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TENIS | ABIERTO DE AUSTRALIA 2011

La imprevisible gloria de Melbourne

Andy Murray, preparando la final del Open de Australia ante Djokovic(Reuters)

Andy Murray, preparando la final del Open de Australia ante Djokovic

Bajo la atmósfera oceánica del "Abierto de Australia" crecen, año a año, las leyendas. Esas que certifican que el primer Grand Slam del año es uno de los más inesperados del circuito, capaz de catapultar a estrellas mediáticas y de relanzar a desconocidas promesas, propenso siempre a la sorpresa de algún "outsider". De hecho, desde 2005, sólo el Rod Laver Arena ha acogido finales de Grand Slam sin el concurso de Federer o Nadal

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Este año la primera revelación del torneo se llama Alexandr Dolgopolov, ucraniano de 22 años, hacedor de un tenis extraordinariamente inusual, de empuñadoras planas que evocan a juegos del pasado, de golpes arrítmicos e indescifrables, con velocidades cambiantes, desinhibidas y andares que pueden parecer cualquier cosa menos tenis. El chico de acné en el rostro y diadema en zigzag, logró meterse en cuartos de final tras derrotar durante el torneo a Tsonga o Soderling, entre otros. Su tenis predica futuro, como el de otras promesas que se mueven todavía entre los algodones de un Grand Slam como Bernard Tomic o Richard Berankis.

El Open de Australia de este año terminó también por confirmar el buen hacer de David Ferrer. El de Jávea no pudo pasar de semifinales ante Andy Murray pero en su raqueta se entrevió un juego más maduro y sosegado, quizá sus puntos más débiles hasta el momento.

Así es que Murray espera en la final a Novak Djokovic. También espera una ascensión más en su ránking, esa que no tuvieron otros finalistas "sorpresa" en Melbourne como Enqvist, Clement, Schuettler o Baghdatis. No obstante, no es ésta su primera final de Grand Slam. Ya se le esfumaron dos, ambas ante Federer (US Open 2008 y Australia 2010). Las estadísticas parecen estar de su parte ya que 'Nole' no puede con él desde los octavos de final del Masters de Montecarlo 2008. Así también su juego, incuestionable hasta el momento.

Para Djokovic no sería su primera victoria en el torneo de las antípodas. A él le corresponde el honor de ser el tercer jugador más joven en ganar el Abierto dentro de la Era Open, tras Wilander y Edberg, con 20 años y 250 días, el primero desde el cambio de ubicación del torneo al Melbourne Park en 1988. Lo logró en el año 2008 ante otra de esas muchas extrañezas que desprende Australia, un incombustible Jo-Wilfried Tsonga. Para él ya no es cuestión de reivindicarse, sino presentar una seria amenaza a Nadal y Federer. Él tiene desde hace años el meritorio honor de certificar una alternativa al baloncesto en Serbia, donde es ídolo de masas, emblema local.

En esa ascensión inesperada de Australia, la gloria fue de Carlos Moya en el año 1997. Con 20 años "Charlie" presentó sus credenciales al mundo, ronda a ronda, dejando tras su estela a rivales de envergadura como el alemán Boris Becker y el estadounidense Michael Chang. Las portadas rezaban "Rey Carlos de España". Llegó entonces a la final contra Pete Sampras, que se apoderó del torneo, pero Carlos ya estaba ahí. Otro "maestro" en ciernes.

En Australia, bajo el flamígero sol, se asoma con potestad el inevitable relevo del tenis. Un año más, la incandescente pista azul del Rod Laver Arena impondrá en la final del domingo un nuevo nombre para la historia. Después se apagarán los focos, se acopiarán las redes y se vaciarán las gradas, mientras en el resto de temporada se generan nuevos embriones de maestros o se vigorizan los ya existentes. Esa es la magia del primer Grand Slam del año. Ese es el hechizo de Melbourne.

 
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