El bofetón de Nadav Lapid al autoritarismo y la censura en Israel
El director israelí presenta en Cannes una película furiosa y desafiante sobre la violencia y la falta de libertades en Israel
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CANNES, FRANCE - JULY 08: (L to R) Nur Fibak, Director Nadav Lapid and Avshalom Pollack attend the "Ha'Berech" photocall during the 74th annual Cannes Film Festival on July 08, 2021 in Cannes, France / Andreas Rentz (Getty Images)
![CANNES, FRANCE - JULY 08: (L to R) Nur Fibak, Director Nadav Lapid and Avshalom Pollack attend the "Ha'Berech" photocall during the 74th annual Cannes Film Festival on July 08, 2021 in Cannes, France](https://cadenaser.com/resizer/v2/AZCWDTRHVBMJZM62B4ZVV5O2XI.jpg?auth=1e7a7acff380168add22eaed2a266f7bc9c927d8dc15ce19bd1f382461347ce9)
Cannes
La violencia es el tema que persigue al cineasta israelí Nadav Lapid. No es para menos. Vive en un país militarizado, Israel, que lidia día a día con la violencia interna y externa. En Sinónimos -ganadora del Oso de Oro en Berlín- despojó a su protagonista de su identidad, su cultura y hasta su idioma, para salir de ese estado tóxico y destructivo. Un joven, que se negaba a hacer el servicio militar obligatorio de más de dos años, huía a Francia y de todo lo que tuviera que ver con su país de origen. En Policía en Israel, su primera cinta, ahondaba en la crisis de la violencia, pero sobre todo de la masculinidad entorno a un grupo de policías frente a un grupo de radicales que denunciaban vivir en el Estado más desigual del mundo.
En su puesta de largo en el Festival de Cannes propone un tema todavía más escabroso en su país. El de un cineasta israelí que quiere hacer un filme de denuncia sobre la violencia policial que su gobierno ejerce contra los palestinos. Una película autorreferencial que supone dos cosas, por un lado un brillante ejercicio de estilo que a veces se torna chirriante, pero que funciona. Por otro, una denuncia brutal y nada sutil de la violencia de su estado contra los ciudadanos.
"No soy político, no sé si incluso, es mi opinión, hago directamente películas políticas. Lloro por el entendimiento y la existencia. En cualquier lugar del mundo, pero especialmente en Israel, cualquier intento de diferenciar lo personal, privado, lo público y lo político es totalmente ridículo. En mis películas, los personajes dan discursos políticos en el sentido más personal y bailan en la forma más política", explicaba en una rueda de prensa en la que ha evitado por todos los medios atacar directamente las políticas autoritarias de su país.
En 'Ahed's knee' el protagonista rescata la historia de la activista palestina Ahed Tamimi, la joven que fue símbolo e icono de la resistencia por abofetear a un soldado. Ese será el punto de partida de su nuevo proyecto, para el que se encuentra en proceso de casting, pero antes tiene que enfrentarse al éxito de su anterior trabajo -clara referencia a los premios a Sinónimos y el recibimiento en su país-. "Rechazo categóricamente ponerme a mí mismo en este debate, en mostrar o probar mi amor a Israel. No sé si la gente debería amar a sus países. Muchas veces he visto, y no los culpo, a artistas israelíes disculpándose cuando le dicen eres embajador de tu país. Yo no soy embajador ni quiero serlo, por eso para mí no es sobre el amor, sino sobre la intimidad", dice.
Ese cineasta-alter ego es invitado por el ministerio de Cultura a un pequeño pueblo del desierto donde van a proyectar su película y ahí, cara a cara con una joven funcionaria, comprende los peajes de ser artista en Israel. Ahí asume y se rebela contra la pérdida de libertad mientras, además, afronta la pérdida de su madre. "Israel es mi país con todas sus enfermedades. Lo que dice la madre en la película es que no hay horizontes. Para mí es esa idea de arrogancia, violencia. Hay que comprender que esa arrogancia y esa violencia hace que haya una reflexión. Se da contra un muro y ese muro somos nosotros mismos. La geografía del desierto ayuda a acrecentar esa alienación, funciona como una gran prisión".
Como expone el personaje de la cinta, Israel esconde su deriva autoritaria y tirana bajo una retórica belicista, reflejada en el documento que dicha funcionaria quiere que firme. Un texto que trata de censurar o reenfocar en la cultura todos los asuntos de la vida pública y privada del país, desde las relaciones amorosas a los símbolos o la representación del ejército. "Creo que lo que puedes sentir de forma fuerte y profunda en la película es esta combinación de una enorme resistencia y una enorme intimidad. Quiero mostrar cómo las almas de la gente cambian, cómo a veces están atormentadas o pervertidas por el Estado de Israel", defiende Lapid sobre cómo esta historia va filtrando lo político sobre lo íntimo.
Lapid llega a poner en boca de su protagonista que cada generación es peor en Israel, que es un país que crea monstruos -muchos derivados de situaciones postraumáticas en el servicio militar- o que cultiva una tierra podrida. "Desafortunadamente la violencia de Israel no empezó ayer ni va a acabar mañana. No necesitamos la última guerra en Gaza para demostrar qué enfermedades y males existen en esta sociedad. Este viejo gobierno, este nuevo… yo estoy realmente preocupado por las almas de la gente que vive allí, principalmente porque también es mi propia alma", repetía en la rueda de prensa ante la insistencia de los periodistas.
El resultado es una cinta tan esquiva y deshilachada como furiosa y contundente que se mueve entre el drama teatral, solo dos personajes con un gran clímax, y una comedia negrísima y febril que también sacude al narcisismo de los directores, guardianes del estilo y de un arte contestatario frente a una sociedad, dice el protagonista, servil y humillada. "Me gustan los momentos divertidos en la película, para mí fue fantástico escuchar las risas. El humor se basa en algo que es muy auténtico en mi existencia. Si alguien dice o hace algo divertido, tú te ríes y no te tomas todo tan en serio", se felicitaba mientras emergía el director-artista más interesado en el cómo que en el qué. "Creo que la gente del cine estamos obligados de hablar de la película, de la obra, del arte, y no reducir la película a una discusión política, como si eso fuera lo único importante. Es nuestro defecto, una renuncia al cine para hablar de las consecuencias políticas. Estamos todos en el mismo barco, el frágil barco del cine".
Visualmente recurre a movimientos rápidos y caóticos de cámara en mano, completando giros completos, a primerísimos planos y, como pasaba en 'Sinónimos', a una fisicidad desafiante, con cuerpos bailando en insertos que juegan con la realidad y la ficción, o ejercicios de relajación. "A veces la gente cree que mi cine es desafiante, no lo sé, pero creo que no esnob. No intenta crear una barrera entre los espectadores. Esas piezas musicales son himnos internacionales que hacen que nuestros cuerpos y mentes se conecten. Me gustaría que los espectadores empezaran a bailar. Es como Bollywood", concluye.