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Festival San Sebastián

Alejandro Amenábar: "Apuesto siempre por el cambio tranquilo, soy poco amigo de las revoluciones"

El director presenta en el Festival de San Sebastián 'Mientras dure la guerra', su acercamiento al inicio de la Guerra Civil a través de la figura de Miguel de Unamuno

Alejandro Amenábar, en la gala inaugural / Juan Naharro Gimenez (WireImage)

Alejandro Amenábar, en la gala inaugural

San Sebastián

Niño prodigio, talento del nuevo cine español del nuevo siglo, ganador de Goyas, Oscar y Globos de Oro, el Festival de San Sebastián ha acogido este sábado el esperado regreso de Alejandro Amenábar. El director ha presentado ‘Mientras dure la guerra’, su visión de un episodio histórico crucial para España. El golpe de Estado de 1936 a través de los ojos de Miguel de Unamuno. Su poca sintonía con la República, sus donaciones al bando nacional, la toma de conciencia de los primeros asesinatos políticos y su famoso enfrentamiento con Millán-Astray en el Paraninfo de Salamanca. Aquel “venceréis pero no convenceréis” que aún resuena en la actualidad.

Viendo la trayectoria de tu cine, ¿qué te lleva a hace una película que hable del pasado, del ahora, de este momento concreto de la historia de España que es la Guerra Civil?

Creo que las historias a veces son como una mina, estás picando, buscando oro, no sabes si seguir, ya llevas mucho picado, ves el oro… Cuando tiré del hilo de la anécdota de Unamuno que no conocía previamente, me pareció que era un momentazo cinematográfico, sola esa escena, esa épica. Seguí rascando y luego me encontré con la historia de Unamuno y su posicionamiento a lo largo de la Guerra Civil, esos tres meses en los que vivió un auténtico torbellino interior, y en paralelo, la historia de Franco convirtiéndose en el jefe de todo esto. Era una manera de hablar de España. Todo esto lo decidí como hace tres años, ahí había una película, pero por temas de financiación hemos acabado terminándola ahora, donde está más oportuno que nunca o inoportuno que nunca sacar esta película, pero eso ya es fruto de la casualidad.

Se siente identificado con Unamuno y esa, dice usted, tercera España que no quiere enfrentamientos, ¿por qué? 

A nadie le gusta verse arrastrado a una guerra. A mí me gusta llevarme bien con el de enfrente, siempre, yo a nivel personal, voy a intentar buscar lo que tengo en común y no lo que me separa. Y en una situación, cuando además la dinámica de la política en España eran fuerzas que actuaban más desde fuera, todo lo que se estaba fraguando antes de la II Guerra Mundial y esto era un campo de pruebas, dices: ¿qué hago? ¿dónde me posiciono? ¿Depende de dónde me toque el golpe habría sido capaz de hacer lo que hizo Unamuno? Son preguntas que te haces. Yo, personalmente, apuesto siempre por el cambio tranquilo, soy poco amigo de las revoluciones.

Las banderas tienen mucho significado en la película, la republicana, la española, la franquista… A veces raída, otras lustrosa, ¿cómo es su uso narrativo?

Todo lo que tiene que ver con las banderas en la película actúa un poco como espejo sobre los espectadores. Con la escena del himno, hay gente que se me ha acercado muy emocionada porque ha llorado con la escena. Hay gente que dice, anda, menudo sarcasmo. Cada uno lo ha percibido de una manera. Y las banderas son importantes en esta película porque son conflictivas aún en este país. Cuando presentábamos la película en Toronto, le explicaba a los espectadores que seguramente para ellos que una cinta terminara con la bandera canadiense o tantas películas americanas no genera risa o discusión. Aquí me va a gustar ver lo que pasa. Quería confrontar a los espectadores con nuestros símbolos para bien o para mal. La connotación esa, de sucia, raída, no es una connotación política. La bandera española, que no la franquista, la que sale al final no tiene escudo -no habían sacado aún el águila-, está sucia y raída porque es nuestra España, raída, peleada, cansada. Eso era lo que quería contar. No quería defender una bandera en lugar de otra, simplemente le estaba recordando a los espectadores que hoy por hoy es nuestra bandera, es lo que nos define y tendemos que ver cómo seguimos viviendo en esta comunidad de vecinos.

A nivel técnico y formal, ¿qué ha sido lo más complejo? ¿el trabajo con los actores para que no cayeran en la caricatura?¿ha acabado siendo la película que imaginabas?

En realidad lo más difícil, el reto, tiene que ver con algo que a los espectadores les va a dar absolutamente igual. Tiene que ver con haber rodado en siete semanas. Desde el punto de vista del director tiene mérito, porque hemos tenido que sacar muchos planos en muy poco tiempo. Yo quería que la película fuera vistosa y dinámica. Uno de los mayores retos era el maquillaje y sus efectos que afectaba a tres de los actores principales. Con Karra pasaban horas de maquillaje y luego tenías que hacer creíble a los personajes. Por ejemplo, el de Franco era clave, no queríamos caer en la caricatura, y de hecho, me planteé hacer el mejor Franco que se ha hecho en pantalla. El que entremos más en profundidad, el que más se parezca, sin renunciar a la vocecita, pero que a la vez fuera inquietante. Queríamos hacer el Franco de referencia.

Precisamente una de las novedades de la película es mostrar el plano político de la derecha, es decir, las estrategias internas de ese prefranquismo, en qué momento pasó todo y su propia división, ¿por qué se centró en eso? 

Ahí es cuando se está hablando de España, del reparto de España y estás contando el ascenso de Franco. Es el mundo en el que culebrea y consigue convertirse en el emperador, como digo yo. Es una trama un poco shakespiriana, ellos hacen alusión a que los rojos no se ponen de acuerdo, que necesitan el mando único, ves el propio desconcierto en el bando nacional. Ellos se rebelan contra el gobierno de la República, no contra la institución de la República. Y ese giro tan ladino que hace Franco de rendir culto a la bandera, recuperar el espíritu monárquico, obligar a todos los generales que sigan esa consigna, todo ese juego que les hace creer que Franco va a traer de vuelta al rey, todo ese juego me parecía interesante. Y sobre todo, no quería mostrar a los nacionales como los malos, sino que entendieras que había un republicano que tenía problemas porque era masón, otro que era monárquico, otro que recelaba de Franco.. Es decir, mostrar a esos generales con problemas concretos que tenían que ver con la guerra y no viendo la escena de aquí vienen los malos. 

¿Ha cerrado España este conflicto en falso? ¿Teme las reacciones a su película en un país tan de trincheras?

Yo temer, temo poco. Y sobre todo, cuando haces una película así, dices que si Unamuno tuvo los huevos de salir aquel día y hacer lo que hizo, qué menos que yo haga esta película. Es decir, ya solo como homenaje a ese momento, que a mí me parece conmovedor, en la historia de España, cómo ese señor viejo da la cara en el momento más inoportuno y donde se juega la vida, me parece fantástico. Lo afronto sin miedo. Y sobre lo de cerrar en falso, pues claro. La Transición es una etapa en la que a través de la amnistía se estable una desmemoria. Ha afectado, entre otras cosas, a la educación. Toda mi generación ha estudiado historia de España y no recordamos haber estudiado la Guerra Civil, nos hemos quedado en la República y de ahí saltamos a la Transición. De esa ignorancia ha nacido mi interés, y veo que de esas cosas que pasaban en aquel momento, tienen ahora una conexión directa con hoy. Unamuno siendo ponente del Estatuto de Cataluña, el problema con el País Vasco, la integridad territorial… Eso ya estaba en el 36. Yo creo que se cerró en falso pero eso permitió que el país en el que yo crecí como niño diera la vuelta complemente. La España de los 80 no tiene nada que ver con la de los 60. Pero siguen heridas abiertas. 

 
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