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La potencia del cine francés: de las teorías del amor a una mosca gigante

Dos películas de estreno demuestran la diversidad y potencia del cine francés, industria cultural que alimenta su mercado interno y exporta a España cada año decenas de películas

'Lo que decimos, lo que hacemos' es un drama-collage de Emmanuel Mouret sobre el amor y el deseo y 'Mandíbulas', una comedia surrealista y tierna que firma Quentin Dupieux

La mosca gigante de la comedia 'Mandíbulas' / KARMA FILMS

La mosca gigante de la comedia 'Mandíbulas'

Madrid

Rara es la semana que el cine francés no estrena una película en España. Cada viernes la cartelera acoge nuevos títulos que muestran la diversidad de la industria más potente de Europa, capaz de alimentar su mercado interno y de exportar decenas de producciones al año. Este viernes, además del reestreno de ‘Amelie’ por su 20 aniversario, coinciden dos cintas de autor que demuestran la riqueza cinematográfica del país galo.

Emmanuel Mouret escribe y dirige ‘Las cosas que decimos, las cosas que hacemos’, un drama-collage sobre el deseo, el amor y las relaciones afectivas. El autor de títulos más ligeros como ‘Caprice’ o ‘Bésame por favor’ profundiza, con mayor sofisticación pero sin perder los toques de humor, un mosaico de personajes y relatos superpuestos que plantean al espectador más preguntas que respuestas. “A menudo se dice que una historia trata sobre alguien que tiene un deseo y que encuentra un obstáculo. Más bien, creo que para que haya una historia interesante, un personaje debe tener dos deseos irreconciliables. Ahí está el obstáculo. Y es por eso que algunas historias de amor se vuelven fascinantes, porque hay dos deseos que no se pueden conciliar, como en esta película, el deseo por el primo de tu pareja y el deseo de ser una buena persona”, explica el realizador en declaraciones facilitadas por la distribuidora.

La historia parte del encuentro entre Daphne y Maxime en un casa rural en la campiña francesa. Ella está embarazada de tres meses y acoge al primo de su novio, que ha tenido que aparcar las vacaciones por un contratiempo laboral. Él busca inspiración para escribir un libro y empieza a compartir con ella sus desencuentros e inquietudes sobre la quimera del amor. Mouret teje a través de flashbacks esos relatos de relaciones furtivas, pasiones reincidentes, amores cruzados, infidelidades y fracasos sentimentales. La cinta va añadiendo personajes e historias en una telaraña que suma casualidades, heridas e infortunios a esas aventuras. “Quería un lienzo sentimental donde pudieran convivir historias ligeras y más serias y quería que todo llevara a un final que, en cierto sentido, las englobe a todas haciéndolas resonar. Una especie de pequeño concierto de resonancias. Quería una estructura en forma de embudo donde las diferentes historias se condensaran repentinamente en una”, añade.

De herencia rohmeriana, pero también con ecos de Woody Allen, Mouret compone un retrato intimista, colorido y agrio -contribuye la selección musical, de Puccini, Chopin, Debussy…- en el que captura lo que que se siente más allá de lo que se dice y se hace, como reza el título. El texto defendido por un estupendo reparto coral -con Camélia Jordana, Niels Schneider, Vincent Macaigne, Jenna Thiam, Émilie Dequenne y Guillaume Gouix- se revela casi como tratado filosófico sin moraleja ni conclusión aprehendida. La pasión, el deseo, el compromiso, la posesión, el dolor o el perdón son insondables a cualquier racionalización. “Son personajes que aman, todos, ¡sin excepción!. Y es porque aman por lo que son hermosos, pero también es porque aman que todo es tan complejo y cruel. No se respeta en absoluto el principio de exclusividad en el amor. Puede ser que trate de decir, a pesar mío y en cada una de mis películas, que no está mal no ser exclusivo en el amor. Puede doler mucho, pero no es una falta moral”, concluye.

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos’ formó parte de la selección del Festival de Cannes que no se pudo celebrar, ganó el premio Lumière a la mejor película del año y logró 13 nominaciones a los César. Del Festival de Venecia y luego de Sitges, con galardón a sus actores incluido, salió la otra propuesta, la divertida y surrealista ‘Mandíbulas’. El nuevo film de Quentin Dupieux, genio de explorar lo humano desde lo absurdo, es una tierna y descarada buddy movie que se desmarca de los tópicos clásicos con un elemento fantástico: una mosca gigante.

“Supongo que algunas personas rechazarán a los protagonistas: pueden rechazar el hecho de que sean tan tontos. ¡Y ni siquiera hay una explicación! Son así: lo tomas o lo dejas. Alguien me dijo que era una “buddy movie” pero en realidad es un código bastante clásico. Recuerdo cuando descubrí Dos tontos muy tontos. Me encantó y quise mostrársela a mi novia. Ella dijo: “Parecen adolescentes, no es gracioso”. Pensé que ese tipo de humor era universal pero no lo era. Empiezas con esas ideas locas, pero después necesitas construir personajes reales. Aunque estén locos, debes hacer que sea creíble el hecho de que alguien así pueda existir”, admite el director en declaraciones a Cineuropa consciente de que su cine desafía la frontera friki.

En ‘Mandíbulas’, coloca a dos amigos, tan perdedores como ingenuos impostores, en una aventura hacia ninguna parte. La misión que se les encomienda se ve trastocada cuando, tras unos golpes en el maletero de un coche robado, descubren esa mosca gigante. Ni se asustan ni gritan, como buen film de Dupieux, abrazan la locura y deciden amaestrarla para ganar dinero. “La mosca no da miedo y pienso que cuando estás viendo la película, estás más centrado en su amistad, en los personajes y en lo que les ocurre. La mosca está allí, pero es como una mascota. Por supuesto, es un monstruo simpático, pero ellos tienen sus propios problemas humanos”, dice del animal, una obsesión que tiene mucho que ver con los monstruos del cine clásico, hoy irrisorios a ojos del espectador acostumbrado a los efectos digitales.

Los dos amigos, sensacionales Grégoire Ludig y David Marsais en su majadería entrañable, duermen en el coche, se instalan en una caravana o se suman a las vacaciones de una supuesta amiga de la infancia. Todo ello en un vehículo destartalado o en una bicicleta de unicornio pero con la mosca, siempre hambrienta y siempre a cuestas. El planteamiento tan delirante y la nómina de secundarios -destacable el papel de una gritona Adèle Exarchopoulos- no escamotean las intenciones de la cinta, celebrar con patetismo y estupidez la amistad masculina. La música de Metronomy acompaña a estos personajes, cómplices en su idiotez y ajenos a cualquier cuestionamiento de los problemas que le rodean, en una de las comedias más sugerentes y locas del año. 

José M. Romero

José M. Romero

Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

 
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