¿Y si nos mudamos al pueblo?
La pandemia del coronavirus ha provocado que la gente se replantee la vida en las ciudades y baraje la opción de irse al mundo rural
¿Y si nos mudamos al pueblo?
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Si a la ciudad le quitas los bares y las discotecas, los cines, los centros comerciales, los museos, los parques y los teatros, ¿qué le queda? Un entorno gris, de edificios altos y calles estrechas, de duro asfalto y aire contaminado. Así lo han sentido muchos durante el confinamiento de casi tres meses provocado por la covid-19. En esta extraña normalidad que vivimos desde entonces, llena de miedos, restricciones y rebrotes, la gente se replantea la vida en las ciudades y mira a las zonas rurales como una alternativa para mejorar su calidad de vida.
La sensación de encierro en pisos pequeños, sin terrazas e incluso sin balcones es una experiencia que algunos no están dispuestos a repetir. Madarcos, el pueblo más pequeño de Madrid, ha pasado de tener 47 habitantes en 2019 a 56 en lo que llevamos de año. Entre los nuevos vecinos, están Gonzalo y Ayana, que vieron en la crisis del coronavirus la oportunidad de hacer un cambio que llevaban tiempo deseando. Cuando se asoman a la ventana de su nueva vivienda no ven el Palacio Real, como hacían antes. Ahora contemplan su jardín y su piscina, todo ello en plena naturaleza.
Los pueblos son una vía de escape del bullicio de las grandes ciudades. Pero la tranquilidad que ofrecen no es el único aspecto a tener en cuenta, y también conlleva dificultades. La vida en el campo no es para todos, según afirma Pedro Tomé, antropólogo del CSIC. “Vivir en el medio rural, sin médico y sin escuela, por ejemplo, es complicado. El que piense que es como irse de vacaciones, que se despida”, asegura.
El déficit de servicios básicos y la falta de Internet también dificulta que otras familias inicien una nueva vida en el medio rural. En Villares del Saz (Cuenca), un pueblo de 443 habitantes, la escasez de servicios y de buena conectividad a Internet dificulta la llegada de nuevos vecinos, según cuenta Jorge Hermosilla, alcalde del municipio. “Nos falta industria, una empresa que dé puestos de trabajo. ¿Qué no hay en Villares? Ebanistas, obreros, panaderos… así, es muy difícil que crezca el pueblo”, cuenta.
Las carencias de este municipio también las sufren los jóvenes que en los últimos años cambiaron la ciudad por el campo, entre ellos Tomás y Rodrigo Carrillo. Estos dos hermanos abrieron en 2012 una destilería de aceites aromáticos a tan solo cinco minutos del centro del pueblo. A pesar de tener trabajo e ingresos, ambos coinciden en que la vida en el campo es dura. “Faltan actividades culturales y ocio, entre otras muchas cosas, para cubrir las necesidades de los jóvenes. Uno también se encuentra muy solo”, aseguran.
A pesar de las limitaciones del campo, el confinamiento ha provocado una nueva tendencia a la hora de buscar vivienda. El portal inmobiliario Fotocasa registró un aumento de un 46% en las búsquedas de fincas rústicas durante la cuarentena. La Confederación de Centros de Desarrollo Rural también ha notado este cambio. La organización ha atendido a alrededor de 1.000 familias jóvenes con intención de mudarse al pueblo en los últimos meses.
A pesar de estos datos, alcaldes y asociaciones coinciden: es pronto para saber si este acercamiento a los pueblos es algo temporal como consecuencia del confinamiento o la nueva realidad del mundo rural.
(Un trabajo de Borja Cameselle, Agustín Rodríguez-Sahagún, Elena Berrocal, Mercedes Serrano y Elena Castro)