Curas pederastas

Madrid

El grueso de los obispos españoles callaba. Callaron, disimularon y encubrieron los innumerables delitos sexuales de sus curas, frailes y demás personal, durante décadas y décadas. Ha tenido que ser el Vaticano, apoyado en el expediente sobre 251 eclesiásticos abusadores recopilado por un periódico, El PAÍS; y que este entregó al Papa, quien les haya espoleado a investigar. Ahora estos purpurados, con demasiado retraso respecto a sus colegas franceses y norteamericanos, se pondrán manos a la obra. Al menos, eso prometen, y ojalá que, aunque bochornosamente tarde, cumplan. Un comunicado oficial de los obispos españoles agradece por fin la "buena colaboración" que han recibido: en este caso, de un periódico. Justo la colaboración que ellos apenas han prestado a la Justicia: ¿en cuántas ocasiones han investigado estos horrores? ¿Cuántas veces los han trasladado a la fiscalía? ¿Cuántas, en cambio, han tratado de poner sordina a los escándalos y, en el mejor de los casos, lavar la ropa sucia en casa y en secreto? Eso sí, con un lenguaje lleno de doblez, recelo y cicatería de rábula, dicen que agradecerían que las denuncias tuvieran "mayor rigor". O sea, que quienes tienen deberes pendientes que cumplir no son los curas violadores. Ni tampoco ellos, que son sus jefes y quienes debieron controlarlos, sino los niños violados, o la prensa, o quien sea. ¿Es que no quieren trabajar, y que se lo den todo hecho? Suerte que hay un jesuita que escucha, al mando de la iglesia católica. A ver si Francisco logra barrer a los delincuentes. Y a sus protectores. Aunque pueblen su propia casa.