Amamos las fiestas
"Cuando la fiesta se acaba, y vuelve la claridad, y ya es demasiado tarde para todo, contemplas el desastre total"
Galicia
Amamos las fiestas, y siempre las amaremos. Perfeccionan nuestra existencia en el mundo; nos alejan de los estándares de la vida insípida y magullada. Son una necesaria exageración del presente. Solo las bestias no organizan de vez en cuando una fiesta. Las hay de muchos tipos: grandes, íntimas, sofisticadas, modestas, espontáneas, más animadas, menos. Por supuesto, están también las fiestas que acaban mal, que te acarrean la ruina. Pero incluso en estas hay cierta belleza. Existe eso que se llama la maldición de la fiesta, el colofón agridulce, que no ves venir mientras la diversión dura, o no te apetece ver. Cuando la fiesta se acaba, y vuelve la claridad, y ya es demasiado tarde para todo, contemplas el desastre total. Puede pasarle a cualquiera, también a Boris Johnsson, que recuerda mucho al protagonista de Sunset Boulevard, de Billy Wilder, cuando confiesa que su mayor deseo era tener una piscina. El caso es que la consiguió, y después murió en ella. A veces la felicidad de la fiesta no es completa. Aunque en el último momento, a la desesperada, siempre puedes exclamar «qué pasó, qué me hicisteis, qué me disteis de beber, cabrones».