Skateistán, Kabul sobre ruedas
Una escuela de skaters se hace un hueco en la capital afgana
Afganistán lleva más de 30 años en guerra. Tan solo el año pasado hubo 2.400 bajas civiles en su territorio. Dos tercios de la población vive con menos de dos dólares al día. Con estos datos no es de extrañar que la media de vida en el país se sitúe en poco más de los cuarenta años. Kabul es su corazón financiero y político, un corazón que apenas bombea y que no da abasto. Es una ciudad construida para 200.000 personas. En la actualidad viven en ella más de cinco millones.
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En este laberinto de calles y almas, los sonidos de los tanques se entremezclan con los de los coches y los del mercado. Los niños piden dinero en las principales arterias de la ciudad y los asuntos más turbios se resuelven en los callejones. Pero desde tres años, existe en Kabul un rincón donde los jóvenes pueden olvidarse de sus problemas, un lugar donde los niños pueden volver a ser niños.
Se llama Skateistan y es una escuela de skaters. Por ella pasan semanalmente 400 niños dispuestos a aprender a montar en monopatín. Todo empezó cuando un periodista alemán, Max Henninger llegó a Kabul y quedó con un amigo, Oliver Percovich, para dar una vuelta en monopatín por la ciudad. En conversación telefónica Henninger, actual subdirector de Skateistan, rememora ese momento con nostalgia. "Los dos éramos skaters así que decidimos salir con nuestros monopatines y con unos amigos afganos. En cuanto salimos a la calle, fuimos rodeados por unos 30 o 50 niños. Al final no llegamos a patinar, les dejamos nuestros monopatines a los críos y jugamos con ellos" recuerda con una precisión alemana. Fue en ese momento cuando surgió la idea de crear una escuela de skaters en el corazón de Afganistán. "Nos dimos cuenta de que esto es una herramienta perfecta para conectar con la juventud afgana. Y desarrollamos la idea de crear un ambiente seguro para los estudiantes. Así nació la idea de crear el parque Skateistan"
Tres años después Faranas va todos los martes a Skateistan. Ella es una de las cerca de cien chicas que están apuntadas. Tiene 14 años y lleva los últimos dos recorriendo Kabul sobre ruedas. Vive con su madre, sus hermanos, cuñadas y sobrinos en el centro de la ciudad. Recuerda con exactitud su primera visita al parque Skateistán. "Vi a la profesora cogiendo las manos a las estudiantes, enseñándolas a patinar. Vi a las chicas patinar realmente bien y me gustó mucho. Ahora, por fin, puedo hacerlo yo también". Faranas dice que montar en monopatín le hace simplemente feliz. Aunque reconoce que esa felicidad no es compartida por su círculo más cercano. "Al principio mi familia no estaba de acuerdo con que viniera aquí, a Skateistan. Pero cuando vieron que de verdad me interesaba, mi madre me dejó venir. Aun así mis hermanos no están de acuerdo (...) Ellos no me dejan pero, por suerte, mi madre discute para que me permitan venir."
La mayoría de las alumnas de Skateistán tiene problemas similares a los de Farana. No es que los afganos vean el monopatín como algo malo, o que lo relacionen con la cultura occidental. No lo relacionan con nada. "Nadie lo conocía" reconoce Max Henningen, "así que nadie tiene nada en su contra, no se ve como un invento americano". Pero en una cultura fuertemente tradicional, la novedad no se ve con buenos ojos, y menos cuando las muejres se acercan a ella. "Las chicas suelen tener problemas para venir a Skateistan" admite Henninger a media voz. "Especialmente cuando tienen más de doce años, a esa edad ya pueden casarse, sus padres tienen otras prioridades". A Bilal sus padres no le ponen ningún problema por asistir a las clases de discapacitados de Skateistan. "Es impresionante, uno de los mejores skaters que he conocido" dice sobre él Henninger. Bilal también forma parte del equipo paralímpico de Afganistán. Se entrena en el parque Skateistán, unas instalaciones que reciben múltiples usos. Dibujan comic de superhéroes, diseñan monopatines con henna, organizan excursiones...
A pesar de las rémoras del pasado, la sociedad afgana está empezando a cambiar. Sapiri Hakam es la presidenta de la asociación por los derechos de la mujer afgana. Lleva varios años viviendo en España pero está en contacto con su país de origen a través de la televisión y los frecuentes viajes que hace a Kabul. El último de estos viajes le dejó una fuerte impresión. "Los jóvenes van al gimnasio, estudian informática, estudian inglés, hacen cosas impensables hace unos años". Aun así, Hakam reconoce que este cambio es limitado. Se da en poblaciones más avanzadas como Kabul, y principalmente entre la clase acomodada afgana.
Skateistán no solo está orientado a ese tipo de gente. La colaboración de la gente hace que se mantenga sin necesidad de cobrar a sus alumnos. Después de tres años está plenamente asentada en Kabul. De hecho, Henninger pretende viajar a finales de septiembre a su nueva sede, en Camboya, para ver cómo funcionan allí. Y planean abrir otra sede más en el norte de Afganistán. Han recibido visitas como la de Guido Westerwelle, el ministro de exteriores alemán, e incluso en el último festival de Sundance se presentó con éxito un documental sobre la escuela:'Skateistan: to live and Skate in Kabul'. Pero a pesar de que el éxito del proyecto es indiscutible sus promotores saben que no se podrán quedar en Kabul para siempre. Menos aún con el futuro traspaso de la seguridad a los afganos en 2014, y con una seguridad que reconocen, cada vez es menor. Ellos son conscientes de que no pueden quedarse en Kabul para siempre, y por eso están potenciando la contratación de nativos como profesores en la escuela. Ya son 22. Para que si un día, los fundadores de Skateistán tienen que abandonar el país, alguien pueda continuar enseñando a los niños a patinar por Afganistán.
Skateistán
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