Todo el mundo merece un futuro

Este es nuestro último día en la base de Acción contra el Hambre en Keita. Y si ayer explicábamos esos proyectos a largo plazo que sirven para aliviar la situación de emergencia que vive Níger, hoy hemos vuelto a un centro nutricional. | Participa en golescontraelhambre.com

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Un centro donde decenas de madres con sus niños hacen una paciente cola, sentadas sobre esteras, esperando que pesen y midan a los pequeños. El sonido que se escucha es un murmullo de charlas y llantos, con alguno que sobresale entre los demás. El llanto del niño que está siendo pesado y medido en ese momento. Su peso se toma en una báscula de la que pende un barreño de un azul impecable y se mide sobre una tabla de madera. Muchos vienen semanalmente, y los datos son apuntados por enfermeras que siguen su evolución y les dan las dosis de alimento terapéutico necesario en cada uno de los casos, una pasta de cacahuete que tiene los nutrientes necesarios. La primera se la toman allí mismo, el resto se la llevan envueltas en esos pañuelos que anudan sus cinturas o a sus espaldas.

Otros llegan allí por primera vez, empujados a menudo por otras mujeres que tienen influencia en la comunidad. En Acción contra el Hambre las llaman "mamás faro", porque guían en esto de los buenos hábitos y hacen un trabajo tan importante como el de los médicos. Hoy la cola de madres con niños en su primera visita era especialmente larga, demasiado larga, como la lista de nuevos casos detectados de malnutrición.

Se ha detectado un aumento claro de casos de desnutrición con respecto al año pasado. Entramos ahora en el periodo de carencia, nos ha dicho Fata, la enfermera encargada del seguimiento, en el que las familias tienen menos recursos y se ha disparado el número de casos antes de lo previsto. Si hasta hace poco la cifra era de cinco casos detectados al día, ahora de cada 50 niños que revisamos, 40 están desnutridos. Y nos lo contaba con semblante de preocupación y no es para menos. No nos cansamos de repetir que estamos en una situación de alerta alimentaria, que todavía estamos a tiempo, que hay que actuar, y los datos que nos contaba Fata, enfundada en su bata blanca en un centro de atención en medio de esta zona desértica de Keita lo confirman.

Los datos y la sensación de todo este equipo al cruzar nuestros ojos con los ojos inexpresivos de los pequeños e intentar, sin éxito, arrancarles una sonrisa. Porque estos cuarenta niños, aunque sean de África y esto este muy lejos, tienen nombre, se llaman Anás, Abdulalleh o Ibrahima, por ejemplo, y se merecen un futuro como todo el mundo.

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