Es una calamidad

Madrid

Era profecía y estaba cantado que el PP utilizaría el cambio de una palabra, incluso de una coma, en la sentencia del Supremo sobre la Gürtel para arremeter contra la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez de la Moncloa por primera vez. Y así ha sido. Tampoco debería sorprendernos que ahora Mariano Rajoy hable de reparación moral cuando él personalmente lanzó la toalla y se ha resistido a batallar para mantenerse al frente del Gobierno.

Tras una larga y extensa deliberación de más de seis horas en el reservado de un restaurante madrileño, entre whiskys puros y sopor, y nada de esto debería ser novedad cuando ya sabemos que la política ha pasado de desarrollarse en base a los relatos adecuados y adaptados a los intereses de cada parte sobre una realidad cambiante según las personas y los días.

Esto sirve hoy para el PP como ayer o mañana para quien fue o pueda ser cuestionado, porque la política suele aplicar una mirada tan descaradamente interesada de los hechos descubiertos que acaba haciendo dudar a cualquiera de su propia memoria. No se trata ya de las 'fake news' habituales ni de la perversión del uso del lenguaje tradicional.

Se trata de un método enraizado en el día a día que desvirtúa el sentido público de su trabajo y la aleja de la realidad ciudadana por su incapacidad de asumir que quien la hace la paga. Si Max Weber levantara la cabeza, se daría con ella contra la pared de su lucidez. Porque la distinción que planteaba entre argumentar ante la ciudadanía para sus sentimientos o desde la conciencia del político para sí mismo, le llevaría a concluir que esta conciencia ya no existe. Y esto, más que una pena, es una calamidad.