A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
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Borrar la memoria

" La historia no ofrece un partido de vuelta para intentar la remontada. Y en 1977 hacía falta una amnistía, esa amnistía. Otra cosa es la memoria. Teníamos y tenemos derecho a saber lo que ocurrió, con nombres y detalles. Mucha información nos la oculta una ley de secretos oficiales bastante obscena"

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Madrid

Se me hace extraño eso de que algunos quieran borrar la ley de amnistía de 1977. Fundamentalmente porque yo, como muchísimos otros, me harté de reclamar esa ley de amnistía. En 1976 participé por primera vez en una manifestación importante, prohibida y apaleada, y lo que se gritaba allí, en catalán porque estábamos en Barcelona, era “Llibertat, amnistía, Estatut d´Autonomía”. Cuando las Cortes aprobaron la ley, sin el apoyo de lo que en la época se llamaba Alianza Popular, sentí una gran alegría. Porque quienes se pudrían en las cárceles y carecían de derechos no eran los franquistas, sino los otros.

Entonces no me entusiasmó la idea de una reconciliación entre víctimas y verdugos. Sigue poniéndome enfermo que un personaje como el torturador Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, pudiera jubilarse con honores y condecoraciones. Y hoy creo comprender lo que han de tragar las víctimas de ETA cuando los verdugos se pavonean por ahí. Qué quieren que les diga. El caso es que la historia no ofrece un partido de vuelta para intentar la remontada. Y en 1977 hacía falta una amnistía, esa amnistía.

Otra cosa es la memoria. Teníamos y tenemos derecho a saber lo que ocurrió, con nombres y detalles. Mucha información nos la oculta una ley de secretos oficiales bastante obscena. Y hay cosas que, por desgracia, nunca sabremos. Durante años, desde que empezaron a darse cuenta de que el franquismo expiraba, policías y falangistas se dedicaron a quemar sus archivos. Rodolfo Martín Villa dio la orden de la destrucción final. Una de las cosas que permanecerán en el misterio es, por ejemplo, cuántos confidentes policiales en el franquismo hicieron después carrera como grandes demócratas.

Quizá ese esfuerzo por borrar la memoria fuera el último gran crimen de la dictadura.

 
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