A vivir que son dos díasLa píldora de Jorge Guerricaechevarría
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Un avión vacío rumbo a Venecia

"En cada barrio un café se mantiene abierto para dar servicio a los vecinos, que consumen sus expressos con aire resignado y tratan de seguir con su vida hasta que el toque de queda vacía de nuevo la ciudad por completo"

'Un avión vacío rumbo a Venecia', por Jorge Guerricaechevarría

'Un avión vacío rumbo a Venecia', por Jorge Guerricaechevarría

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Madrid

Viajo en un avión vacío. Solo las cabezas de dos personas se distinguen en los primeros asientos. Recorro los pasillos también vacíos de un aeropuerto. El ruido de las ruedas de mi maleta es el único sonido hasta llegar a donde esperan varias personas con batas blancas que me piden los papeles. No es un sueño, estoy en Venecia para acudir al rodaje de una película que he escrito. El watertaxi me deja en un San Marcos desolado, con los cafés cerrados y dos o tres personas en el centro de la plaza sacando fotos de esa imagen increíble. Hasta las palomas han asumido ya que aquí no hay nada que comer. Pocos comercios abiertos. Entro en uno de ellos, el taller de un artesano que fabrica papel y cuadernos maravillosos. Me pregunta de dónde vengo y me explica que soy la segunda persona que entra a la tienda en dos semanas. Aún así asume que la situación es como es. Todavía tiene muy presente en su cabeza el zarpazo de la primera ola en el Véneto.

En cada barrio un café se mantiene abierto para dar servicio a los vecinos, que consumen sus expressos con aire resignado y tratan de seguir con su vida hasta que el toque de queda vacía de nuevo la ciudad por completo. En medio de las calles vacías una figura avanza iluminada por las escasas farolas. Viste con capa negra y lleva el rostro cubierto por una máscara de doctor de la peste. Tampoco es un sueño. Estoy en el set y aquí la realidad y la ficción se cruzan inesperadamente de nuevo. Lo veo con el largo pico de su disfraz y no puedo dejar de pensar que difícilmente esa protección podría equipararse hoy a una de nuestra FP 2. Muchos debieron de caer en el ejercicio de su profesión. Hacían lo que podían y creo que lamentablemente sabían tan poco sobre la transmisión de la peste como nosotros hoy en día de la del virus. Gotículas, aerosoles, etc,etc. Nuestro rodaje nos lleva también a otro punto que une los dos mundos: La isla de Poveglia. El lugar en el que la serenísima república de Venecia confinó durante siglos a los enfermos de peste. Contaba con un hospital, pero en realidad era un enorme almacén de futuros cadáveres convenientemente rodeado de agua. Rodeados de enfermos por todas partes, las posibilidades de recuperación eran escasas, y ni siquiera después de muertos salían de allí. Eran enterrados en la misma isla cuyo suelo se nutrió durante siglos de todos esos huesos. Y mientras tanto, a pocos kilómetros, en las calles y plazas de Venecia la vida continuaba en medio de un carnaval que duraba meses y en el que los negocios y la cultura florecían ajenos al ruido de los muertos de Poveglia.

 
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