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Kuitca

"Cuando vi la serie de Kuitca llamada Nadie olvida nada, cuadros en los que, en medio de espacios abrumadores, hay figuras humanas que parecen arrojadas arbitrariamente al abismo de la existencia, atravesadas por el anzuelo de un instante tenebroso, sentí, por primera vez, que (si yo hubiera podido pintar algo) hubiera pintado eso"

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Buenos Aires

En el mes de mayo, el Museo de arte moderno y contemporáneo de la ciudad francesa de Lille inauguró una muestra del artista argentino Guillermo Kuitca que permanecerá abierta hasta agosto. Conocí la obra de Kuitca muchos años antes de conocerlo a él. Yo ya había sentido -ante una novela, una crónica, un poema- esa mezcla de admiración y envidia que nos hace pensar: “Ojalá lo hubiera escrito yo”. Pero cuando vi la serie de Kuitca llamada Nadie olvida nada, cuadros en los que, en medio de espacios abrumadores, hay figuras humanas que parecen arrojadas arbitrariamente al abismo de la existencia, atravesadas por el anzuelo de un instante tenebroso, sentí, por primera vez, que –si yo hubiera podido pintar algo- hubiera pintado eso. Era la condensación de un estado del alma. Ese deslumbramiento con su obra, que me euforiza y al mismo tiempo me produce desolación, continuó con sus series Si yo fuera el invierno mismo, Siete últimas canciones, y sigue hasta hoy, con las mesas y los colchones y los mapas y las cintas transportadoras de aeropuerto que aparecieron después. Kuitca es un hombre con una inteligencia alienígena y un sentido del humor que no diluye sus complejidades: las acentúa. Lo entrevisté a lo largo de muchos días a comienzos de este siglo. Recuerdo la rutina implacable con la que organizaba la fuerza ígnea de su cabeza, la luz, el silencio y el aroma de su casa en Buenos Aires que era, en verdad, un taller rodeado de zonas donde comía y dormía. Jean Genet escribió un libro llamado El funambulista dedicado a su amante, Abdallah Bentaga. Allí construye una teoría estética deslumbrante acerca de la relación entre un artista y su arte, en la que cualquiera que se dedique a algo creativo podría encontrar la llave de acceso a la materia con la que trabaja. Genet escribe: “Prendida por quien sabe qué que te alumbra y te consume, una desgracia terrible te hace bailar. ¿El público? Únicamente ve fuego y, creyendo que juegas, ignorando que el incendiario eres tú, aplaude el incendio”. Un día, durante aquellas conversaciones, Kuitca me dijo: “Fui un desaforado. Puedo serlo todavía. Pero ahora la temeridad está puesta en los cuadros. No en la vida cotidiana. Creo que es el lugar donde ser valiente tiene sentido”. Yo veo ese fuego, aplaudo el incendio. Y a veces, modestamente, ruego algo de esa valentía para mí.

 
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