo había llevado en secreto.

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Si uno no se para a escrutar el pasado y la trayectoria de este jugador podría sacar una conclusión sencilla pero equivocada. La de "hijo de papá". Ese tipo de deportista que lo ha tenido fácil para llegar a la élite o que por lo menos ha contado con el apoyo de una cara reconocida. Su abuelo: exfutbolista camerunés. Su padre: extenista francés. Y Joakim, nacido en Nueva York pero con pasaporte galo, hijo del baloncesto. Alguien que ha conocido de primera mano el sacrificio de llegar a lo máximo en un deporte y que, sin embargo, puede parecer que lo ha tenido todo hecho.

Nada más lejos de la realidad. Cierto es que la familia de Noah le recibió con dos regalos: la tranquilidad de una vida pudiente y la capacidad atlética, innata en la raza negra. Hasta aquí. Ninguna concesión más. El resto, a donde se alcance a ver ante esos imponentes 2,11 centímetros, no ha llevado otro nombre que no fuera el suyo. De hecho ser el hijo del último ganador francés de un Roland Garros (1983) es menos gratificante de lo que pueda parecer. Yannick Noah es un héroe en Francia y quizás la razón por la que Joakim se decidiera por el baloncesto, limitando sus apariciones en tierras francesas con el combinado nacional. Solo una presencia con 'Les Bleus', en Lituania 2011 que se llevó España, y que deja muchas dudas en el aire. Temporadas muy largas y lesiones que ya le han obligado a renunciar al Mundial de España 2014.

Su infancia se desarrolló en Neuilly-sur-Seine, área metropolitana de París, y fue ahí donde empezó a intimar con el tenis a una temprana edad. También fue donde empezó a entender ligeramente el impacto de su progenitor en la sociedad francesa. Solo Joakim Noah sabe si la figura de Yannick ha ejercido un peso en el desarrollo de su carrera. Lo que sí es seguro es que desde pequeño decidió apartarse de la senda 'aparentemente' marcada y no quiso oír mencionar el tenis. De eso ya se hablaba mucho en casa... Las miradas hacia un sucesor podían ser intimidatorias, pero Joakim, sobrado de carácter y personalidad, no tembló. Únicamente inició su propia apuesta.

Un tipo de sangre caliente.

No parece un gesto pensado para retar a su padre o infundado en un odio inexistente a la raqueta. Lo que le 'picaba' a Joakim era el gusanillo de un deporte que empezaba a obsesionarle. Con trece años emigra, junto a su madre, a Nueva York para conocer su ciudad de origen y vivir su propia vida. Esa en la que el nombre familiar no pudiera amenazar su tranquilidad y en la que solo sería conocido por el rango de sus acciones personales. Cada día en la cancha del barrio era una nueva oportunidad para construir su propia trayectoria, como él mismo asegura: "Cuando llegué a Nueva York viví mi experiencia sin ser 'hijo de...' Nadie sabía quién era yo ni mi padre".

Con un paso exitoso por la Universidad de Florida, formando tándem con sus compañeros y amigos de promoción Al Horford y Corey Brewer, se ganó el derecho a que se empezase a hablar de él. Dos títulos de la NCAA para los 'Gators', los únicos de su historia, y a estas alturas ya sí, se había forjado una naturaleza indomable. Competitivo hasta decir basta, en ocasiones incluso pesado, el calificativo de luchador dejó paso al de gladiador, más acorde con las batallas 'suicidas' en las que a veces se metía. Un jugador al que le quedaban por mejorar muchas cosas, empezando por el tiro, pero que suplía todos sus defectos con un poder: por actitud no le podía ganar nadie.

Así irrumpió en la NBA, sin complejos. Si el nombre de su ídolo de la infancia y padre a la vez no había podido hacerle sombra, no lo iban a hacer jugadores con los que podía batirse el cobre. Siete años en los Chicago Bulls machacándose físicamente, que se resumen en la importancia y dotes de mando ganados con el paso de los cursos. Cada temporada, una nueva aportación. Primero, su capacidad intimidatoria, intrínseca de su forma de ser. Segundo, el cierre del rebote. Tercero, su mejora en el lanzamiento exterior, con una mecánica capaz de desquiciar a cualquier entrenador de tiro. Y en último lugar, la triple amenaza: a la entrada y al tiro sumó una más que aceptable visión para el pase.

El 'cariño' mutuo con Lebron James viene de largo.

Año tras año escaló puestos en los índices de popularidad de la hinchada de Chicago. Siempre en un segundo lugar, con pívots más veteranos como Ben Wallace, Drew Gooden, Brad Miller o Carlos Boozer, en la actualidad. Y a las órdenes de estrellas del equipo como Ben Gordon, Luol Deng o Derrick Rose. Ni una mala cara, ni un mal gesto. Durante el aprendizaje estaba desarrollando un fuerte sentimiento de pertenencia a los Bulls.

El jugador francés se las arregló para destacar desde el primer día con unos valores que cualquier compañero o aficionado siempre busca: los de entrega y amor a unos colores. Solo esto explica la situación actual en Chicago y la repercusión del pívot galo. Un conjunto que ha pasado de ser claro aspirante al anillo, a un equipo que tiene que sobrevivir ante la adversidad. Un grupo desahuciado por la prensa, desde el momento en que las rodillas del líder Rose dijeron basta, y por el que ya nadie da un duro. Aunque eso poco le importe a Noah.

El contexto de la presente temporada no es más favorable. Los dos principales referentes, fuera del equipo. Rose, gafado, retornó hasta que en el undécimo partido volvió a caer lesionado. Mientras Luol Deng se marchó traspasado a Cleveland, siendo un signo evidente de que la franquicia tiraba la temporada. Terreno abonado para Joakim. ¿Tirar el qué? No todas las palabras tienen traducción a todos los diccionarios y el de Noah es breve pero conciso, se reduce a ganar. Esa voluntad le ha permitido dejar para la posteridad noches como la del 11 de febrero, donde firmó un 'triple doble' (19 puntos, 16 rebotes y 11 asistencias), solo días antes de ser premiado con el All Star.

Un carácter que a veces es incontrolable.

Una realidad que se refleja en el cuarto puesto del equipo en la conferencia Este, con un índice favorable de victorias y derrotas (32-26). Una proeza ante el panorama actual; no es muy difícil llegar a la conclusión de quién tiene la mayor parte de culpa. Con la baja de Rose, a finales de noviembre, el equipo sufre un duro revés y la caída correspondiente. En diciembre, los Bulls ganan 5 partidos y pierden 10 (33 % de victorias), la situación parecía irreconciliable. Aún así, Noah incrementa sus prestaciones y sigue haciendo lo que mejor sabe: trabajar para el equipo. En este mes, en comparación con el anterior, sube su anotación más de 3 puntos y coge 4 rebotes más por partido (12,8 y 11,9), aguantando en torno a las 3 asistencias y media por encuentro, nada desdeñable para un '5'.

Llega enero y el día 2 se formaliza la salida de Deng, rumbo a los Cavs. "Al final del día lo que cuenta es que mi hermano no está, eso duele, pero no estoy enfadado", estas son las primeras impresiones de Noah nada más conocer la noticia. Otro que se cae del barco en plena tempestad. A los aficionados que hablan de tirar la temporada, con el conocido método de 'tanking', para conseguir una buena posición en el 'draft', Joakim les responde multiplicándose con sus mejores números del año. 13,6 puntos por partido y unos increíbles 14,1 rebotes (el segundo mejor jugador de toda la NBA en esa faceta). Pero donde se aprecia realmente el interés por evolucionar como jugador y ser el faro del equipo es en las 5.8 asistencias que reparte por noche. Todo para un espectacular balance de 11-4 (73 % de victorias), uno de los mejores de toda la liga.

Para echarse a llorar, si no fuera porque de los 13 partidos que Chicago tenía por delante en febrero, ha ganado 9. La buena racha sigue adelante y es de alabar. Desde noviembre, Noah ha pasado de ser el sexto máximo anotador del equipo al tercero en febrero. Ha subido del bronce al oro en rebotes y ha dado un toque de atención a todos sus compañeros, volando del cuarto al primer puesto en asistencias. 6 cada madrugada española que no ponen techo a su mejoría. Contando por descontado con que es el mejor taponador del equipo de principio a fin con 1,4 intimidaciones por velada.

Números que definen el nivel de compromiso del francés con el proyecto. Un jugador ya veterano (29 años) que no se va a rendir en la carrera por llevar a los Bulls hasta un nuevo anillo, tras los pasos de Jordan y Pippen. Alguien que entiende el concepto de lealtad como una máxima. Una fe ciega que solo le permite distinguir entre amigo y enemigo, compañero o rival. La obstinación por bandera que le ha jugado malas pasados con algunos árbitros y que le ha erigido en la antítesis de los Heat de Lebron y compañía. Aunque para Francia y el resto del mundo siempre será Joakim Noah, el jugador de baloncesto.

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