Historia de tres sentencias
En algún momento, la política se volvió una enorme sala de espera, a la espera de sentencias, de campañas, de nuevas guerras cainitas
Madrid
En algún momento, la política se volvió una enorme sala de espera. Siempre a la espera. Los parlamentos cerraban, los gobiernos se arrellanaban en la interinidad y, mientras, la historia reciente de este país se escribía a partir de tres sentencias.
Dicen algunos que el origen está en la sentencia del Estatut, que muchos usaron como elemento de confrontación. Tuvieron que pasar los años para que el PP reconociera el error de ir pidiendo, mesa a mesa, firmas contra la ley que se habían dado los catalanes.
La segunda sentencia fue de la Audiencia Nacional sobre la financiación del PP. Y tumbó al Gobierno. Primera sentencia, del Constitucional. Segunda, de la Audiencia. Ahora le toca al Tribunal Supremo.
Cuentan las crónicas que en la recepción del 12 de octubre, el más buscado fue Marchena. Nada más gráfico: reúnen en un palacio a los cientos de personas más influyentes y el más solicitado es un juez. Le buscaban porque tenía la noticia, pero sobre todo porque no sabrían a quién buscar si les hubieran pedido que localizaran a quien arreglará esto. Marchena, al cabo, tapaba una incógnita.
Hace unos días, Artur Mas se puso a hablar de futuro y Josep Cuní le preguntó cómo iba a ser parte de la solución quien había sido parte del problema. Se quitó de encima la pregunta: que nadie piense que un líder iluminado arrastra a las masas, vino a decir.
Historia de tres sentencias, en fin, y la política hecha una sala de espera: a la espera de la sentencia, de la campaña, de otra guerra que desangre a otro partido. Y así pasan los días. Cuando salga la sentencia, ¿quién podría decir claramente esto quién lo arregla? Si ya se oye decir que sí pero que bueno, en fin, ahora... a ver cuándo pase la campaña.