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Levan Akin: "Una película no cambia la idea de macho, pero muchas, sí"

En 'Solo nos queda bailar', el director sueco utiliza la danza georgiana para ambientar una historia de despertar sexual en un joven bailarín. Un relato que indaga en la tensión entre tradición e identidad para exponer la homofobia

Bachi Valishvili y Levan Gelbakhiani, los protagonistas de 'Solo nos queda bailar' / AVALON

Bachi Valishvili y Levan Gelbakhiani, los protagonistas de 'Solo nos queda bailar'

Madrid

En Solo nos queda bailar conviven varias tensiones que dialogan entre sí. La tensión entre tradición cultural e identidad individual, la tensión entre una generación ligada a la Unión Soviética y otra que desea entrar en la Unión Europea, y la tensión entre un arte guardián de ciertos valores y un cine que los cuestiona. Todo confluye en la nueva película de Levan Akin, quien utiliza el mundo de la danza georgiana para construir una historia de despertar emocional y sexual.

Nacido en Suecia, pero de orígenes georgiano, el joven director bucea en sus raíces para componer un relato íntimo y universal de búsqueda y autoaceptación. "No estoy denunciando nada en Georgia, es una película que celebra Georgia, su tradición y su cultura. Lo que intento decir es que no son excluyentes, puedes amar tus tradiciones, tu cultura, y no aceptar las normas. Puedes hacer las dos cosas a la vez. Hacer esta película es algo que llevaba mucho tiempo en mi cabeza. En estos tiempos hay mucha gente que se pregunta por la identidad y te intentan encasillar, meterte en una caja de lo que debes ser, y es algo que no me gusta. Por eso pensé que eso era una parte de lo quería decir con esta película·, explica.

La gran sorpresa del film es la interpretación de Levan Gelbakhiani, un joven bailarín al que el director encontró por Instagram. El intérprete lleva todo el peso de la cinta, aguanta con su mirada primeros planos que revelan su conflicto interno y fluye en los largos planos secuencia donde experimenta con su cuerpo. "Un bailarín siempre busca algo nuevo, cuando baila busca dentro de sí mismo física y mentalmente. En cuanto al baile georgiano, no lo conocía muy bien, pero me di cuenta de que piensan que el baile es cosa de mujer y hombre de forma muy estricta. Creo que es un poco estúpido mirar el baile según masculinidad o feminidad, porque bailar es solo expresarse, está ajeno a las normas, a lo que la sociedad etiqueta. Es todo lo contrario. Puede ser lo que quiera. Puedes ser femenino en tu vida y luego bailar masculino. Son solo ideas que están en la sociedad", reflexiona.

Su afán por triunfar y su lucha por bailar según el canon de virilidad de la danza georgiana chocan con la llegada de un nuevo alumno, un moderno bailarín que le atrae sexualmente y con el que tiene que pelear por un puesto. Esa rivalidad y atracción es el motor de la cinta. La pulsión entre disciplina y deseo conforman este viaje interior que pone sobre la mesa debates actuales. La idea de masculinidad y su construcción social. Si hay espacio, dentro de entornos conservadores, para un nuevo modelo de hombre que desafíe la visión hegemónica.

"La idea de masculinidad es muy diferente según cada país, lo que me parece fascinante. En Georgia, la idea de ser un hombre fuerte es bailar, recitar poesía, hacer cosas que quizás en otros países no son nada masculinas. En Georgia los hombres se cogen del brazo cuando andan por la calle, hay un contacto físico que no está mal visto en absoluto ¿Que, si el cine puede cambiar esa actitud de macho absoluto? Puede que una película no, pero muchas, sí. Poco a poco lo irán cambiando".

El debate también se manifiesta en lo formal, en lo visual, con una propuesta lírica que enfrenta la belleza de las imágenes a la intolerancia del espacio. También lo hace a través de la música, donde los ritmos de la danza georgiana dejan paso a la liberación pop de las canciones de Robyn.

La recepción en Georgia estuvo cargada de polémica. Grupos ultras, encabezadas por católicos ortodoxos, organizaron protestas, que acabaron en graves altercados, contra la exhibición de la cinta en un país donde la comunidad LGTBI tiene en la teoría sus derechos reconocidos, pero en la práctica siguen sometidos a una discriminación y persecución. "Sobre el papel, Georgia es uno de los países más progresistas de toda la región. Hay leyes que defienden los derechos del colectivo LGTBI, todo está escrito, el problema es que no se implementa. Hay movimientos que dan información sobre el colectivo, pero también existe una contrapropaganda, una especie de guerra con esta información. Los que peor viven allí son los transexuales, desde 2010 ha habido muchos asesinatos y no siempre la policía ha llevado a cabo la investigación como debería o se busca al culpable. Parece ser que está cambiando algo y que se está intentando mejor esta situación".

Premio del público en el Festival de Sevilla y a mejor actor en la Seminci, es la película que Suecia envió a los Óscar pero que no logró pasar el corte. Como en Ema, de Pablo de Larraín, Solo nos queda bailar celebra el poder emancipador del baile y el cine como declaración política. "Si los pensamos, las tradiciones siempre cambian, la cultura evoluciona. Los humanos somos nómadas, se nos hizo para ir andando, para buscar, para ver cosas. Lo que mueve el mundo es la curiosidad, estamos hechos para ver y descubrir nuevas cosas. La cultura siempre ha evolucionado, los que se oponen a cambios en las tradiciones solo tienen miedo", zanja el director.

José M. Romero

José M. Romero

Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

 
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