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Cuando pedimos el Nobel para Vicente Ferrer

<i>Ustedes son formidables</i> viajó en 1967 a la India para contar su obra y pidió para él el Nobel de la Paz

La llegada del periodista de la Cadena SER al aeropuerto de la India para entrevistar a Vicente Ferrer

Aquel programa tan especial movilizó a los oyentes y a la sociedad que se desvivieron para mandar ayuda al proyecto que Vicente Ferrer llevaba a cabo a miles de kilómetros de distancia de sus hogares.

Mujer y niño en la  estación de ferrocarril de Anantapur

Mujer y niño en la estación de ferrocarril de Anantapur

"Pobres o ricos, rubios o morenos, ustedes son formidables"... La sintonía de Ustedes son formidables abría cada semana el programa y toda la SER, como un resorte, se ponía a disposición de aquel loco genial que era Alberto Oliveras, larguirucho, impulsivo, bohemio, que cinco minutos antes del programa aún andaba "despachando" con sus colaboradores en el bar de abajo de Radio Madrid, La posada del mar.

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Reporteros, técnicos, secretarias, telefonistas, eran un ejército que lo mismo una noche pedía un marcapasos para una madre de familia, que otra llenaba de papel de periódico la Gran Vía para venderlo y sacar dinero para un colegio de huérfanos. Había mucho por hacer en aquella España en la que los servicios públicos -inexistentes- eran suplidos por la beneficencia. Cualquier desgracia contada por la radio movía los corazones compasivos, cualquier llamamiento era respondido con la generosidad de los humildes.

El 2 de noviembre de 1967, Oliveras pidió el Nobel de la Paz para Vicente Ferrer, en aquella época 'el padre Ferrer'. Los españoles pudieron escucharle a través de la radio, a miles de kilómetros de distancia, y cómo el locutor le describía: "Es un hipnotizador, un mago que atrae, y que se ha propuesto como sea que la gente no muera, y llevarles un consuelo y una dignidad en lo más elemental". Mientras en los receptores se hablaba de solidaridad, de justicia social, de la pobreza como una gran vergüenza mundial, los teléfonos de la redacción hervían, llovían los apoyos para ese Nobel, y probablemente en un solitario despacho del Ministerio de Información y Turismo, el censor no sabía si aquella emisión era caritativa o revolucionaria.

 
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