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Festival San Sebastián

'Arthur Rambo', la película que mejor explica los límites del humor, la cultura de la cancelación y Twitter

El cineasta francés, Laurent Cantet, toma el pulso a la sociedad francesa en una película sobre la libertad de expresión, las redes sociales, los linchamientos y el racismo

El director Laurent Cantet / Carlos Alvarez (Getty Images)

San Sebastián

Año 2015. Un concejal de Madrid, Guillermo Zapata, dimite por el revuelo formado después de que se rebusque en sus redes sociales y se encuentren unos tuits del año 2011 donde hacía chistes sobre el Holocausto. Fue la primera vez en España que pasaba un hecho así, después volverían a sucederse casos similares, por tuits, por canciones o incluso por frases como "Me cago en Dios". Actores, escritores, tuiteros, raperos... todos iban cayendo.

Ese caso similar ocurrió en Francia. El de Mehdi Meklat, un periodista radiofónico censurado por sus tuits de corte antisemita. Su caso inspira la última película del cineasta francés Laurent Cantet, Arthur Rambo, estrenada en el Festival de Cine de San Sebastián. Nadie mejor que Cantet, cineasta que ha tomado el pulso a la Francia de la periferia para contar un complejo caso en el que entran en juego muchas dinámicas sociales.

"Lo que me interesaba era hacer una película sobre algo que nos invade ahora mismo y a lo que no estamos prestando suficiente atención. Es verdad que hay un poder de seducción de las redes sociales, un poder que en un día hace famoso a alguien o lo destruye. Me da la impresión de que miramos esto como con diversión pero es importante prestarle más atención porque por un lado a escala individual está modificando enormemente nuestras vidas y por otro lado tiene enorme repercusiones políticas. Todos hemos leído los tuits de Trump, por ejemplo, que podía cambiar la cara del mundo en 140 caracteres", explica el realizador francés, que debutó en este Festival, en conversación con 'El Cine en la SER'.

Karim D es un escritor de éxito. Un joven de una barriada, donde viven familias argelinas, subsaharianas y marroquíes, que ha conseguido triunfar en el mundo editorial. Ser un referente para su comunidad y haberse camelado a la intelectualidad progre parisina. Es el hombre de moda, lo invitan a fiestas, a entrevistas, quieren adaptar los derechos de su novela -esa que habla sobre la realidad de las mujeres argelinas exiliadas en Francia como su madre-, y hacerse selfies con él. Pero resulta que alguien rescata los tuits que años atrás publicaba con el pseudónimo de Arthur Rambo. Eran chistes bestias sobre todo: sobre los judíos, sobre Bin Landen, sobre Francia, sobre los gays... Y empieza la cancelación.

"El personaje de Karim intenta explicar su adicción a las redes sociales y cuenta que cuando empezó a tuitear era una cosa entre amigos, y tenía la impresión de que era lo mismo que enviar mensajes de texto entre elloss, sólo que no era así, cuando escribes un tuit potencialmente el mundo entero puede recibirlo. El problema es que para que te reciba el mundo entero es preciso ser famoso, y para ser famoso, hay que ser o muy divertido o muy chocante, y de este modo toda la complejidad del discurso desaparece porque hay que ser impactante", apunta Cantet.

Cantet se apoya de recursos narrativos propios de las redes sociales, como el efectivo del texto incrustado y las inyecciones del sonido, y del tono realista, social y cercano que hemos visto en algunos de sus mejores filmes, como Recursos humanos, Tiempo de mentir y, sobre todo, en La Clase. "Ahí llegamos a la gran dificultad que tenido a la hora de escribir esta película, encontrar la distancia adecuada con el personaje, estar en una empatía total habría sido embarazoso, quería que pudiéramos escuchar lo que tenía que decir, a pesar de la violencia de sus tuits, a pesar de lo inaceptable de esos mensajes, quería que el espectador pudiera bascular constantemente entre la empatía y el rechazo, ese ha sido el trabajo más difícil, en escritura, rodaje y montaje".

Como en esas películas, a Cantet le interesa el odio que se crea en las redes sociales, la falta de reflexión, debate y de discurso; pero sobre todo retratar a una Francia herida y dividida, donde el resquemor de raza y de clase hacen que salte la chispa. "Me interesaba que Karim pasara de juicio a juicio en la peli, al principio confronta con la casa editorial que no lo comprende, los tuits no forman parte de sus hábitos, después sus amigos parisinos, segunda o tercera generacion de inmigrantes que han encontrado su lugar en ese mundo artístico. Ese mundo es frágil ante los problemas de Karim, no quieren estar en el mismo barco, que les consideren como él y los jovenes de la Banlieu -de los barrios marginales de las afueras de París- se ven puestos en mayor peligro aún porque hay una amalgama, en la cabeza de la gente la banlieu es una comunidad, un grupo, y si uno actúa de una manera es toda la comunidad culpabilizada, y creo que Francia no está preparada para ese multiculturalismo que nos gustaría", critica.

Este fascinante tema es examinado minuciosamente por el director, que evita tomar partido por ninguno de los personajes, inclusive su protagonista, un estupendo Rabah Naït Oufella, actor al que vimos en el debut de Julia Ducournau, Crudo. Los espectadores asisten a las 48 horas que vive el protagonista y que hacen que pase del Doctor Jekyl a Mr Hyde en cuestión de segundos.

El director francés, en una película llena de capas, retrata además la falta de referentes, relatos y voces para las segudas generaciones de inmigrantes, la permeabilidad de los jóvenes a relativizar mensajes odio y también aprovecha para desnudar el cinismo de la intelectualidad francesa. "Es cierto que la izquierda burguesa ama este tipo de personajes, gente que llega de la banlieu y encuentra su lugar en su mundo porque es la prueba de que se puede, la sociedad puede digerir ese tipo de mutaciones sociales, pero luego ese mundo tiene unas reglas muy precisas y Karim debe aprender esas reglas, saber cómo existir en un mundo que al principio le resulta ajeno, es difícil aprender esas reglas cuando no se ha nacido dentro".

El caso que nos expone Arthur Rambo es un espejo de lo que somos, de lo que haríamos y de la sociedad en que vivimos. La hipocresía de esa clase alta blanca e intelectual, que apoya a un autor de barrio y de origen árabe siempre que no sea él mismo. La hipocresía de un autor que quiere ser provocador y acaba diciendo cosas que perjudican a su propia comunidad. La hipocresía de su familia y amigos, que saben perfectamente los tuits que escribía pero cuando se convierten en escándalo quieren desaparecer. En definitiva, un tríptico realista de los problemas que atraviesa la sociedad francesa en estos momentos.

 
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