José Carlos Díez: "Como economista, pido perdón"

José Carlos Díez y Soledad Nuñez son dos economistas que no encajan con aquella viñeta de El Roto que decía "Si miro mucho tiempo los números, veo borrosa a la gente". Él es economista jefe de Intermoney y ella ha llevado el timón de la gestión de la deuda pública en la crisis financiera más grave que ha sufrido la economía española. En 'El porvenir de los oficios', Juan Cruz les pregunta por la doble contradicción de su profesión: denostados, pero solicitados.

José Carlos Díez acaba de publicar "Hay vida después de la crisis" (Plaza y Janés) en el que, como economista, pide perdón. Reconoce que aunque hubo quien predijo la situación tan grave que nos esperaba, nunca pensó que esta crisis podría destruir un 20% de empleo. Quizás el economista jefe de Intermoney busque el perdón, porque sabe que su oficio siempre estuvo vinculado a la filosofía moral. De hecho, recuerda que "los primeros economistas españoles fueron curas".

La gestión de la crisis ha sido nefasta, la ética quedó a un lado y la opacidad ha marcado la toma de decisiones. Soledad y José Carlos mantuvieron una conversación con el gobernador de la Reserva Federal de Estados Unidos en la que reconoció que la quiebra de Lehman Brothers fue un error y se justificó así: "era una semana tan caótica que no sabíamos lo que hacíamos".

¿Superaremos la crisis? Soledad Nuñez cree que hay futuro, pero que todavía no sabemos cómo será: "hay luz al final del túnel, pero el túnel es estrechito y bajito. Cuanto más estrechito y bajito sea el túnel, peor sales. Sales encorvado". Es la cautela con la que se acostumbra a hablar la mujer que, al frente del Tesoro, vivió varias subastas de deuda pública. Por eso, José Carlos Díez bromea y la llama 'torera'.

A la conversación se suma Gabriel Tortella. Fue uno de los economistas a los que tacharon de pesimista y ahora puede presumir de que estaba en lo cierto en sus previsiones. Tortella recuerda que Keynes no siempre acertaba. Predijo que en el futuro los ciudadanos nos olvidaríamos de la economía, porque nuestra calidad de vida habría mejorado y los economistas se convertirían en una especie de artesanos. De momento, no podemos darle la razón porque los economistas siguen buscando las razones de nuestro fracaso económico.

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