Promételo
"Todos podemos mentir, fantasear, pero si te piden que prometas que es verdad, y te ofrecen el dedo, deberías confesar el engaño. El día que un meñique no te conmueva, significa que llegó tu decadencia, y que en el futuro podrás llegar a decir que las macrogranjas no existen"
Galicia
Según la teoría de un amigo, a los seis años se inicia el declive del género humano. Es una opinión controvertida. Yo prefiero pensar que hasta los ocho o los nueve años hay señales que te hacen confiar en la belleza, la ternura, la inteligencia de la vida y las personas. Después ya tal. A los seis años, los niños empiezan a pedirte que les prometas las cosas: que la leche no quema, que iréis al cine, que jugareis al ahorcado, que no le pondrás kiwi de merienda. Recién acaban de aprender a desconfiar. Cuando algo les provoca dudas, o sorpresa, incluso fascinación, como si ya algunas cosas fuesen demasiado bonitas para ser ciertas, sospechan. Saben qué es sentirse un poco defraudados. Las invenciones les dan miedo. Aunque si les cuentas una historia, y te ofrecen un dedo meñique para que lo enganches al tuyo, y te dicen «prométeme que es cierta», y lo haces, aflora su inocencia de nuevo. Una promesa es sagrada, y ante lo prometido la humanidad resplandece, el ocaso se aplaza. Todos podemos mentir, fantasear, pero si te piden que prometas que es verdad, y te ofrecen el dedo, deberías confesar el engaño. El día que un meñique no te conmueva, significa que llegó tu decadencia, y que en el futuro podrás llegar a decir que las macrogranjas no existen.