Unos, el botellón; otros, ni funeral

Madrid

Cada día que pasa se agrava más la agonía de Boris Johnson. Ahora es la propia policía, la nueva Scotland Yard, quien ha decidido investigar sus alegres botellones en tiempos de confinamiento pandémico. Lo que deja en entredicho la suerte e independencia de la auto-auditoría encargada por el primer ministro a una alta funcionaria de su gabinete.

Todavía peor para él es que arrecia la campaña de crítica desatada por la asociación Justicia para los Familiares del COVID-19. Pone el dedo en la llaga. Recuerda que “mientras de decenas de personas le cantaban el cumpleaños feliz” en su fiestita oficial de aniversario, “algunas familias no podían siquiera cantar juntas en recuerdo de sus seres queridos en un funeral”, fustiga una de sus fundadoras. Es un mal asunto para Johnson. La superposición de botellones y funerales obligatoriamente vacíos resulta corrosiva. Y se añade a la que surgió cuando la víspera del entierro del duque de Edimburgo, el primer ministro celebraba otra “party”.

Por un lado, crecen las acusaciones. Y las reclamaciones de dimisión. Por otra parte, las explicaciones y coartadas se hacen más banales. Primero se pusieron en cuestión las revelaciones de las fiestas. Luego se les quitó importancia. Después, se negó que un botellón fuera tal, sino una reunión de trabajo. Enseguida Johnson adujo que “nadie me aviso” de que era una juerga. Y ahora sus portavoces dicen que sí, pero que “solo estuvo diez minutos”. Con gente normal, la historia acabaría aquí. Quebrar la ley poco rato no deja de ser quebrar la ley. Por quien tiene la misión de hacerla respetar.