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Matrix se ríe de sí misma en un brillante regreso 'queer' que atiza a las noticias falsas

Lana Wachowsky firma una cuarta entrega divertida, disfrutona y que cobra más importancia en la era de la manipulación y las fake news

Fotograma de Matrix Resurrections / WARNER BROS

Fotograma de Matrix Resurrections

Madrid

Matrix fue un hito en la ciencia ficción, que conectó con varias generaciones y que transformó el cine de entretenimiento. De ella, sobre todo de la primera entrega, se hicieron multitud de lecturas y, como suele ocurrir con todo fenómeno, tuvo sus imitadores. Podríamos decir, por tanto, que hubo un antes y un después del estreno de la primera entrega en 1999 que luego remataron la segunda y tercera parte. En ese final, las hermanas Wachowsky mataban a sus protagonistas o eso parecía. Así terminaba la saga del blanco, el negro y el verde intenso, de la banda sonora con Rage Against the Machine o Marilyn Manson.

Por ello, Lana Wachowski tenía ante manos una tarea casi imposible, resucitar una franquicia que estaba finiquitada y también resucitar a sus dos protagonistas, Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss, dos emblemas del cine de ciencia ficción que regresan veinte años después. La pregunta que surgió entre todos los fans de la saga fue cómo narices iban a apañárselas para devolver la vida a Neo y Trinity y cómo iban a justificar una nueva entrega. Lana Wachowsky es plenamente consciente de la tarea, y es precisamente en esa justificación donde el nuevo filme, The Matrix Resurrections -que se estrena este miércoles 22 de diciembre-, brilla como ejercicio autoconsciente.

La responsabilidad cae por completo en esta ocasión en Lana Wachowsky, directora y guionista, ahora en solitario, ya que su hermana Lily ha preferido quedarse al margen. Construye un blockbuster que anda todo el tiempo psicoanalizándose. Neo tiene veinte años más, melena y una depresión tremenda. Es un hombre de éxito atormentado, como todos los superhéroes modernos. Es rico y famoso por haber creado un videojuego llamado Matrix que tiene millones de fans en todo el mundo. Ahora su empresa, Warner Bros, le pide una nueva entrega, la cuarta. También aparece ella, Carrie-Anne Moss, dándole de nuevo vida a uno de los primeros personajes femeninos que empoderó a las espectadoras a principios de este siglo, Trinity.

Y hasta aquí podemos leer del guion, sin ser linchados por hacer spoiler, que refleja el metalenguaje cinematográfico y donde la creadora da rienda suelta a sus obsesiones e intereses a través de un Neo que se convierte en su alter ego. Está el éxito, la relación con los fans, las relecturas del filme... y todo lo cuenta con humor incisivo. Está hasta su transición de género y su puesta en duda del binarismo de género en el que vive inmersa la sociedad patriarcal. Un guiño a lo queer de una directora que lleva los últimos años dando visibilidad al colectivo LGTBIQ en su vida privada y también en una de sus últimas creaciones, la serie Sense 8. En definitiva, la ha quedado una película divertidísima, inteligente, vibrante y muy elocuente y definitoria del momento actual que vivimos.

The Matrix Resurrections vuelve a las diatribas filosóficas de siempre, a la caverna de Platón, a la Alicia de Carroll, a la ficción y a la realidad, a la manipulación, incidiendo sobre todo en este último aspecto ¿Somos libres en la sociedad capitalista actual? ¿Es libertad elegir la carcasa del iPhone? ¿Es la seguridad de los ciudadanos su peor enemigo para conocer la verdad? Preguntas que de alguna manera estaban en las anteriores entregas, pero que la transformación del mundo ha hecho que cobren casi mayor sentido en esta cuarta película. Ahora se añaden los bots, que linchan a los enemigos que señala el sistema, se añade la manipulación política, la desinformación y fake news.

A pesar de haber pasado veinte años desde su estreno en cines, el reflejo de Matrix sigue vivo en la sociedad. La vida anodina de miles de trabajadores que van de casa al trabajo y del trabajo a casa, que no se plantean nada más. Y luego está los que sí lo hacen, los que descubren que Matrix nos manipula y no nos deja ser libres, por muchas cervezas que podamos tomar en terrazas y bares.

El impacto cultural de la original fue enorme. No solo por la conexión de una generación desencantada con los personajes protagonistas, que buscaban algo más, que eran hipnóticos y que decían al espectador medio algo que querían oír. Que no eran mediocres, que ellos también eran parte de esos elegidos que podían descubrir la verdad del mundo. Pero además, Matrix trajo una estética marcada por un estilo cibernético, completamente nueva, con el blanco y el negro, con las gafas de sol de cristales pequeños, con el cuero, con las cortinillas de números verdes incandescentes. Y con las escenas de acción, las balas a cámara lenta, el kung fu, coordinadas por una banda sonora perfecta.

En realidad el guion se basaba en emular la estructura narrativa del cuento clásico, cuyas herramientas describió Propp. El destinador, Morfeo, encarga una tarea al héroe, Neo. En este caso es descubrir qué es la realidad. En esa aventura tiene colaboradores, como Trinity de la que llega a enamorarse, y enemigos, como el agente Smith. La cuarta entrega replica la estructura, aunque añade más tramas y personajes, lo que la hace más compleja. Básicamente, como en un buen thriller, las posiciones de los nuevos personajes no están marcadas en el inicio, sino que se van desvelando en un juego de traiciones. Hay un psicólogo -uno de los grandes hallazgos del guion por lo que significa que Neo sea un paranoico que ve cosas-, que interviene en la acción, un nuevo Morfeo que no pierde carisma, y un personaje de nueva creación, una fan, que interpreta la actriz Jessica Henwick. Un reparto diverso, signo también del activismo de la directora, que funciona y no desentona, en una entrega que en el fondo ha virado hacia el romance.

La estética orignal se mantiene solo en los flashbacks a la primera cinta. Los de la época actual se pasan a los colores saturados, con un halo vintage, en un Nueva York de cafés modernos y rascacielos. Los efectos visuales, la original se llevó el Oscar en esta categoría además de otras cuatro estatuillas como montaje y sonido, ya no sorprenden tanto, pero siguen siendo espectaculares, como la escena donde Keanu Reeves vuelve a hacer kung fu, o una de las escenas finales donde se resuelve el misterio. La Wachowsky lo ha vuelto a hacer: ritmo, fondo y forma vuelven a congeniar en una entrega que lo tenía realmente difícil y que plantea una enmienda a la totalidad a la propia saga, con un giro final digno de nuestro tiempo.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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