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¿Sirven de algo los debates presidenciales en la era de la polarización?

Las pasiones y los odios que los ciudadanos estadounidenses profesan por un candidato u otro dejan poco espacio a los indecisos. Aun así, Trump y Biden se preparan para su último cara cara. Los asesores del presidente quieren que retrate una imagen optimista del país mientras que los estrategas de Biden le preparan para defenderse de previsibles ataques personales

¿Sirven de algo los debates presidenciales en la era de la polarización?

¿Sirven de algo los debates presidenciales en la era de la polarización?

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Madrid

El técnico de sonido encargado de silenciar el micrófono de Donald Trump en el último debate presidencial nunca imaginó que sería uno de los protagonistas de la noche. El equipo de campaña del presidente va a monitorear los segundos en los que activa el mute button a Trump. El de Biden, un poco menos desconfiado, ha dicho que lo no va a escrutar.

El debate estará dividido en seis grandes bloques de 15 minutos. Cada candidato tendrá dos minutos para hablar sin interrupciones. Es durante estos dos minutos cuando se va a apagar el micrófono del candidato que no está interviniendo para evitar el esperpento del primer debate, según informó el pasado lunes la Comisión de Debates Presidenciales, el órgano independiente que los organiza.

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Los candidatos se preparan para ganar el último cara a cara

Los republicanos quieren que Trump presente una visión optimista del país, le han pedido que sea respetuoso con los tiempos y en las formas. Pero la indisciplina del candidato, archiconocida por el público, abre las puertas a que pase casi cualquier cosa. Sus estrategas quieren que se centre en ataques contra Hunter Biden, el hijo de su rival, pero sin faltarle al respeto. Es decir, quieren que ataque pero sin ser ofensivo.

Por su parte, Joe Biden lleva toda la semana preparándose para este momento. De hecho, no ha tenido ningún acto público en los últimos tres días. Su equipo quiere que hable de política exterior esta vez porque creen que es una de sus fortalezas. Pero, sobre todo, le están preparando para que no pierda los nervios ante previsibles ataques personales, contra él y su familia. También para que responda sobre asuntos en los que no ha sido claro hasta ahora, como si va a ampliar los asientos en el Tribunal Supremo o su plan de energía verde.

¿Queda algún indeciso a estas alturas en Estados Unidos?

Las encuestas dicen que sí, que un 7% de los votantes no lo tiene claro todavía. Pensando que estamos en el país de los extremos, parece un porcentaje muy alto pero es menos de la mitad de los indecisos que había hace justo cuatro años.

Entonces, con tan pocos indecisos, ¿el debate realmente será útil para los votantes? Para Alan Schroeder, profesor de comunicación de la Northeastern University de Boston, sí. “El problema que tiene Trump es que necesita aumentar su base de apoyo y no lo está haciendo”, dice. El debate la da una visibilidad única, “va a ser la última oportunidad que va a tener para hablar a 70 millones de personas”.

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En la calle la sensación es otra. Ted Gethery, un jubilado solitario, pasea por un barrio de la capital estadounidense aprovechando los últimos días de buen tiempo antes del invierno. “No pienso ver el debate”, dice, “un debate no va a cambiar mi opinión y si lo veo me voy a cabrear”. Se ríe, “¿para qué me voy a torturar? Para eso, mejor no verlo. Además ya he votado”.

Kaitlyn Jordan, una estudiante universitaria que camina distraída por el mismo barrio, también ha votado. “No sé si voy a ver el debate… igual un poco. O no, no sé”, dice dubitativa. “No conozco a nadie, ni en mi círculo de amigos ni en mi familia, que no sepa ya a quién va a votar así que, en realidad, no sé de qué sirve”.

Los momentos televisivos que han condicionado la campaña electoral

Esta duda por la utilidad de los debates presidenciales no siempre ha estado ahí. En el país de la televisión, no han sido pocos los detalles, los gestos de un candidato durante un cara a cara de este tipo que han acabado condicionando unas elecciones.

En 1960, se retransmite por primera vez un debate presidencial. Un jovencísimo y apuesto Kennedy contra un Nixon, que llega sin maquillar, desaliñado y sudoroso. La consecuencia: para quienes siguieron el debate por la radio, ganó el republicano; los que lo siguieron por la tele, aseguraron que ganó el demócrata.

En los 1984, el moderador le recuerda a Ronald Reagan que es el presidente más anciano de la historia y le pregunta si se ve con fuerzas para otro mandato. Reagan le contestó con sorna que no pensaba hacer del tema de la edad una cuestión electoral para no aprovecharse de la juventud y la inexperiencia de su rival, Walter Mondale. Ganó la reelección, claro.

En 2016, Hillary Clinton expresó su alivio porque alguien como Trump no estuviera al frente del Departamento de Justicia. A lo que Trump contestó: “Porque si fuera así tú estarías en la cárcel”. Ese comentario ha dado lugar a uno de los mantras favoritos del republicano, el “lock her up” (encarcélala), que sus fans siguen coreando cuatro años después, incluso aunque Clinton no esté implicada en la campaña de actual de Joe Biden.

 
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