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Análisis:

Las ideologías de Fraga

La trayectoria ideológica de Manuel Fraga, decano de los políticos españoles, abarca una larga etapa de la historia de España, marcada por la dictadura de Franco, la Transición y la democracia ya consolidada

"Ni hay tutelas ni hay tutías". Con esta oración, Manuel Fraga rompía la carta de dimisión de José María Aznar y lo proclamaba como líder nacional del PP (01-04-1990)(EFE)

En esos tres periodos, Fraga da muestra de sus dos rasgos más relevantes: el conservadurismo y el pragmatismo, que él mismo se encarga de definir: "Mi praxis política -dice-, demuestra que no concibo ningún pensamiento sin adecuarlo a la acción correspondiente".

Durante el Franquismo, Fraga se muestra como un ministro de "la nueva ola". Es el hombre que trae a los turistas, que inaugura paradores, y que con su Ley de Prensa tramposa acaba con la censura previa, propia de la postguerra, pero impone la autocensura de los medios, por temor a los secuestros administrativos. Fraga, que asiste a los consejos de El Pardo, siempre elogiará la figura de Franco.

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En el primer gobierno de la monarquía, Fraga es ministro de la Gobernación durante los sucesos de Vitoria, donde la policía carga contra trabajadores a tiro limpio, provocando la muerte de cinco de ellos. Su autoritarismo no ha sufrido mella, aunque su praxis le indica que es momento de aglutinar a la derecha conservadora en formaciones como GODSA, embrión de Alianza Popular que acoge a los franquistas, mientras democristianos o socialdemócratas optan por Suárez.

Su discurso, andando los tiempos, se irá desdibujando. Cambiará orden y disciplina por centro y reformismo. Y se dirigirá un amplio espectro de votantes, lo que él llama "la mayoría natural".

"La calle es mía", llega a decir Manuel Fraga, que abomina las ideologías y va depurando en los sucesivos congresos del partido a los más significados con el anterior régimen. Fraga es ponente de la Constitución y se entroniza como "líder de la oposición", haciendo una y única la imagen de la derecha española.

La propia evolución de su partido, convertido ya en Partido Popular, coloca a Fraga en una posición más totémica que ejecutiva. Y llega el momento de Galicia. El hombre que no creía en las autonomías se enfrenta a la penúltima etapa de su vida política reclamando más competencias, y un mayor protagonismo de las regiones en las instituciones europeas, pero sin variar un ápice su concepto de un Estado fuerte y único.

En los últimos años, Fraga continuó en la vida política, con una inusitada actividad, alejado de la ortodoxia del partido que ha creado, en el sentido de que no sigue las consignas que se diseñan en las reuniones de Génova: habla de colgar a los nacionalistas, se pone de perfil en el 'caso Gürtel', critica la tibieza de Rajoy con las críticas internas, apuesta electoramente por Cascos. Es un viejo roble, tozudo y soberbio, dispuesto a imponer su autoritas incluso a los achaques de la edad.

 
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