Campaña, sanfermines y "agostazos"
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No hay manera de variar las rutinas a las que obedecen nuestros reflejos. Siempre me pasa lo mismo, y, que yo sepa, mis síntomas (y diagnósticos) son comunes a los demás periodistas de mi entorno. Lo mismo que la cobertura de los sanfermines me ocasiona una inmensa pereza, lo mismo que sólo pensar en organizar los equipos y las conexiones en plena fiesta me produce una pulsión suicida inevitable, lo mismo me pasa con las campañas electorales.
Pero lo mismo que, al fin y al cabo, a uno le queda un leve resquicio de sensibilidad, y acaba sintiendo un hormigueo en el estómago cuando escucha el sonido del chupinazo, lo mismo que tengo que acabar admitiendo que llevo dentro las fiestas, MIS fiestas, he de reconocer (no muy en público, desde luego) que el inicio de la campaña me provoca cierta placentera inquietud de la que no puedo deshacerme.
Y es que el debate, la lectura entre línea de los mensajes de argumentario, la interpretación de los gestos de los candidatos, la previsión de lo previsible de los mensajes, la traslación de esa interpretación, la mirada de futuro hacia el hipotético desarrollo de los acontecimientos, la acción de sopesar claves que se van desarrollando y modificando a lo largo de los días, el descubrimiento de aspectos a valorar para llegar a conclusiones distintas de las de los demás, el hecho de convertirte en analista de a pie, de trascender del mero periodismo del día a día, me dan pereza, pero, he de decirlo, me "ponen".
Lo mismo que los sanfermines.
Y es que la fiesta y la campaña electoral están vivas, se mueven entre tus manos, se niegan a ser abarcadas o esclarecidas en una sola nota de prensa, en una sola crónica de radio, ni siquiera las cámaras logran evitar que la noticia se desarrolle, crezca, o se desintegre. Lo que ahora es certero mañana es erróneo. La verdad absoluta de esta tarde es relativa por la noche, y absolutamente errónea cuando te despiertas a echar la "meadica" de madrugada.
Todo ésto (me niego a escribir "ésto" sin tilde, como seguro que aconseja la Academia) me viene a la cabeza en este inicio de campaña que vivo como periodista, sin poder pedir días de vacaciones para huir del ruido. es decir, que me quejo pero al final lo paso bien.
Pero sobre este panorama finalmente optimista, vectorialmente dirigido en principio hacia sensaciones favorables, se cierne la nube del recuerdo. Del "agostazo" que llaman algunos tras las pasadas elecciones.
Por favor, otra post-campaña como la del 2007 no, por favor. No -os lo ruego, Dioses- otros tres meses de negociaciones, reuniones, interpretaciones, elucubraciones, contradicciones, bailes de salón ininteligibles, no más semanas y semanas sin saber a qué atenerse, no más 24 horas de guardia pensando que ya llevamos setecientas mil horas de guardia seguidas, porque cada momento puede pasar lo que no acaba de pasar nunca...
No, no, amigos políticos, yo me comprometo a tomarme con ganas la campaña, pero, por favor, nos lleve donde nos lleve el 22 de mayo, que sea rapidito. E indoloro.