Diario de la vuelta. Día 2. 42 grados a la sombra

Mientras llueve en media España, y aparecen huracanes por Madrid, aquí podemos freír huevos en el asfalto. Del calor de Benidorm, hemos pasado al de las playas de Orihuela. Es ese calor que no se siente cuando se está en la arena, con el bañador, con el descanso y la desconexión propia de las vacaciones, panza arriba tostando al sol y bronceándose el cuerpo. Pero trabajando, corriendo detrás de los ciclistas, con cientos de motores funcionando y sin parar de aquí para allá, la temperatura se multiplica por cinco. ¡Y que 42 grados, son 42 grados!

La Vuelta nos ha dado a los inalámbricos unos chalecos de doble capa para trabajar en la línea de meta. Sirven para identificar a los fotógrafos y a los redactores en plena carretera, como los petos en los estadios de fútbol. Son muy útiles porque tienen un montón de bolsillos para guardar libreta, grabadora o cámara y así tener libre el hombro para cargar con el micrófono. ¡Te quejas por cualquier cosa! ¡Con lo bueno que es el calor!, me dice Linares. Lo dice precisamente el cántabro, que se pasa el año entre 16 y 26 grados, y comenta la Vuelta desde la cabina, con muy buena ventilación. Sé que lo dice por picarme, por eso no le contesto.

Pero el calor lo suple la gente en Alicante y en Murcia con una respuesta increíble con la llegada de la Vuelta. A pesar de las temperaturas ha sido un acierto adelantar las fechas, porque agosto te asegura cunetas repletas de público.

Alguno se ha traído el bañador, como Anselmo, y ya ha probado alguna piscina. Yo prefiero jugar un partido de fútbol, o fútbol sala, pero como no hay tantos voluntarios para una pachanga, he salido a correr un poco antes de la cena. Se trata de hace un poco de deporte, para no perder la forma en la Vuelta y llegar sin pretemporada a la liga que juego con mis amigos. Aunque hay alguno aquí que no corre desde que aprobó Educación Física en la EGB. Ya os diré quién es.